The Cure en Madrid: concierto entre la euforia y el cabreo
La banda británica, cerca de su cuarenta aniversario, ofrece un concierto irregular en el Palacio de los Deportes de Madrid
La primera vez que vi a The Cure fue hace veintitrés o veinticuatro años, en el mismo recinto en el que anoche emocionaron a 16.500 entregados seguidores, que habían agotado las entradas con meses de antelación. Presentaban su disco ‘Wish’ (1992) , hoy considerado un clásico, hasta el punto de que un cuarto de siglo después volvió a ser uno de los ingrediente principales de su repertorio (con solo una canción menos que ‘The Head On The Door’, de 1985). Mi recuerdo más curioso de aquella noche fue acercarme a los baños y ser incapaz de distinguir el de chicos del de chicas, ya que ambos eran una densa nube de laca de la que emergían seres ambiguos, con pelo alborotado, caras maquilladas de blanco y bocas malpintadas de rojo dramático.
[El concierto de The Cure en Madrid, en imágenes]
A comienzos de los noventa, ser fan The Cure era querer parecerse a The Cure. Hoy las cosas han cambiado y sus veteranos seguidores parecen personal de oficina, capaces de ganar suficiente para permitirse unas entradas entre 50 euros (las de seguirlo con prismáticos o por las pantallas) hasta 84 (las de enterarte de lo que tienes delante). Al final de la crónica se harán más consideraciones sobre estos precios.
Montaña rusa
Vayamos al grano. A lo largo de casi tres horas, el grupo británico confirmó que su repertorio tiene enormes altibajos. Resumiendo mucho: son dueños de inmensas canciones de amor como 'High', 'Just Like Heaven' o 'Friday, I`m In Love', tan universales que lo mismo podrían sacarles partido New Order como Los Panchos. Por supuesto, en esta categoría entran también 'Lovesong' y 'Close To Me'. Estas piezas son su mejor legado y lo que más posibilidades tiene de sobrevivir a la banda. Por otra parte, han perpetrado horrendos himnos de romanticismo adolescente barato, que cada vez suenan más caducos e insufribles, desde 'Kyoto Song' a 'Wrong Number', pasando por “'The Blood', su canción con guitarra española y aire aflamencado. Hoy dan tanta vergüenza como las poesías solemnes de la etapa de instituto.
Cimas y simas
Otras piezas soporíferas fueron 'The Last Day Of Summer' , que parece un medio tiempo de Los Planetas; 'Burn', su canción para la banda sonora de 'El Cuervo'; y 'The Hungry Ghost', única representante de su flojísimo último álbum, ‘4:13: Dream' (2008). También estrenaron un tema nuevo, 'It Can Never Be The Same', que no hace confiar en una recuperación del pulso creativo. Hace un par de décadas que The Cure son una banda de autohomenaje, al estilo de artistas como Madonna, los Rolling Stones o Paul McCartney.
Subidón oscuro
¿La sorpresa? Dos de las canciones más celebradas correspondieron a su etapa más oscura. El público coreó la tenebrosa 'Play For Today' como si fuera la eufórica 'Seven Nation Army' de The White Stripes y siguió la fiesta con la densísima 'A Forest', más propia de sonar en Halloween que en un karaoke. La traca final de bises trajo también mucha alegría gracias a la andanada de 'Boys Don`t Cry', 'Close To Me' y 'Why Can`t I Be You?'. La primera de ellas puede sonar a canción inofensiva, pero es uno de los mejores retratos pop posible de las neuras y disfunciones de ser hombre occidental en nuestra época, sobre todo de la presión para no mostrar vulnerabilidad ni exponer tus emociones.
A lo largo de tres horas, solo hubo una referencia política, la del himno nihilista 'One Hundred Years', adornada con imágenes en blanco y negro de Lenin, campos de concentración y manifestaciones de la era Reagan. El siglo XX como matadero irrecuperable. Uno de esos retratos que no toman partido al describir la época más convulsa y polarizada de la historia de la humanidad. Aunque, siendo generosos, se puede interpretar como un críptico himno antibélico.
Público cabreado
Por supuesto, la ejecución musical fue impecable, destacando el alto nivel de voz de Robert Smith y la energía juvenil del bajista Simon Gallup, que parece que tenga treinta y dos años, cuando en realidad ronda los cincuenta y seis. El ambiente general fue satisfacción y euforia, aunque salpicado de quejas del público. Unos lamentaban las entradas de pista en Madrid costaran más o menos el doble que en Lisboa. Otros que en la anterior gira también se podían conseguir por cerca de cuarenta lo que hoy costaba ochenta. Es cabreante que en plena crisis las entradas de conciertos multipliquen su precio en progresión geométrica.
Debido a lo pronto que se terminó el papel, hubo abundante reventa, con entradas de ochenta euros cambiando de mano por 150 euros. Además, en una noche lluviosa, muchos espectadores de pista descubrieron que abajo no había roperos y que los controles de código de barras impedían salir de tu zona a depositar prendas en la planta superior. Tuvieron que ver el recital de tres horas con prendas mojadas en la mano y la cerveza en la otra. Demasiada incomodidad para lo alto de los precios.
La primera vez que vi a The Cure fue hace veintitrés o veinticuatro años, en el mismo recinto en el que anoche emocionaron a 16.500 entregados seguidores, que habían agotado las entradas con meses de antelación. Presentaban su disco ‘Wish’ (1992) , hoy considerado un clásico, hasta el punto de que un cuarto de siglo después volvió a ser uno de los ingrediente principales de su repertorio (con solo una canción menos que ‘The Head On The Door’, de 1985). Mi recuerdo más curioso de aquella noche fue acercarme a los baños y ser incapaz de distinguir el de chicos del de chicas, ya que ambos eran una densa nube de laca de la que emergían seres ambiguos, con pelo alborotado, caras maquilladas de blanco y bocas malpintadas de rojo dramático.
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