Es noticia
Gabriel Ferrater, el poeta olvidado que se suicidó a los 50 para no "oler a viejo"
  1. Cultura
se cumple medio siglo de su muerte

Gabriel Ferrater, el poeta olvidado que se suicidó a los 50 para no "oler a viejo"

Los sellos independientes no paran de publicar obras extranjeras libres de derechos que venden como si fueran clásicos modernos. ¿Dónde están los nuestros?

Foto: Gabriel Ferrater
Gabriel Ferrater

Gabriel Ferrater se suicidó con una sobredosis de barbitúricos en su casa de Sant Cugat del Vallés el jueves 27 de abril de 1972. Le quedaban veintitrés días para cumplir medio siglo de vida, la edad que prometió no cumplir durante una charla en la plaza Prim de Reus con su amigo Jaime Salinas. No quería oler a viejo. Ese era su principal argumento para quitarse de en medio.

Corría junio de 1957 y el joven iconoclasta aún no había empezado su errática pero coherente trayectoria, mitificada en parte por la nebulosa que propicia el olvido. Buena prueba de ello son las ficciones que ha protagonizado, desde la pionera 'F.' de Justo Navarro (Anagrama, 2003) hasta 'Fin de poema', de Juan Tallón (Alrevés, 2015). Ambos autores homenajean al catalán mediante una prosa documentada, una constatación documental de su figura. Lo convierten en personaje para que no se pierda y ese, quizá, es el gran problema.

Foto: Alejandra Pizarnik

Gabriel Ferrater fue, es y será un rara avis, una excepción necesaria. De su Reus natal, saltó a Francia durante la Guerra Civil, volvió a España el último día de 1941 y tras realizar el servicio militar en Aragón aterrizó en Barcelona, donde estudió tres cursos de Ciencias Exactas, dato nada casual si se atiende su futura vocación poética, pues los versos bien hechos siempre tienen algo de matemáticas.

Bebedor compulsivo de ginebra

En la Ciudad Condal empezó a desarrollar sus múltiples actividades literarias, entre las que destacó la traducción por su enorme facilidad para aprender lenguas, hasta el punto que se esforzó en conocer el polaco sólo para poder leer en este idioma a Witold Gombrowicz. Su esfuerzo para con el escritor afincado durante decenios en Argentina se tradujo en la concesión para este del Prix International de Litteráture de 1967. En esa última edición del galardón que congregaba a la plana mayor de la edición occidental Ferrater fue el absoluto protagonismo en una exhibición retórica incomparable bien acompañada de la resaca producida por su habitual ingesta compulsiva de ginebra, y no importa si la bebida se consumía en Gammarth, lugar del encuentro, o en Barcelona, donde formaba parte del grupo más excelso que vio la capital catalana durante el Franquismo.


Desde principios de los cincuenta Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Josep María Castellet y muchos otros ilustres visionarios formaron una unión literaria cimentada desde una amistad que, a lo largo, tiene muchos dimes y diretes. Ferrater era una estrella en sus encuentros sociales, tal como describe Jaime Gil de Biedma en los versos de 'A través del espejo', donde remarca su protagonismo en esas juergas etílicas en que Ferrater relucía por su exceso de inteligencia. A partir de 1955 ambos, uno en castellano y otro en catalán, pusieron en marcha una conspiración para renovar el arte poético en sus respectivos idiomas.

Ferrater era una estrella en los encuentros sociales donde su protagonismo en las juergas etílicas brillaba tanto como su exceso de inteligencia

Según su parecer, hondamente influido por el canon anglosajón de la primera mitad de la pasada centuria, los poemas debían leerse como cartas comerciales que rebosarán sinceridad y un don auténtico que los alejara de la lírica que por aquel entonces se practicaba en España, cargada de retórica y con una petulancia absurda. Baste para entender sus pretensiones el comentario de Gil de Biedma sobre los versos de Emilio Prados y esas mariposas que fecundaban los cuerpos de las muchachas a la orilla de los ríos. El autor de 'Las personas del verbo', ante tal alarde de cursilería, afirmó que de haber sido así las cosas antes de julio de 1936 también se habría echado a la calle, dando razón al ejército sublevado con suma ironía y retranca.

Ferrater empezó tarde en el mundo del verso, lo que le permitió tener mayor perspectiva y salvarse de mucha producción estéril. Durante los años sesenta publicó tres poemarios que reunió en 1968 en 'Les dones i els dies', libro que en opinión de muchos es un hito de la poesía catalana de la segunda mitad del siglo XX. El problema es que ahora mismo no se encuentra en librerías. Su última edición es de 2010 y si lo buscamos por la red es difícil encontrarlo hasta en negocios de segunda mano, como si su rastro se hubiera esfumado o fuera un bien demasiado precioso para el común de los mortales.

Monstruos de la cultura

No deja de ser una metáfora de qué tipo de cultura se desea en la actualidad, como tampoco debemos obviar el simbolismo de las residencias de esos tres monstruos de cultura nacional. Carlos Barral vivió mucho tiempo en la calle Sant Elías, donde el grupo se reunía los martes en unas tertulias que imitaban las célebres de Mallarmé en la parisina rue de Rome. Gil de Biedma tuvo su último domicilio en la calle Pérez Cabrero, donde aún se espera una placa que le honre. Por su parte Ferrater, que llegó a ser director editorial de Seix Barral en su edad de oro, residió durante su etapa barcelonesa en la calle Benet Mateu, alejadísima del mundanal ruido. Esos márgenes geográficos son los mismos de su situación actual en el imaginario catalán de hoy en día. Son cuerpos extraños, figuras míticas en un limbo rescatado por pocos valientes como Andreu Jaume, empeñado con tesón y sabiduría en darles el puesto que merecen en ese volátil Olimpo letrado. Por lo demás Gil de Biedma es magnífico para encabezar artículos de opinión y su poema 'No volverá a ser joven' es explotado por presentadores televisivos.

Ferrater es síntoma y enfermedad de muchos males del sector literario peninsular: hace décadas que no se le dedica una buena obra

Ferrater es síntoma y enfermedad de muchos males del sector literario peninsular. En 2015 Carlota Casas Baró publicó el imprescindible 'Gabriel Ferrater i Jaime Gil de Biedma, poetes de la consciencia'. El ensayo, editado por l’Abadia de Montserrat, es un riguroso oasis. Hace décadas que no se publica una buena obra dedicada al gran poeta catalán, pero ese no es el único problema.

A diferencia de nuestros vecinos, con Francia a la cabeza, España tiene poca o nula tradición en sacar al mercado biografías de sus literatos. La industria dirá que no se venden, pero son necesarias, pues si se deja esa labor en la cueva sepultada del ámbito académico mostraremos cuál es la concepción que tenemos de una determinada idea cultural. La única que yo sepa sobre Ferrater es de 2002 y adolece de muchas lagunas.


Lo mismo ocurre con otro factor fundamental. Los sellos independientes no paran de publicar obras extranjeras libres de derechos que venden como si fueran clásicos modernos. ¿Dónde están los nuestros? ¿Estamos despreciando la posibilidad de dar una línea a la tradición del pasado reciente? Un ejemplo de este problema está en Antonio Rabinad, escritor que con su 'Memento mori' noveló como pocos la Barcelona de la posguerra. Ahora la modesta y contestaría editorial Virus ha recuperado su corrosiva 'Los contactos furtivos'. Quizá es eso. Fíjense en los adjetivos. Modesta. Contestaría. Corrosiva. Lo mismo sucede con nombres sepultados en un cajón que cría polvo. En el presente elogiamos el riesgo de un Rubén Martín Giráldez mientras enterramos a Juan Benet en silencio. Ni está ni se le espera.

Gabriel Ferrater se suicidó con una sobredosis de barbitúricos en su casa de Sant Cugat del Vallés el jueves 27 de abril de 1972. Le quedaban veintitrés días para cumplir medio siglo de vida, la edad que prometió no cumplir durante una charla en la plaza Prim de Reus con su amigo Jaime Salinas. No quería oler a viejo. Ese era su principal argumento para quitarse de en medio.

Literatura Poesía Suicidio Catalán
El redactor recomienda