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Carlos del Amor: "No me sale ir al Prado y contar una exposición como un atestado"
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Carlos del Amor: "No me sale ir al Prado y contar una exposición como un atestado"

El periodista televisivo publica su tercer libro, 'Confabulación', una novela sobre la memoria y las perversiones del recuerdo y el olvido y su construcción de la realidad

Foto: El periodista Carlos del Amor
El periodista Carlos del Amor

Olvidar y ser olvidado. Los recuerdos y la memoria. Dejar huella o difuminarse. Y, sobre todo, cómo la memoria construye el presente y nuestra personalidad. Estas son algunas de las obsesiones del periodista televisivo Carlos del Amor, que plasma en su nuevo libro, 'Confabulación' (Espasa). Su tercera aventura editorial, la segunda novela tras el éxito de 'El año sin verano', se vale de una enfermedad real conocida como Síndrome de Korsakoff, o comúnmente 'confabulación', para describir la vida de un hombre que inventa inconscientemente sus recuerdos y los convierte en realidad. Esa desolación que provoca la incertidumbre, el olvido, los interrogantes sin respuesta y la vida inventada tejen esta historia plagada de referencias culturales, actuales y miedos.

Del Amor, cuenta a El Confidencial, encontró hace un año la percha para lanzarse a por su nuevo libro en una noticia real que "conocí, no recuerdo si en The Guardian o BBC, de un tipo que tiene recuerdos de cosas que no ha vivido". "Como somos periodistas y una de nuestras materias primas es leer noticias, así llegó el germen de 'Confabulación'. Quizás por deformación profesional, tener algo real con lo que empezar te hace sentir el suelo, no directamente empezar una historia de ficción de la nada", explica consciente de que sus personales piezas en el Telediario le han dado una notoriedad que le hacen ser mirado con lupa dentro y fuera de su profesión y del mundo editorial. Eso sí, insiste, "yo soy periodista. No soy escritor".

P: ¿A qué tiene miedo Carlos del Amor: a olvidar o a que le olviden?

R: A ambas cosas. Todos, en el fondo, tenemos miedo a que nos olviden, sobre todo, la gente querida. Al final, siempre digo que me interesa la historia con minúscula y no con mayúsculas. Me preocupo de intentar dejar huella y eso se consigue en la gente que te rodea a través del cariño y de la honestidad. Y a olvidar también tienes miedo, pero es inevitable. Si no olvidáramos sería imposible avanzar. Si ese recuerdo de algo doloroso no fuese camuflándose, tamizándose y convirtiéndose en una nebulosa que, de vez en cuando, nos golpea, pero solo puntualmente, sería imposible superar la desaparición de un ser querido o algún hecho traumático. Hay un poco de miedo a todo: a olvidar y a ser olvidado. Es lo que pasa cuando al lado tienes a una persona vital (llámese hijo, madre, amigo o pareja) y, de repente, deja de estar y seis o siete años después es un recuerdo muy difuminado y lo que antes era vital, nuestra capacidad de avanzar nos hace convertirlo en un hecho aislado que nos provoca dolor puntualmente. Y eso sí que me obsesiona: cómo dejamos de estar y, con el tiempo, dejamos prácticamente de doler.

P: Dice en el libro: "Confabulación es un verbo que pega más con la política, un titular o la corrupción". ¿Es la descripción de estos tiempos? ¿Vivimos en un tiempo de confabulación?

R: Cuando había escuchado la palabra confabulación me sonaba a intrigas palaciegas, y las de hoy en día son políticas. Me sonaba a corrupción. Y si escuchas noticias sobre corrupción o determinados pelotazos, el verbo confabular entra porque está asociado. Hasta entonces me sonaba a eso, a algo malo, que lo es también en el sentido de lo que le pasa a Andrés Paraíso, pero pegado a la política. Nos hemos acostumbrado a un lenguaje nuevo que viene dado por la realidad. Ese lenguaje está formado por verbos y palabras que hasta entonces no habíamos escuchado mucho. Esperemos que, como esas palabras que caen en desuso y que la RAE jubila o pone en peligro de extinción, esta pase pronto, aunque no tiene mucha pinta.

P: "Ha aprendido a vivir el presente. Para él ni el futuro ni el pasado está claro", escribe sobre su protagonista, Andrés Paraíso. ¿Define también a nuestra sociedad?

Soy un periodista que ocasionalmente escribe. No soy escritor, soy un periodista

R: Sí, sobre todo lo del futuro. El futuro cada vez es más incierto y está lleno de interrogantes para todos. Eso, en nuestro día a día, hace que sea difícil saber si dentro de tres meses vas a estar en el mismo trabajo o vas a tener la misma casa. Todo está lleno de interrogantes que nos hacen vivir en una incertidumbre que no es sana y que no nos hace crecer porque el miedo atenaza. En ese sentido, Andrés es valiente porque es capaz de romper con todo lo que tiene, con esa seguridad. Ahora nos conformamos con una seguridad y con ese 'que me quede como estoy' que está impidiendo que descubramos a mucha gente con talento, pero vivimos en una sociedad de llegar a fin de mes y de 'que me quede como estoy'. Es una de las cosas que la gente que somos afortunados, que tenemos un trabajo y vivimos un día a día que más o menos está bien, lo decimos. Y los que están peor obviamente miran a un futuro lleno de unos interrogantes que son como muros difíciles de saltar.

P: "La vida es como un árbol de Navidad", escribe. ¿Cómo es el de Carlos del Amor?

R: [Duda y resopla] Mi árbol de Navidad... Yo creo, y a veces lo pienso, que estoy entre comillas acomodado, que disfruto de una profesión que me gusta y me proporciona estabilidad y de un presente que está bien. En ese árbol de Navidad pondría algunos regalos como la capacidad de arriesgarte más, de intentar iniciar proyectos nuevos, pero no lo haces por el miedo a que tu futuro se llene de interrogantes y a lanzarte a piscinas vacías. Es un árbol de Navidad austero el mío, con pocas bolas, poco espumillón y que, al menos, si no lo recargo mucho, me dejará ver el bosque... Si hay detrás un bosque.

P: Es su tercer libro, la segunda novela, ¿qué sigue encontrando y, sobre todo, buscando en la literatura que no le da el periodismo?

R: Yo trabajo siempre en equipo y es fabuloso, pero la literatura es un acto individual. Me gusta encontrar la soledad y ese momento que es totalmente tuyo que es el acto de escribir. Y también hay que tener en cuenta que yo estoy acostumbrado en televisión a un minuto y veinte segundos, que no será leído ni medio folio, y aquí se te abre un abanico de posibilidades tremendo. En un medio de comunicación, a pesar de las muchas licencias literarias que te puedas tomar, estás sujeto a la realidad. No puedes fabular o confabular, pero aquí sí. Bueno, no debes aunque vemos que sucede y bastante. Aquí, sin embargo, entra ese maravilloso terreno que es la ficción y en el que lo que sale de tu mente lo puedes ver traducido a papel. Es uno de las grandes ventajas que tiene escribir para mí, sabiendo que yo soy un periodista que ocasionalmente escribe. No soy escritor, soy un periodista.

P: ¿Le falta esa literatura al periodismo de hoy?

R: No lo sé. Yo en mi día a día intento que no. Siempre he defendido que literatura y periodismo vayan de la mano. 'Relato de un naufrago' se publicó por entregas en un periódico, era una noticia y se ha convertido en uno de los grandes libros...

P: Pero sus piezas son particulares, tienen una personalidad propia o especial, si quiere.

R: Sí, pero no es algo premeditado. Cuento las cosas como me gustaría que me las contaran. No me sale ir al Museo del Prado y contar una exposición o contar una película como si fuese un atestado de la Guardia Civil porque yo no hablo así cuando se lo cuento a un amigo. Lo intentas contar para hacerlo atractivo y bonito. Debió ser que en la facultad me marcó mucho el Nuevo Periodismo y todo esto de que la literatura entre en el periodismo y que el periodismo puede convertirse en literatura, sabiendo que siempre hay unos mínimos que cumplir, pero me gusta que se den la mano.

P: En ese dejar huella que decía antes, sus piezas crean pasión y fobias a partes iguales. Esa familia comiendo delante del Telediario y enzarzados porque unos le aman y otros le odian. ¿Cómo recibe las críticas?

R: Bien. Como es algo que no hago de forma predeterminada... Si me dan a elegir, prefiero despertar algún sentimiento. Igual que mucha gente me escribe para decir 'cómo me gusta', también lees comentarios de 'me pone de los nervios'. No se puede gustar a todo el mundo, primero, y si lo intentas, te estarás traicionando en algún punto del camino. Yo prefiero no dejar indiferente, pero no lo hago de forma premeditada. Es mi forma de contar las cosas. Yo formo parte de un engranaje, que es un Telediario de 55 minutos con 40 vídeos con sus 40 noticias, sus 40 voces y sus 40 formas de contar, y si alguien levanta la cabeza y se queda con la noticia que estoy dando y me dice 'qué tontería cómo lo está contando', pues bien. Si me dice 'cómo me gusta', mejor, pero ha levantado la cabeza que es lo que buscamos en televisión.

P: Andrés, que es editor, dice en su novela que es más fácil fichar a "una cara conocida que pueda dar un rédito inmediato". ¿Le ha abierto puertas en el mundo editorial ser una cara conocida?

R: Yo no creo que lo sea. Yo nunca he presentado un programa, un Telediario...

P: Bueno, no sea modesto...

R: Vale, pero no he presentado nada y en eso estamos de acuerdo. No estoy expuesto a la pantalla. Salgo una vez cada 10 días. A lo mejor hago 10 piezas, pero salgo una. ¿Me ha ayudado el poco impacto que tenga mi trabajo televisivo? Seguro y me ha hecho saltarme pasos editoriales y llegar antes a la consecución de un objetivo, pero me gusta que los cauces tradicionales siguen funcionando, que las librerías están llenas de libros de gente que, a priori, no la conoce el público y que ha mandado su manuscrito, era bueno, el editor se lo ha leído y ha triunfado. Es verdad que, y yo lo decía de broma, van a tener que poner una sección en la librería que sea "escritores que salen en televisión" o "escritores mediáticos" porque hay una explosión y una especie de filón. El consumo inmediato y no tener que poner cara a alguien parece que atrae, pero también creo que, al final, el tiempo pone a cada uno en su sitio. Puedes engañar una vez, pero no creo que engañes dos, tres, cinco. A lo mejor tienes ese rédito inmediato, pero se acaba pronto.

Van a tener que poner una sección en la librería de 'escritores que salen en televisión'

P: ¿Habrá cuarto libro?

R: No lo sé. A día de hoy digo que no. No me lo planteo. Yo no soy escritor. Ya me siento recompensado habiendo publicado el primero de relatos. Me siento feliz y contento de tener esos tres en casa aunque los tengamos mi madre y yo. Si surge una historia y me apetece, sí, pero intentando ser lo más honesto posible y sabiendo que es un enorme ejercicio de responsabilidad,.

P: Y que le van a mirar con lupa, dentro y fuera de la profesión. ¿Nota esa presión?

R: Sí. Te van a mirar con lupa y te van a dejar de mirar por el hecho de ser alguien que trabaja en un medio de comunicación y publica un libro. Algunos te tomarán menos en serio, otros no se acercarán a ti por ese prejuicio y los que lo hacen, como es lógico, te mirarán con lupa porque saben que tu nombre a lo mejor ha facilitado un poco eso. Bueno, para eso estamos, para emprender aventuras.

Olvidar y ser olvidado. Los recuerdos y la memoria. Dejar huella o difuminarse. Y, sobre todo, cómo la memoria construye el presente y nuestra personalidad. Estas son algunas de las obsesiones del periodista televisivo Carlos del Amor, que plasma en su nuevo libro, 'Confabulación' (Espasa). Su tercera aventura editorial, la segunda novela tras el éxito de 'El año sin verano', se vale de una enfermedad real conocida como Síndrome de Korsakoff, o comúnmente 'confabulación', para describir la vida de un hombre que inventa inconscientemente sus recuerdos y los convierte en realidad. Esa desolación que provoca la incertidumbre, el olvido, los interrogantes sin respuesta y la vida inventada tejen esta historia plagada de referencias culturales, actuales y miedos.

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