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Noche cerrada en el Sáhara: bienvenidos al festival de cine más extremo del mundo
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Noche cerrada en el Sáhara: bienvenidos al festival de cine más extremo del mundo

FiSahara pone el foco en los pueblos ocupados, su historia y su resistencia, en una decimotercera edición en la que participan Vetusta Morla y Clara Lago

Termina el rezo y Mehdji cambia de una emisora a otra hasta dar con una canción que, si no fuese por el estilo de canto típicamente árabe -"mauritano", especifica-, podría pasar por 'country' o folk sureño. La caravana de todoterrenos empieza a ralentizarse y los más de veinte vehículos escoltados por los furgones militares del Frente Polisario van echando el freno a un lado de la carretera, estrecha y mal iluminada. Mehdji apaga el motor. Después de más de tres horas de traqueteo, rotondas rectas y adelantamientos, cuanto menos, valientes, los ocho pasajeros bajamos a estirar un poco las piernas. Aparcados en medio del desierto del Sáhara, es noche cerrada; a lo lejos se distinguen unas luces amarillas que imploramos anuncien el fin del trayecto. Ni una montaña a la vista. Alrededor, una llanura infinita de polvo y arena.

A las puertas del campo de refugiados saharauis, un cartel da la bienvenida a Dajla, flanqueado por soldados armados que saludan a la caravana con derrapes, preludio del comienzo el miércoles de la decimotercera edición del festival de cine Fisahara, la iniciativa que cada año lleva el cine, la música y el arte hasta uno de los cuatro campos de refugiados de la provincia de Tinduf, en una de las zonas más deprimidas del Sáhara Occidental. Cuatro días de actividades a los que pondrá el broche final Vetusta Morla con un concierto, la oportunidad ideal para tocar en directo su 'Saharabbey Road' ante el pueblo al que está dedicada.

'Saharabbey Road', de Vetusta Morla

A pesar de la oscuridad, el paisaje de Dajla se adivina amorfo, como derretido; hace un año, unas lluvias torrenciales disolvieron como una aspirina la mayor parte de la 'wilaya'. Los caminos sin asfaltar serpentean entre los restos de casas de adobe reducidas a una o dos paredes, con los -pocos- restos materiales del día a día de las familias que las ocupaban. Aquí la estructura de una cama, aquí una parabólica a medio enterrar. Tras la reconstrucción, al menos tienen electricidad en las jaimas y han podido desechar las baterías de coche que usaban como generadores. Una realidad que también ha venido a conocer Clara Lago, participante de esta expedición y preparada para entrevistarse con los medios convocados e impulsar la visibilidad de la situación de los campos.

Hace un año, unas lluvias torrenciales disolvieron como una aspirina la mayor parte de la 'wilaya'

Bahaha cuenta en su perfecto español que se ha pasado los últimos tres días construyendo un cuarto de baño, con un plato de ducha y una especie de placa de yeso en el suelo con un agujero como retrete. Todo para sus huéspedes extranjeros. Mientras, y a pesar de que son más de las dos de la madrugada, Nata prepara pasta con atún y verduras como cena de bienvenida, aunque ellos ya hayan cenado. Bahaha tiene 24 años y es el pequeño de ocho hermanos, aunque sólo quedan aquí Nata, Mul.la, Moulaise, Baba y él. Cuando era pequeño, pasó varios años de acogida en España. Presume de un castellano casi perfecto, aprendido de año en año. Igual que Mul.la y Baba, que además ha estudiado Relaciones Internacionales en la Universidad de Argel, pero que ahora se dedica a reconstruir las casas con bloques de adobe que él mismo hace. “¿Sabéis por qué los saharauis son tan inteligentes?”, bromea Bahaha. Se ríe, coge aire y se prepara el final del chiste. “Son tan inteligentes que dicen que ya han encontrado su tierra, ¡y está en medio del desierto!”.

El chico se ha cortado el pelo con un peinado que podía haber salido de las tijeras más hipsters de Malasaña. “Es que yo soy español”, presume. Y es que el miércoles es un día importante para la familia: el mismo día de la inauguración de FiSahara, su prima Maimud se casa y esperan más de 70 invitados. Mul.la coge una bolsa con gafas de sol rotas y juntos intentan arreglarles las patillas para llevarlas a la fiesta. Además, el 12 de octubre también coincide el Día de la Unidad Nacional del Sáhara y, antes de que Brahim Gali, presidente de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática), inaugure el festival y se proyecten las primeras películas -desde 'Un día perfecto' de León de Aranoa a 'Kung Fu Panda'-, la 'wilaya' ha organizado un desfile en el que mujeres y niños -mayoritariamente- piden con bailes y banderas el reconocimiento de los saharauis como pueblo independiente de Marruecos.

La inauguración de FiSahara coincide con el Día de la Unidad Nacional del Sáhara y la boda de Maimud

A las cinco de la mañana, todos los días suena la llamada al rezo. El 'athan' ha conseguido un megáfono potente y su voz culebrea entre las 'dahiras' -barrios- de Dajla. Empieza la actividad en las casas, los ruidos de los cacharros, el balar de las cabras en los establos de los patios, construidos con alambres y tablones de madera. Antes del mediodía, el camino principal del campo se llenará de familias, de colegios, de soldados del Frente Polisario y de medios de comunicación.

El sonido rítmico de los tambores de guerra marca el paso del desfile: ancianos que portan sobre sus cabezas una gran bandera del Sáhara Occidental, hombres montados a camello y mujeres engalanadas y adornadas caminan moviendo los brazos y las caderas y que, de vez en cuando, lanzan al aire un 'zaghareet' -el grito festivo marca de la casa- y niños que agitan globos, banderas y pancartas pidiendo un Sáhara libre. En la retaguardia, los payasos de Pallasos en Rebeldía hacen números malabares y cabriolas y entretienen al respetable que lleva varias horas a 37 grados bajo un sol abrasador.

Desde lo alto del escenario, el Ghali lanza un discurso encendido a favor de un "referendum democrático con todas las garantías para conseguir una descolonización definitiva"

Cuando el sol empieza a caer, comienza la hora del cine, de FiSahara. El día de la inauguración la gente se agolpa dentro de un edificio largo y amplio, con soldados custodiando todas las entradas, a la espera de la llegada del presidente. Desde lo alto del escenario, el Gali lanza un discurso encendido a favor de un "referendum democrático con todas las garantías para conseguir una descolonización definitiva". También agradece la presencia de los voluntarios, los artistas y la prensa extranjera que han acudido a este encuentro cultural en medio del desierto y que, año tras año, se consolida como un encuentro imprescindible alrededor de la cultura saharaui. Porque la cultura es un potente megáfono para dar a conocer la lucha de los refugiados.

Para estos cuatro días, esta edición de FiSahara, centrada en los 'Pueblos ocupados: memoria y resistencia', ha desplegado tres grandes pantallas de cine, una en un espacio cerrado y dos al aire libre que congregan cada noche a los espectadores -en un número inversamente proporcional a la fuerza del viento siroco-, sobre todo a jóvenes que pululan de un lado a otro y discuten y comentan las películas. Películas venidas de todo el mundo -incluso de la Amazonía ecuatoriana- que muestran los conflictos de los pueblos oprimidos y los planteamientos que proponen para salir de una situación de miseria, ya sea económica, social o de derechos humanos.

Porque el pueblo saharaui puede encontrar un eco en la resistencia de los kichwas de Sarayacu contra el sometimiento -y el expolio- del Gobierno central

Porque el pueblo saharaui puede encontrar un eco en la resistencia de los kichwas de Sarayacu contra el sometimiento -y el expolio- del Gobierno central en 'Voces de la Amazonia' (2015) o en la búsqueda del crecimiento personal de dos jóvenes gazatíes en 'Fuera de plano' (2011). Miradas hacia regiones decolonizadas, sociedades oprimidas y jóvenes con aspiraciones aplastadas por una construcción burocrática y una tradición hostiles. De la India a Sudamérica, pasando por Irak, Sudáfrica o Malaui. Pero el cine no sólo es gravedad; también puede ser entretenimiento. Películas de Pixar -como 'Wall-E'- proyectadas para niños y jóvenes que, aunque cuentan con móviles con acceso a internet, no tienen televisión en sus jaimas.

Cuando acaban las proyecciones, es boca de lobo en el campamento: no hay alumbrado. Hay que atravesar las dunas linterna en mano. Las calles de arena no tienen nombre, así que hay que tirar de memoria: gira a la derecha en el coche volcado, todo recto al pasar el depósito de agua, una alambrada, un socavón y a la izquierda. Baba, que se ha puesto una chaqueta de pana negra, se frota los brazos. El siroco sopla con ganas y la arena se mete en la boca. Baba se acuerda de cuando estuvo en Galicia, del pulpo y la empanada. Luego explica la geopolítica argelina y el nacimiento del Frente de Liberación Nacional argelino, uno de los temas de su máster.

Baba cuenta también como el año pasado, con las lluvias, tuvieron que sacar los muebles corriendo mientras las paredes de su jaima se iban disolviendo y el techo se venía abajo. Enseña un vídeo que ha hecho con el móvil: música de piano y diferentes cortinillas dan paso a fotos donde se ven los destrozos de las inundaciones. "Lo quiero tener para acordarme". Cuando acaba el vídeo me enseña una foto de Lillian Randolph. "¿Sabes quién es? ¿Has visto alguna vez los 'cartoons' de 'Tom y Jerry'? Es la señora a la que solo se le ven los pies, la que persigue a Tom. ¿Lo sabías?". No, hace ya más de cinco minutos, cuando giramos al pasar el coche volcado, o quizás incluso desde el momento en el que pusimos el primer pie en Dajla, que me he dado cuenta de que saber, no sé nada.

Termina el rezo y Mehdji cambia de una emisora a otra hasta dar con una canción que, si no fuese por el estilo de canto típicamente árabe -"mauritano", especifica-, podría pasar por 'country' o folk sureño. La caravana de todoterrenos empieza a ralentizarse y los más de veinte vehículos escoltados por los furgones militares del Frente Polisario van echando el freno a un lado de la carretera, estrecha y mal iluminada. Mehdji apaga el motor. Después de más de tres horas de traqueteo, rotondas rectas y adelantamientos, cuanto menos, valientes, los ocho pasajeros bajamos a estirar un poco las piernas. Aparcados en medio del desierto del Sáhara, es noche cerrada; a lo lejos se distinguen unas luces amarillas que imploramos anuncien el fin del trayecto. Ni una montaña a la vista. Alrededor, una llanura infinita de polvo y arena.

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