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Naomi Klein, ¿vendedora de humo o la mejor ensayista del siglo XXI?
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A FAVOR Y EN CONTRA

Naomi Klein, ¿vendedora de humo o la mejor ensayista del siglo XXI?

Jordi Évole entrevista hoy en 'Salvados' a la escritora y activista canadiense. El economista Juan Ramón Rallo y la ecologista Yayo Herrero debaten sobre sus méritos

Foto: La investigadora canadiense Naomi Klein, en 2014.
La investigadora canadiense Naomi Klein, en 2014.

Desde los años ochenta hasta el cambio de siglo, cuando llegaron las protestas globales contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el sistema capitalista se negó a dialogar con sus críticos. Karl Marx, Noam Chomsky y Manuel Sacristán eran ninguneados como pensadores “antiguos”, “superados” o “pasados de moda”, tan indefendibles como las hombreras después del 'grunge'. Parecían sepultados por los escombros del Muro de Berlín. Fueron los tiempos de Francis Fukuyama y el llamado “pensamiento único”.

Pero el debate político acabó por agitarse de nuevo: una oleada de movimientos antielitistas trajo autores claros, populares y contundentes, que exigían respuesta del sistema, pongamos Owen Jones, Thomas Picketty y Yanis Varoufakis. La primera estrella de este grupo fue sin duda Naomi Klein, una joven canadiense de clase alta que cautivó a millones de lectores con su tono ingenuo y su meticuloso arsenal de datos. Recordemos que, tras el exitoso ‘No logo’ (1999), la biblia procapitalista 'The Economist' se vio obligada a publicar una portada con el titular ‘Pro logo’, defendiendo las presuntas bondades de las empresas transnacionales. Klein logró convencer a millones de lectores de que vivimos en un mundo feo, cruel y parasitario, que es urgente cambiar cuanto antes.

Jordi Évole entrevistará esta noche a Naomi Klein en 'Salvados'. Para profundizar en el impacto de sus ensayos hablamos con el economista liberal Juan Ramón Rallo y con la antropóloga Yayo Herrero, directora de la fundación ecologista Fuhem. Un “en contra” y “a favor” en toda regla. Los lectores decidirán con qué argumentos se quedan.

Empezamos por ‘No logo’, el ensayo que hizo famosa a Klein. “Criticar a las grandes corporaciones por ser grandes no tiene ningún sentido: se las puede criticar por asociarse con los Estados para obtener privilegios a costa de los ciudadanos, pero no por el hecho de que las personas las escojan como proveedores de sus bienes y servicios. En este sentido, la marca de una empresa es solo una forma de identificarla y de volverla reconocible frente a otras compañías: sin marcas, no podríamos ni castigar a las compañías que lo hacen mal ni premiar a las que lo hacen bien”, opina Rallo.

El economista encuentra el libro demasiado simplón: “La idea de que la marca se vuelve más importante que el propio producto no resiste el más mínimo análisis de la realidad. De hecho, durante los últimos años hemos visto desaparecer a algunas de las marcas más icónicas de la historia: pienso en Blockbuster, Nokia y Kodak. Cuando la calidad del producto desaparece, la marca deja de valer”, apunta.

Klein anticipó que en los momentos de mayor crisis, el poder político y el económico aprovechan para asestar los golpes más duros

Herrero aprecia el trabajo periodístico de ‘No logo’, pero opina que no llega al fondo de los conflictos. “En todos sus libros, Klein despliega una labor de investigación tremenda. Sus tesis están muy bien fundadas. Además tiene esa cualidad de algunos autores anglosajones de explicar las cosas con una claridad y contundencia tremenda. ‘No logo’ descubre la estrategia de las empresas transnacionales para colonizar espacios sociales no mercantilizados, por ejemplo la educación. Las corporaciones buscan una especie de conquista del alma. Pero, a mi juicio, ese libro no tiene una crítica de fondo al sistema capitalista, solo pide una mayor regulación y limitar el poder de las grandes empresas”, lamenta. ¿Se pasó de rosca o se quedó corta? En cualquier caso, consiguió abrir un debate sustancioso.

El verdadero mambo vino luego, con un rodillo llamado ‘La doctrina del shock’ (2007). Herrero lo considera un claro paso adelante. “Se basa en diversos casos de estudio, desde Rusia a Sudáfrica, pasando por Estados Unidos y el Katrina. Lo que dice es algo muy creíble porque lo estamos viviendo ahora mismo en España. La tesis es que en los momentos de mayor crisis, el poder político y económico aprovechan para asestar los golpes más duros, eliminando derechos y avances sociales que se daban por consolidados. Es un texto mucho más crítico que el anterior. Luego da otro paso mayor en ‘Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima’ (2014). Su tesis es que el sistema crece destruyendo las bases materiales que sostienen la vida. Por suerte, la autoorganización y la contestación al capitalismo no ha parado de crecer, como ella misma explica con ejemplos y proponiendo alternativas”, apunta.

Rallo, en cambio, no compra la tesis de ‘La doctrina del shock’. “Lo que ocurre es justo lo contrario de lo que afirma Klein: los Estados aprovechan las crisis para crecer y expandir su poder apelando a las circunstancias extraordinarias (guerras, epidemias, depresiones, terrorismo, problemas migratorios...) que, una vez desaparecen, no motivan una reversión de tales intervenciones de carácter supuestamente extraordinario (es lo que se conoce como "efecto trinquete"). Ahora mismo, el tamaño de la práctica totalidad de los Estados occidentales se halla en máximos históricos. Si Klein tuviera razón en que los 'shocks' se utilizan para reducir el Estado y no para expandirlo, deberíamos haber visto una sostenida reducción de su tamaño en las últimas décadas y ha ocurrido justo al revés”, sostiene.

Para Herrero, resulta artificial distinguir entre Estado y mercado. “La impresionante liberalización de la economía no hubiera sido posible sin Estados extremadamente fuertes que han regulado la desregulación. Son ellos quienes impulsan el TTIP y los cientos de tratados de libre comercio que ya se han aprobado en otros lugares del planeta. Solo con Estados fuertes se pueden aprobar las leyes mordaza que criminalizan las protestas contra el saqueo y el expolio de las élites. En España, quienes permitieron la burbuja inmobiliaria y el pelotazo urbanístico fueron las intervenciones estatales contundentes. No es que el poder económico haya sometido al poder político, sino que ambos están fundidos. La corrupción y las puertas giratorias son una muestra de esta sinergia”.

¿Creemos en la oposición ‘Estado versus mercado’ o en una élite extractiva que domina ambos campos? Ustedes deciden.

El último libro de Klein, ‘Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima’, también ha sido un pelotazo editorial. Tanto Herrero como Rallo están de acuerdo en la gravedad del cambio climático, aunque no en las soluciones.

El negacionismo del cambio climático está totalmente desacreditado. La pena es que hayamos tardado 15 o 20 años en desactivarlo. Ahora algunos de sus efectos son irreversibles. Es curioso que el activismo ecologista esté subiendo tanto en Estados Unidos, que fue la cuna del negacionismo. Eso responde a que las capas de población más pobres ya se han visto afectadas personalmente, por ejemplo con tifones, huracanes y sequías. Los pobres son quienes más están sufriendo porque viven en los lugares menos deseables y junto a las infraestructuras más contaminantes. En Europa todavía no resulta tan palpable”, señala Herrero.

Un profundo cambio del clima podría ser devastador no ya para nuestras economías, sino para nuestras sociedades

Rallo insiste en que la catástrofe ambiental no anula la validez de nuestro sistema económico. “Un profundo cambio del clima podría ser devastador, no ya para nuestras economías, sino para nuestras sociedades. Eso no significa que el capitalismo deba ser abortado. Klein presupone que el capitalismo necesita fundamentarse en un crecimiento expansivo del consumo a costa de incrementar la contaminación en sus muy diversas formas. La realidad es que el capitalismo se asienta más bien sobre el ahorro y la austeridad (no sobre el consumo) y que el sistema puede perfectamente autorregularse siempre que todos los costes generados por las actividades humanas se hallen internalizados en aquellas personas que los generan: es decir, que contaminar no sea gratis sino que conlleve un coste igual al daño generado al resto de individuos”, propone. ¿Cuál es su receta para evitar la catástrofe? “No deberíamos avanzar hacia más intervencionismo estatal (que no ha preservado el medio ambiente en ninguna parte del globo) sino hacia más liberalismo respetuoso con la propiedad privada frente a cualquier forma de agresión, incluida la contaminación”.

Razones y emociones

Ambos pensadores coinciden también en que vivimos un auge de la contestación social. “Cada vez hay más personas que son conscientes de que estamos en una dinámica muy destructiva, que afecta incluso a las bases materiales de la vida. Hablo de crisis de energía y materiales que hacen imposible que funcione el sistema que veníamos usando. Las tasas de ganancia del capital por la vía de la economía real no han parado de descender. Lo que posibilitó los llamados “30 años gloriosos” (1945-1973), la edad de oro del capitalismo, fue la utilización de una cantidad ingente de energía y materiales que ya no existen. El pacto entre capital y trabajo propició un gran éxito, pero solo en Estados Unidos, Europa central y Japón. Ese modelo, en su pico triunfal, no hubiera dado para llevar el bienestar a todo el planeta. Solo se beneficiaron unos pocos países. Las mayorías sociales protestan porque perciben que el neoliberalismo es un sistema inviable para dar satisfacción a nuestras necesidades”, afirma Herrero.

Ser antisistema no es necesariamente malo, sobre todo si el sistema de referencia es el actual: la cuestión es qué sistema es el alternativo

Rallo, en cambio, ve la aparición de nuevos sujetos políticos como algo inquietante. “Cuando hay crisis de legitimidad (por 'shocks' de muy distintos tipos, como los económicos), las fuerzas populistas y antisistema ganan apoyo entre una población predispuesta a escuchar a cualquier demagogo, desde el populismo nacionalista de Trump al populismo socialista de Podemos. Ser antisistema no es necesariamente malo, sobre todo si el sistema de referencia es el actual: la cuestión es qué sistema se plantea como alternativa. Por desgracia, los partidos antisistema suelen ser partidarios de sistemas incluso peores que el actual”, advierte.

Herrero cierra sus reflexiones con un apunte emocional, que ilustra la habilidad de Klein para conectar con el lector. “Hay un capítulo precioso en ‘Esto lo cambia todo’ donde la autora cuenta sus problemas de fertilidad. Hace un paralelismo entre eso y las dificultades para la reproducción de la vida y los recursos del planeta en nuestro tiempo. Se nota muchísimo que es un texto escrito por una mujer. Es un ensayo pasado por el cuerpo y eso interpela a muchos lectores. Además aporta una serie de posibles soluciones prácticas a la crisis ecológica que todos deberíamos conocer”.

Sean del bando que sean, queda claro que Klein destaca como una de las firmas más eficaces a la hora de proponer discusiones necesarias.

Desde los años ochenta hasta el cambio de siglo, cuando llegaron las protestas globales contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el sistema capitalista se negó a dialogar con sus críticos. Karl Marx, Noam Chomsky y Manuel Sacristán eran ninguneados como pensadores “antiguos”, “superados” o “pasados de moda”, tan indefendibles como las hombreras después del 'grunge'. Parecían sepultados por los escombros del Muro de Berlín. Fueron los tiempos de Francis Fukuyama y el llamado “pensamiento único”.

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