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Israel Galván, el genio que ha revolucionado el flamenco: "Creo monstruos"
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el bailaor triunfa en londres

Israel Galván, el genio que ha revolucionado el flamenco: "Creo monstruos"

Es ecléctico, imprevisible. Sorprende y revuelve. Y como todos los adelantados a su tiempo, también hay quien le acusa de blasfemo

Foto: Israel Galván (Óscar Romero)
Israel Galván (Óscar Romero)

“Esta sí, esta no…esta me gusta, me la como yo…”. El mítico tema de Chimo Bayo se escucha mientras el bailaor come algo en el escenario. Luego hay un “Tirititran”. La luz se apaga por completo…. y comienza un taconeo en el patio de butacas. No. El espectáculo de Israel Galván no es un espectáculo de flamenco al uso. Él no es un bailaor al uso. El sevillano ha revolucionado el baile hasta el punto de que algunos ya hablan de “dadaísmo flamenco”. En teatro sería como un Calixto Bieito y en el mundo del arte como un Damien Hirst. Es ecléctico, imprevisible. Sorprende y revuelve. Y como todos los adelantados a su tiempo, también hay quien le acusa de blasfemo. Pero tanto puristas como heterodoxos cada vez coinciden más en la palabra “genio”.

Foto: Enrique Morente y Leonard Cohen en el bar del Hptel Palace (Efe)

Galván ha inaugurado esta semana en Londres la 14 edición del Festival Flamenco, que viajará luego a Nueva York y a Miami. Y una vez más, nadie ha quedado indiferente. “Cuando preparo las obras, ni pienso en ser radical ni pienso que tengo que gustar a todos. Digamos que no lo hago profesionalmente, no tengo esa capacidad. Simplemente me dejo llevar y sale un monstruo. Luego hay que domesticarlo un poco para que no te coma, pero sigue ahí, está vivo”, asegura durante una entrevista para El Confidencial.

'Fla.co.men' es prueba de ello. Tan pronto se pega páginas de un libro en el pelo, como da un cabezazo al bombo o se quita los zapatos para un taconeo sobre un tablao de monedas. Su cuerpo pasa a ser un instrumento más. Parece entregado a la improvisación, a la catarsis. Pero hay todo un metódico trabajo detrás de cada gesto. Al público se le escapa a veces una carcajada. Pero su cabeza está en otro mundo. Cuando hace percusión con los dientes, por ejemplo, él está pensando en el psicoanálisis de la muerte, en los cambios de ciclo. Pero la gente se ríe. “Tampoco me molesta. La risa como el silencio o las palmas es una forma de expresión”.

Israel Galván - 'FlaCoMen'

Un crío entre tablaos

El sevillano nació y mamó el flamenco en casa. Sus padres -los bailaores José Galván y Eugenia de los Reyes- le criaron entre tablaos. Y él desde pequeño comenzó a ganar premios, pero no disfrutaba. “Entre el público, siempre había un murmullo a mi alrededor. Lo hacía rápido y por encima porque quería terminar”, explica.

Pero en 1998 explotó con “Mira/Los zapatos rojos”, su primer espectáculo. Se soltó la melena. Y aquello no gustó a todo el mundo. Mientras unos hablaban de talento, otros hablaban de insulto. “La verdad es que me desconcertó. Sobrepasé la frontera. La crítica dejó de referirse a la técnica para hablar de la persona. Fui cuando me di cuenta que, sin quererlo, había abierto una vía con un lenguaje mío. No había una base para criticar porque las reglas eran las mías, no las que existían hasta ese momento, y entonces me sentí libre”, señala.

El problema es que la libertad también trajo consigo una “época desértica”. Galván quedó en tierra de nadie. El mundo del flamenco decía que lo que hacía era danza. El mundo de la danza, que era flamenco. Pero en 2004 llegó 'Arena' y lo volvió a cambiar todo. “Aquel espectáculo fue muy importante porque me gané el respeto de ambos mundos y me hice un nombre. Era una obra sobre el mundo taurino, pero el tono era neutral. Quise reflejar el debate que había en la calle sin tomar parte. Cuando se hablaba de toros antes, el debate era Joselito o Belmonte. Ahora es si estas a favor o en contra. Quizá porque el tema era familiar, gusté al mundo del flamenco. Pero el hecho de mostrar esa división también gustó al mundo de la danza”, explica.

Cuando mis padres veían a ver mis obras, mi madre unos ratos se tapaba los ojos y otros me gritaba un olé

Sus padres vivieron el proceso de su éxito a su manera. “La gente les decía “qué pena, con lo bien que bailaba” refiriéndose a esa época anterior… Cuando veían a ver mis obras, mi madre unos ratos se tapaba los ojos y otros me gritaba un olé. Mi padre, que aún vive y baila a sus 70 años, cuando empezó a ver que me llamaban para montar espectáculos, me decía que el mundo se había vuelto tan loco como lo estaba yo… (risas) Ahora está muy orgulloso de mi irreverencia y de que no sea uno más”.

¿Pureza o irreverencia?

Es consciente de que ha roto moldes y sabe que algunos dicen que su arte no es puro. Pero es cuando plantea la pregunta: ¿qué es lo puro? “Carmen Amaya, Farruco, Paco de Lucía, Enrique Morente… en definitiva los que se consideran ahora los más puros, fueron en realidad los más irreverentes”, contesta. “Antes de Farruco y Amaya no se bailaba así, pero ellos bailaron como quisieron y ahora se les llama puros a personas que rompieron en su día con lo que había. Esa fuente de la que todo el mundo bebe ahora es impura… lo que estoy diciendo parece una blasfemia, pero es así”, matiza.

A día de hoy, sigue habiendo muchos que no llegan a entenderle. 'Dju-dju', el montaje conceptual que dirigió el año pasado para Isabel Bayón, dividió al patio de butacas del Teatro de la Maestranza, pidiendo incluso mucha gente la devolución del dinero de la entrada. Pero pese a todo, el bailaor se siente querido y respetado por el público de España. “Hubo un momento en el que me sentía más entendido en el extranjero. Pero ahora el público español también me da palmas. Eso sí, para cuestión de montajes y financiación de espacios en los que yo pueda crear, sigo teniendo más apoyo fuera”, señala. De hecho, su próxima producción, 'La Fiesta', se estrenará este año en Austria. El mensaje queda dicho.

A día de hoy, sigue habiendo muchos que no llegan a entenderle. Con 'Dju-dju' mucha gente pidió la devolución del dinero de la entrada

Promete que será algo novedoso donde no habrá músicos. Pero, con todo, Galván asegura que respeta la tradición. “El flamenco puede ser una losa, una bola de hierro encadena a tu pierna, una carga. Yo no quiero quitarme esa bola de hierro, no quiero quitarme. Pero me gusta manejar la bola y hacer como que flote para seguir sobreviviendo y sentirme libre”. En definitiva, quiere estar siempre unido a las raíces de un arte centenario y aunque para muchos es intocable por esta misma razón, el bailaor entiende que como “hacía Enrique Morente, desde la profunda sabiduría y el respeto, se puede añadir a ese arte y hacer historia”.

“¿Qué si yo estoy haciendo historia?, pues no lo sé. Lo que tengo claro es que estoy abriendo camino a las nuevas generaciones. Si me ven triunfando haciendo lo que me da la gana, se animarán a hacer lo mismo”, concluye.

“Esta sí, esta no…esta me gusta, me la como yo…”. El mítico tema de Chimo Bayo se escucha mientras el bailaor come algo en el escenario. Luego hay un “Tirititran”. La luz se apaga por completo…. y comienza un taconeo en el patio de butacas. No. El espectáculo de Israel Galván no es un espectáculo de flamenco al uso. Él no es un bailaor al uso. El sevillano ha revolucionado el baile hasta el punto de que algunos ya hablan de “dadaísmo flamenco”. En teatro sería como un Calixto Bieito y en el mundo del arte como un Damien Hirst. Es ecléctico, imprevisible. Sorprende y revuelve. Y como todos los adelantados a su tiempo, también hay quien le acusa de blasfemo. Pero tanto puristas como heterodoxos cada vez coinciden más en la palabra “genio”.

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