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Manolita Chen, la 'vedette' casada con un chino que hacía enfurecer a los obispos
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Manolita Chen, la 'vedette' casada con un chino que hacía enfurecer a los obispos

Entre los dos inventaron uno de los espectáculos más originales y populares la revista teatral española, un show de variedades que se copió después infinitas veces

Foto: El libro de Juan José Montijano sobre Manolita Chen
El libro de Juan José Montijano sobre Manolita Chen

Durante décadas, el Teatro Chino de Manolita Chen albergó sorpresas que hacían enfurecer a los obispos. Una de las más notables era el espectáculo protagonizado por Nicomedes Expósito, un enano conocido como “el Ni”.

El profesor Juan José Montijano Ruíz, el mejor biógrafo de Manolita, lo describe así en uno de sus libros: “Era célebre por estar dotado de un apendículo sexual que rozaba la elefantiasis, aunque, a diferencia de los que poseen este padecimiento, el miembro de este enano mantenía una firmeza y un desafío a la ley de la gravedad verdaderamente excepcionales. Tal era su consistencia, que el “Ni” lo solía introducir en el orificio de la mesa del prestidigitador y, ayudándose con las manitas y piececitos, daba vueltas sobre el eje carnal como un poseso. Los espectadores aplaudían y gritaban, y más de cinco señoras llegaron a desmayarse en cierta ocasión (…)”.

Manolita (Madrid, 1927) murió el pasado 8 de enero y con ella se desvaneció la memoria de una de las grietas culturales más simpáticas del franquismo; un resquicio por el que se colaron cuplés como "Arrímame la estufita", "Mi fiel pajarito" o "Qué justito me entra", con letras y espectáculos precursores del destape y cargados de alusiones sexuales. Detrás del invento, contando billetes entre bambalinas, estaba el marido de Manolita, el chino Chen Tse-Ping ("Chepín, le llamaban aquí), un personaje tan fascinante como ella, aunque mucho más desconocido.

La primera esposa de Chen era una vedette alemana que murió tras resultar herida en un espectáculo de cuchillos

Chen llegó a España en 1941 con la lona del Circo Zhejiang, escapando de la II Guerra Mundial. Llegó traumatizado por la muerte de su primera esposa, la bailarina alemana Charlotte Wilsenfaher, que falleció por las heridas de cuchillo recibidas en uno de los espectáculos que hacía con él. El disgusto le duró hasta que contrajo matrimonio con una madrileña mucho más jóven que él, Manuela Fernández Pérez, a quien había conocido en el Circo Price.

Mucho tiempo después de la boda, en la residencia de ancianos donde la entrevistó Montijano, ella recordaba el momento así: “Cuando vi a ese hombre con ese cuerpo bailando los doce platillos y haciendo juegos orientales, me volví loca. Me encantaba cómo besaba. Aunque al principio no me fijé mucho, acabé enamorándome de él”.

Hacían una pareja única en un país que se arrastraba por la escasez de la posguerra. Y del brazo del chino Chen, Manuela se convirtió en una “super-vedette” y acuñó un nombre artístico valiéndose del apellido de su marido.

Era una española teñida que se había casado con un chino viejo y menudo que era algo así como un zapatero de portal de Hong Kong

En su Trilogía de Madrid, Francisco Umbral describía a la pareja y a su trabajo así: “Manolita Chen era una española teñida que se había casado con un chino viejo y menudo que era algo así como un zapatero de portal de Hong Kong. En el Teatro Chino de Manolita Chen había atracciones; maricones, sarasas, pederastas, travestis modernos, ilusionistas, graciosos, cómicos y conjuntos que era lo que más aplaudía el personal”.

“Manolita Chen” era algo más que una estrella, era una marca que dio forma a uno de los espectáculos más originales y populares la revista teatral española, un show de variedades que se copió después infinitas veces y acabó convertido en género: el Teatro Chino. Combinando acrobacias, exotismo y picardía, jugando al perro y el gato con la censura y dejándose arrastrar por el carisma y las largas piernas de Manolita, consiguieron hacerse famosos por toda la geografía española.

El éxito fue apabullante y la caravana con la que viajaban de feria en feria se alargaba año trás año, llegando a contar con varios camiones en los que se transportaba lo necesario para el mantenimiento y los números de los más de cien artistas que participaban en cada representación. Tse-Ping se mantenía siempre entre bastidores, vestido con un impecable traje, contando billetes y ocupándose de que las cuentas cuadrasen. Quienes le conocieron lo recuerdan como un hombre discreto, amable, culto y de una inteligencia prodigiosa que iluminaba su castellano imperfecto.

El Teatro Chino cerró en 1986 y su fundador murió once años después, a los 94 años, en brazos de su Manolita. Al funeral, celebrado en el cementerio de la Almudena, acudieron cientos de personajes de la farándula española. También presentaron sus respectos representantes de la pujante comunidad china en España, para quienes “Chen, el del circo” era una auténtica institución.

Rollitos de primavera

Aunque nunca más volvió a China, Tse-Ping mantuvo siempre lazos afectivos y económicos con su Zhejiang natal. Donó grandes cantidades de dinero y dio trabajo a varios compaisanos, entre ellos un hermano suyo, conocido como “tío Ling” o “el hombre de los cacahuetes”. Su papel consistía en montar la iluminación de las carpas y organizar la venta de chucherías y tentempiés entre el público.

Ocurre que el “tío Ling” había dejado un hijo en China y, en 1974, cuando las normas para salir del país se empezaron a flexibilizar ligeramente, intentó traérselo a España. Echando mano de dinero y de contactos, la gestión prosperó.

Según los registros, aquel muchacho, Chen Diguang, fue el primer ciudadano de la República Popular China (ya comunista) que emigró directamente a España. Licenciado en veterinaria y con ciertas inquietudes empresariales, aspiraba a algo diferente a la vida de artista nómada que le ofrecía su tío. Se le ocurrió abrir un restaurante en el que sus paisanos, cada vez más numerosos, se pudiesen reunir. Si a otros les había funcionado en Italia y Holanda, ¿por qué en España no iba a salir bien?

Cada nuevo cocinero acababa convirtiéndose en propietario meses después, formando una cadena de la que salieron decenas de restaurantes

Sin ser consciente de estar inaugurando todo una ruta migratoria y un fenómeno gastronómico, Chen Tse-Ping accedió a financiar el restaurante “Gran Muralla”, que abrió sus puertas en 1975, convirtiéndose en el primero de una larga serie de locales en los que no sólo se inventó y extendió una forma de cocinar, sino que también se tendió un puente privilegiado de tránsito entre China a España. Por su pretil, y valiéndose de las viejas rutas abiertas siglos antes entre Zhejiang y Europa, habrían de llegar la mayor parte de esos nuevos inmigrantes que empezaron a hacerse cada vez más presentes en las calles de nuestro país. Cada nuevo cocinero que contraba Diguang acababa convirtiéndose en propietario meses después, formando una cadena de la que salieron decenas de restaurantes en pocos años.

Durante décadas, el Teatro Chino de Manolita Chen albergó sorpresas que hacían enfurecer a los obispos. Una de las más notables era el espectáculo protagonizado por Nicomedes Expósito, un enano conocido como “el Ni”.

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