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El Museo Oteiza levanta los castillos de arena de Ángel Ferrant
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El Museo Oteiza levanta los castillos de arena de Ángel Ferrant

Una muestra recrea el universo pleno de evocaciones que el artista y pedagogo Ángel Ferrant creó jugando como un niño con materiales hallados en la playa

Foto: Ángel Ferrant en su taller | Museo Oteiza
Ángel Ferrant en su taller | Museo Oteiza

A su muerte, Ángel Ferrant (1890-1961) dejó como ‘testamento artístico’ la orden de destruir toda su obra. En vida, el escultor madrileño ya había predicado con esta filosofía. Su primera serie, los ‘Objetos’ de 1932, fue liquidada por las mismas manos que la dio vida. Reivindicaba su aniquilación desde la "sencillez", desde esa "humildad" que no sacralizaba el mito del creador y que defendía que el gesto creativo no culminaba con el concepto de ‘obra artística perdurable’. Se hace y se deshace.

"Vivimos y creamos destruyendo. Si no destruimos no podíamos vivir", sostenía. Pero no sólo hablaba la relevancia del gesto creativo ante el éxito de la obra. También decía mucho la incomprensión de la época a todos los niveles ante su revolucionaria concepción de la escultura, alejada de los estándares imperantes, de utilizar elementos banales y apartados de la alta cultura para transformarlos en elementos estéticos. Se puede decir que la deseada destrucción de su obra responde a una "mezcla" de motivos.

Pero no toda su obra perdida responde a la destrucción. Muchas de sus creaciones, como el conjunto ‘Todo se parece a algo’ de 1957, permanece en paradero desconocido. Es un doble silencio artístico que, de no ser por el testimonio fotográfico existente (el escultor captaba con su cámara todas sus creaciones), no dejaría rastro de la efímera existencia de sus obras. Pero hay creaciones que se han revelado a Ferrant y han perdurado, caso de los ‘Objetos hallados’ de 1945, que han sobrevivido a su padre a pesar de nacer condenados a desaparecer por su carácter efímero.

A Ferrant y Oteiza les une el mismo contexto histórico y, en especial, el gran interés por la pedagogía

Parte de este material ‘vuelve a la vida’ ahora en el Museo Oteiza, que muestra un conjunto de 60 esculturas, fotografías originales del autor y elementos documentales que muestran la huella de lo natural en la obra de este artista. A Ferrant y a Oteiza les separa la edad (el artista de Orio nació 18 años después, en 1908), pero les une el mismo contexto histórico y, en especial, el gran interés por la pedagogía, la vocación de transformar el mundo a través de la educación estética del niño. "Ambos comparten la pasión por cambiar el mundo pero Oteiza, por su carácter opuesto, mantiene una actitud ética, de lucha, mientras que Ferrant es más amable, cotidiana", sostiene Clara Eslava, comisaria del proyecto ‘Mutación poética. Naturaleza viva en los objetos de Ángel Ferrant 1945-1950’.

En ocasiones, Ferrant voló más con la palabra que con la escultura fruto de su fuerte compromiso con la pedagogía. Fue el autor del plan de renovación de enseñanzas artísticas de 1932 por encargo del Gobierno de la II República, lo que le valió la posterior inhabilitación como profesor por el régimen franquista, y lideró el plan de salvamento y evacuación del patrimonio del Museo del Prado. El camino propio que construyó con los cimientos de las nuevas formas de enseñanza artística y el más amplio campo de la significación de la escultura le convirtió en un referente para muchos artistas, entre ellos Oteiza, que le sitúa junto a Julio González y Alberto Sánchez en la terna de renovadores españoles de la escultura.

"Hubo un momento en que no pude reprimir el impulso de utilizarlos en lo inútil. Los necesité como alimento", contaba Ferrant

Existe un antes y un después en gran parte de los artistas. En el caso de Ferrant fueron sus paseos por la playa gallega de Fiobre, en Betanzos. El mar escupía materiales hasta entonces divorciados con la escultura como conchas, piedras, palos, maderas, corchos o anzuelos. Estos "cachivaches", como los definía el propio artista, configuraron un universo pleno de evocaciones que contribuyó a redefinir la escultura desde lo casual o lo cambiante. La arena convertida en un laboratorio que devolvía a la vida materiales muertos que, ensamblados, se convertían en pequeñas esculturas. "Los objetos o más propiamente los utensilios que constantemente nos rodean han llegado a interesarme tanto, tanto, que hubo un momento en que no pude reprimir el impulso de utilizarlos en lo inútil. Los necesité como alimento", aseguró el propio artista.

Pero, ¿este encuentro con esta segunda naturaleza en la playa fue casual o buscado? Eslava no se atreve a dar una respuesta. Y hasta cierto punto desea que se mantenga el misterio sobre el carácter accidental o no de una experiencia que derivó en "una conexión directa entre los juegos de la infancia y la obra" de Ferrant. Porque en todo su proceso creativo hay una huella lúdica. El impulso creativo surge desde el niño que está vivo, desde ese hombre que se encuentra con su infancia, desde ese jugar que le permite desnudarse de la seriedad del adulto y sus hábitos. Ferrant se enfrenta a la naturaleza con la mirada del niño que construye castillos de arena que son devorados por el agua. Refundar todo desde un nuevo inicio. Volver a empezar como un recién nacido. Como él mismo lo definía: "encontrar los residuos de nuestra niñez".

En algunos casos, los materiales son tan pobres o efímeros que es un "milagro" que hayan resistido al inexorable paso del tiempo

"Hay una conexión de los artes de vanguardia con lo primitivo y primigenio. Para hacer algo nuevo hay que volver al origen y uno de ellos es el biográfico", señala la comisaria de la muestra. El ensamblaje marino de los ‘Objetos hallados’ de Ferrant se estructura en ese juego de transformar la nada en un todo a partir de elementos inútiles o en desuso que renacen con tintes "futuristas o surrealistas". En algunos casos, los materiales son tan pobres o efímeros que es un "milagro" que hayan resistido al inexorable paso del tiempo.

El carácter poético que Ferrant da a este juego del proceso creativo se refleja en los propios nombres de las obras, bautizadas como 'Ave cabría', 'Suspiro de buzo', 'Marinero narciso' o 'Alimaña trepadora'. "Siempre titulaba de manera poética", resalta Eslava sobre quien más que autor se consideraba un mediador en la relación de la naturaleza con el mundo. Porque nunca buscó ese reconocimiento del artista (no sacralizaba el concepto de ‘artista’), porque siempre rehuyó de construir su propio mito para ejercer esa labor de intermediario. En todo caso, el mito lo construyó su entorno, que valoró no sólo su capacidad para llevar la escultura a otros terrenos que parecían utópicos hasta entonces sino también su papel de padre intelectual de toda una generación que supo preservar el contenido de las primeras vanguardias del siglo XX y ejercer de transmisor por su vocación pedagógica. Todo esto lo pagó con un "olvido histórico" hacia su figura que ha perdurado con los años. "España tiene una gran deuda con Ferrant", asevera Eslava.

La exposición se podrá ver hasta el 28 de mayo

La exposición, que se podrá ver hasta el 28 de mayo, se nutre de fotografías y documentación procedentes del archivo original del artista, depositado en el Archivo Ferrant de la Coleccción Asociación Arte Contemporáneo-Museo Patio Herreriano de Valladolid, así como con un conjunto de obras realizadas entre 1945 y 1950, que "completan la memoria de la naturaleza en su manera de concebir la práctica escultórica como fin de vida". El proyecto se completa con un aula experimental destinada al público infantil y adulto que persigue activar la creación a partir de los materiales que regala la naturaleza, como piedras, maderas u hojas. "El arte no se enseña, por la misma razón que la manzana no se fabrica", defendía Ferrant.

Casual, cambiante, móvil o abierto son principios que el escultor exploró durante su faceta creadora y que dejó como herencia. "Nunca sabremos si Ferrant puso fin a su serie 'Objetos' por sentirlos ya muertos o por sentir la imposibilidad de resucitarlos con su mirada. Tan sólo sabemos que él nunca dejó de buscar 'lo nuevo'", testimonia Aitziber Urtasun, responsable de Didáctica del Museo Oteiza.

A su muerte, Ángel Ferrant (1890-1961) dejó como ‘testamento artístico’ la orden de destruir toda su obra. En vida, el escultor madrileño ya había predicado con esta filosofía. Su primera serie, los ‘Objetos’ de 1932, fue liquidada por las mismas manos que la dio vida. Reivindicaba su aniquilación desde la "sencillez", desde esa "humildad" que no sacralizaba el mito del creador y que defendía que el gesto creativo no culminaba con el concepto de ‘obra artística perdurable’. Se hace y se deshace.

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