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Libros, Pink Floyd y narcos en el Zócalo: cómo usar la cultura contra los pobres
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Libros, Pink Floyd y narcos en el Zócalo: cómo usar la cultura contra los pobres

La decimosexta edición de la feria internacional del libro en México muestra cómo las élites utilizan la cultura para evitar las manifestaciones sociales

Foto: Feria Internacional del libro en el Zócalo de México. Foto: EFE Alex Cruz.
Feria Internacional del libro en el Zócalo de México. Foto: EFE Alex Cruz.

Plaza de Tahir. Zuccotti Park. Plaza de Taksim. Por supuesto, también la Puerta del Sol. Los espacios públicos emblemáticos del siglo XXI se han ido convirtiendo en lugares donde expresar la protesta social. Cuando te invitan, como autor, a la Feria del libro del Zócalo, tu primera reacción es un subidón por la oportunidad de conocer otras realidades socioculturales. En cambio, cuando vuelves a casa, después de hablar con todo tipo de mexicanos, la sensación es bien distinta. Te invade la sospecha (casi la certeza) de que la intensa y extensa programación de esta plaza, la más grande del país, esta diseñada precisamente para funcionar como emblema de encuentro y concordia, donde cualquier demanda política sería desactivada como un rechazo a la diversidad cultural.

Por suerte, se saltó la norma Roger Waters, de Pink Floyd, invitado a tocar gratis pocos días antes. El superventas musical, rompiendo las reglas del artista ensimismado, utilizó su presencia en Ciudad de México para insultar a Donald Trump ("eres un pendejo") y pedir la dimisión de Peña Nieto, presidente del país, cuyo principal legado, asegura, es favorecer sistemáticamente los intereses de las élites empresariales.

Lo triste es que el discurso de Waters es una excepción, en vez de la regla. Supo aprovechar su prestigio internacional para cuestionar al gobierno ante el mismo Palacio Nacional, donde trabaja el gobierno. La mayoría de los cientos de actos culturales que se programan en el Zócalo son mucho más blanditos y centrados en los negocios, como demuestra la propia Feria del Libro, uno de los encuentros para pacificar la plaza. “Gran parte del Zócalo es de Carlos Slim. Se dice que no se puede pasar un día en el país sin darle dinero de alguna forma”, me dice Camilo Lara, de Instituto Mexicano del Sonido.


Pan, circo y tanquetas

Desembarca la numerosa delegación española, casi todos de Madrid, ya que este año la feria se dedica a los editores independientes de la capital. El programa se compone de charlas con lectores y encuentros con las autoridades, que nos explican que hasta hace bien poco la plaza era un lugar triste y solemne, reservado en exclusiva para actos institucionales de los ricos, tipo alzamientos de banderas en los días señalados de la historia del país. Los funcionarios comparten anécdotas kafkianas de cuando la programación apostó por un giro hacia lo popular: cuando contrataron a Celia Cruz para una fiesta salsera hubo que elevar un detallado documento a prestigiosos abogados del estado para resolver la duda de si en la plaza del Zócalo se podía bailar. Tras unos días de tensión, la respuesta fue que "no hemos encontrado nada que lo prohíba".

Hablamos de un espacio de 46.800 metros cuadrados de donde sería complicado desalojar una protesta sin utilizar medios expeditivos

Allí empezó un cambio de paradigma, centrado en "acercar la cultura a la gente", con macroeventos gratuitos. Desde entonces han tocado allí figuras como Sabina, Serrat, Shakira, Paul McCartney y Justin Bieber. Ya saben, el tipo de artista que más necesitan dinero público para sostener su precaria carrera.

Desde las instancias oficiales lo venden como una democratización cultural, pero la mayoría de las personas con la que tenemos trato (incluidos algunos empleados de la feria) coinciden en definirlo como "pan y circo". Hablamos de un espacio de 46.800 metros cuadrados de donde sería complicado desalojar una protesta sin utilizar medios expeditivos, que dieran mala imagen por televisión. Realmente el truco funciona: en la semana en que estamos invitados, las manifestaciones contra los feminicidos, por los derechos de los pequeños agricultores o en defensa del acceso a la vivienda circulan discretamente por avenidas adyacentes. La plaza está infestada de policía, incluyendo furgonetas con ametralladora, más propias de los combates en Oriente Medio.

Omnipresencia del narco

¿Qué nos dice nuestra experiencia en la feria? Que la expansión y el intercambio cultural no es el principal objetivo. En los quince días de duración del evento, se celebran mil doscientas actividades, una locura en toda regla. Para empezar, semejante sobredosis hace imposible que los actos se llenen, ya que el escaso público tiende a repartirse. Además, no solo se celebran charlas, sino también conciertos, cuyo alto volumen sabotea los diálogos de autores en los espacios cercanos. "Queremos ser muy incluyentes, así que no decimos que no a casi nadie que nos proponga participar", me explica una organizadora. El resultado es un guirigay para tener a todos contentos.

La factura la pagan los invitados: justo antes de mi presentación, un concierto rockero sabotea la charla de un editor anarquista y underground. Me acerco a una de las organizadoras y le pido que intervenga para que pedir que reduzcan el sonido. "Lo siento, no puedo hacer nada, es que ese concierto lo montan quienes van a ganar las próximas elecciones y no puedo estar a malas con mis futuros jefes", responde. Problema zanjado.

El narco está inflitrado en todos los partidos. Hay estados como Guerrero donde prácticamente "son la máxima autoridad", admiten

En el Centro Cultural de España, situado en una calle cercana, los altos cargos se sueltan al segundo tequila. "El problema de este país es que las élites tienen poder absoluto y no quieren que nada cambie. El narco está inflitrado en todos los partidos. Hay estados como Guerrero donde prácticamente son la máxima autoridad", admiten. Al cuarto día de nuestra llegada, es asesinado el juez Vicente Antonio Bermúdez, dedicado a investigar a los cárteles. La violencia está tan normalizada que casi nadie lo comenta. En los actos de la feria, se nota un intenso interés cultural en las preguntas que hace el público, pero apenas se venden libros después de las presentaciones. Sencillamente, la mayoría de asistentes carecen de poder adquisitivo, a pesar de lo razonable de los precios. La sensación de estar atrapados en un decorado teatral se hace más intensa cada día.

Precios, timos y editores

Los libreros españoles han venido con una misión concreta: conseguir que sus libros sean tan baratos aquí como los impresos en México. "El problema es que las distribuidoras nos piden un descuento del 65%, pero luego en vez de rebajar los precios los mantienen altos para exprimir el bolsillo de las pocas personas que leen". Su queja es escuchada con gesto sorprendido o displicente por parte de los organizadores, aunque en un desayuno de trabajo se hace la propuesta razonable de coeditar con sellos mexicanos para abaratar costes, imprimiendo cada cual en su territorio. Nadie parece muy convencido de que eso vaya a impedir que se repita la jugarreta, ni tampoco hay mucha confianza en encontrar editoriales afines.

Otra queja común es que se han pagado vuelos, hoteles y comidas a una quincena de sellos, pero nadie se ha molestado en preparar un plan de promoción para dar a conocer la oferta editorial de Madrid a los lectores mexicanos. La única entrevista de los medios locales es colectiva y para la radio, con duración de un minuto y medio. Cuando planteas el problema, la organización responde que quizá la próxima vez se pueda hacer fondo común y contratar a un encargado de prensa que se ocupe de las editoriales españolas. Suena sensato, hasta que uno de los invitados más despiertos hace la pregunta del millón: "¿No se supone que de estas cosas se debería encargar gratis el Instituto Cervantes? ¿No les pagamos exactamente para eso?”

Las autoridades y estrellas españolas tampoco se lucen. Mauricio Valiente, tercer teniente de alcalde del ayuntamiento de Ahora Madrid, suelta un discurso sentido, pero cuando repasa la lista de editoriales invitadas queda patente su escasa familiaridad con el sector. Pronuncia mal Demipage y alude a Capitán Swing Libros, cuando todo el mundo dice Capitán Swing. Se le nota el esfuerzo y la escasa familiaridad para pronunciar otras. Cuando baja del estrado, varios editores les rodean para disputar la afirmación de que “el ayuntamiento de Madrid apoya la edición independiente”. ¿Su respuesta? “Yo solo he leído lo que han escrito mis asesores”. Antonio Muñoz Molina, ganador del premio Elena Poniatowska, suelta un discurso plúmbeo, campanudo y narcisista. Se presenta, de manera implícita, como modelo moral de una sociedad maniquea en profunda en decadencia. “No solo hay que denunciar los prejuicios del bando ajeno, sino sobre todo los del propio”, afirma. Demasiado desfachatez para alguien que jamás ha criticado a quien pudiera servirle de fuente de ingresos y que apoyó con entusiasmo la teoría del que el 11M fue obra de ETA. Intentamos escaparnos de la perorata, pero nos placa una de las organizadoras. “Muñoz Molina no es un escritor, sino un editorial de Juan Luis Cebrián con patas”, suelta con gracia un joven editor madrileño.

Posdata

Por supuesto, Ciudad de México es un lugar fascinante, donde se palpa el amor por la cultura. Por cualquier calle aparecen ecos de Juan Gabriel, divo de la canción popular recientemente fallecido, pero vivo en las portadas de revistas, en las drag queens que rinden tributo a sus himnos de desamor y hasta en la extraña estampa de ver a los mariachis de la plaza Garibaldi cantando con entusiasmo el 'Noa Noa', himno homosexual que desentona con sus exageradas maneras de machito. También se respira amor por la lectura en las librerías de viejo de la calle Donceles, donde se encuentran joyas a precios de risa. Por ejemplo, "Cultura obrera y sociedad de masas" de Richard Hoggart por cincuenta céntimos, 'La gran transformación' de Karl Polanyi por dos euros o toda la bibliografía de Vargas Llosa a la tres por título, como máximo.

Algo habrá contribuido la larga presencia de los exilados republicanos españoles, pero más todavía la larga tradición revolucionaria de este país. Impresiona el Palacio de Bellas Artes, los murales marxistas de Diego Rivera y la intensidad artística de Coyoacán. La mayoría de las personas con las que conversamos, casi todas del mundo de la cultura, tienen pocas o ninguna esperanza deber un cambio político. Más o menos un tercio de ellas meditan seriamente en hacer las maletas. Yo me vuelvo con una mochila con 32 kilos de libros de una exiliada española, enamorada del país pero harta del machismo, la pobreza extrema y del poder ilimitado de los ricos.

Plaza de Tahir. Zuccotti Park. Plaza de Taksim. Por supuesto, también la Puerta del Sol. Los espacios públicos emblemáticos del siglo XXI se han ido convirtiendo en lugares donde expresar la protesta social. Cuando te invitan, como autor, a la Feria del libro del Zócalo, tu primera reacción es un subidón por la oportunidad de conocer otras realidades socioculturales. En cambio, cuando vuelves a casa, después de hablar con todo tipo de mexicanos, la sensación es bien distinta. Te invade la sospecha (casi la certeza) de que la intensa y extensa programación de esta plaza, la más grande del país, esta diseñada precisamente para funcionar como emblema de encuentro y concordia, donde cualquier demanda política sería desactivada como un rechazo a la diversidad cultural.

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