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Aramburu, sobre 'Patria': "Yo pude caer en ETA como cualquier otro joven vasco"
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el escritor donostiarra publica 'patria'

Aramburu, sobre 'Patria': "Yo pude caer en ETA como cualquier otro joven vasco"

Víctimas, asesinos, las tardes de buses ardiendo y fúnebres heroicidades, la lluvia, el dolor, la cobardía y la muerte se cruzan y persiguen en su última novela

Foto: Fernando Aramburu. (EFE)
Fernando Aramburu. (EFE)

Cuando Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) se metió en el berenjenal de contar la historia de casi medio siglo de violencia de ETA en una novela monumental de 600 páginas titulada lacónicamente 'Patria' (Tusquets), no le quedó más remedio que organizarse. Cerraba el capítulo 60 y al día siguiente regresaba al 45, cambiaba los nombres de los personajes, se equivocó y atribuyó durante varias páginas unos hechos al tipo equivocado, emborronó un panel enorme en su habitación con prolijas líneas argumentales que iban del año 1963 a 2012, asignó a cada uno de los nueve protagonistas los capítulos concretos que iban a protagonizar para que ninguno tuviera más que otro, evitó 'in extremis' que alguien fuera al colegio antes de haber nacido... Y sin embargo, tan tenaz actividad se subordinó a otra aparentemente más obvia pero crucial para él: el lenguaje. "Debía evitar a toda costa que un analfabeto se expresara como un catedrático de filosofía".

Foto: El escritor vasco Fernando Aramburu (EFE) Opinión

Aramburu se atribula un poco al dar estos detalles técnicos, "de los que el lector no tiene por que ser consciente". Le interesa el resultado, la historia, el relato. Porque "si los novelistas hemos sido los últimos en llegar, somos los destinados a dejar las palabras perdurables sobre lo ocurrido en Euskadi todos estos años". Y no hay ninguna duda, 'Patria' perdurará. La irrupción de esta novela de inédita ambición implica dos apuestas tan disímiles como finalmente compatibles y triunfales. Por un lado, la panorámica global que sobrevuela a todo tipo de personajes, desde la viuda incansable en busca de respuestas al terrorista, gañán, asesino y finalmente arrepentido. Por el otro, y tal es la dulzura cautivadora de su lectura, la simplicidad con la que recoge el lenguaje y los modos de vida, desde las tardes de lluvia al pescado rebozado que deja escapar una nubecilla de vapor al romperse.

A Bittori le mataron a su marido el Txato después de hacerle la vida imposible en el pueblo con pintadas, amenazas y amistades esfumadas. A Miren, su álter ego, le encerraron a Joxe Mari, el hijo terrorista, en una lejana prisión andaluza, inoculándole así un fanatismo sobrevenido de madre doliente y fiel. Hijos, parejas, vecinos, el cura ladino y halitósico, el tabernero que señala objetivos, las tardes de autobuses ardiendo y fúnebres heroicidades en San Sebastián, otra vez la lluvia, el dolor, la cobardía, la muerte.

PREGUNTA. Hay un momento en ‘Patria’ en el que Joxian se encuentra con el amenazado y luego asesinado Txato, que hasta entonces ha sido su mejor amigo. Le explica que desde que han aparecido las pintadas contra él en el pueblo ya no puede saludarle porque “le traería problemas”, pero que le saludará con el pensamiento. Y el Txato le responde: "¿Alguna vez te han dicho que eres un cobarde?". ¿La historia de ETA es una historia de matones y cobardes y poco más?

RESPUESTA. En parte, sí. Pero lo que yo ofrezco al lector es una ficción, ese episodio en concreto me lo he inventado. Eso no quiere decir que fuera imposible, porque en ese caso yo no lo hubiera introducido. Y a continuación extrapolamos, cometemos el error de Don Quijote que ataca el Teatro de Títeres por considerar que la ficción es real. En esa sociedad vasca en la que imperaba la violencia, y no me refiero solo a la violencia más llamativa, a la que llegaba a los periódicos, sino también a otra de tipo más cotidiano, hubo una gama muy amplia de comportamientos. Esos comportamientos no interesan a la historiografía por ser subjetivos y quedar fuera de su potestad. Esa es la mía, la del escritor de novelas. Yo estoy llamado a indagar en la condición humana desde la palabra escrita. Y la condición humana no se puede describir sin tener también en cuenta los comportamientos de las personas, lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Así, una novela no responde a la pregunta de qué pasó —que también—, sino a la de ¿cómo se vivió aquí? Y el lector se pone entonces en la situación de preguntarse: ¿qué habría hecho yo?

Aramburu espera al periodista en un hotel madrileño a última hora de la tarde, recién llegado de Alemania, donde reside desde hace ya tres décadas. Lleva todo el día largando sin parar a los medios y avisa que tiene la batería gastada. Para animarlo, el periodista arriesga una interpretación de su novela y mete la pata. "Qué pasa, ¿que sin querer te has respondido tú? Jajaja". Ok, pero ya vuelve a estar animado. A por él.

P. Por cierto que la 'omertá' que durante tantos años se enseñoreó del País Vasco pareció afectar también a la literatura sobre lo ocurrido, impresionantemente escasa para tan graves sucesos. Apenas un puñado de páginas, algunas de ellas escritas por usted. ¿Los escritores vascos pagaron su propio impuesto revolucionario con silencio? ¿Fueron tan cobardes como los demás?

R. Es que ese colectivo de escritores vascos no existe, no forman un grupo homogéneo. Existen vascos que escriben. De hecho, se supone que el escritor es aquel que se va a expresar desde una perspectiva propia. Si no lo hace, no está cumpliendo con su tarea. Y así lo que escriben unos se completa con lo que escriben otros. Ha habido escritores cómplices con el terrorismo, es evidente, han puesto su escritura al servicio de una causa. Es muy difícil dar frutos valiosos desde esa perspectiva, entre otras cosas porque no es la perspectiva de un hombre libre. Y después naturalmente ha habido miedo. Cómo no lo va a haber entre agresiones y asesinatos. A mí no me gusta juzgar desde la posición de uno que vive lejos a los hombres concretos que sufrieron esta situación. También es cierto que los escritores necesitamos un recorrido mayor que, por ejemplo, los periodistas que narran la actualidad. Pero nosotros introducimos en nuestros hábitos la humanidad completa, que decía muy perspicaz Ernesto Sábato. Conseguir esto no está al alcance de cualquiera. Uno lo intenta y puede fallar. De manera un tanto exculpatoria, entiendo que los escritores hayamos sido los últimos en llegar. Pero nosotros estamos llamados a dejar las palabras perdurables. Cuando nuestro testimonio tiene calidad estética, se convierte en universal. Recuerdo que cuando yo veía el 'Guernica' en los libros de texto con 10 años, ya me hacía una idea concreta de quiénes habían sido los malos durante la Guerra Civil. El hecho estético es irrebatible.

"Ha habido escritores cómplices con el terrorismo, es evidente, han puesto su escritura al servicio de una causa. No eran hombres libres"

P. A propósito de la Guerra Civil. ‘Patria’ arranca con el final de la violencia armada y con la negativa de una viuda a aceptar el olvido como pilar fundamental de los nuevos tiempos. Se me ocurre una analogía con las víctimas la Guerra Civil. Los del bando nacional pudieron llorar a los suyos, mientras que los del republicano tuvieron que enjugar sus lágrimas durante cuatro décadas. ¿Las víctimas de ETA pueden hoy en Euskadi llorar en paz?

R. Las heridas todavía están abiertas y supurantes. Se siguen produciendo homenajes a presos de ETA liberados y en el pueblo los reciben con música y ceremonias de ensalzamiento. Puedo imaginarme que a una persona a la que le hayan matado al padre ese tipo de escenas le reproduzcan el dolor. Que no haya atentados, sin duda alivia, aunque no tenemos la garantía de que no se vayan a volver a producir. Pero en la sociedad se nota que se han perdido la crispación y el miedo cerval que había hace unas décadas. Si a esta situación se le puede llamar 'paz'... No sé, no tengo prisa por ponerle un calificativo a la situación actual, en la que sí veo un deseo natural de distanciarse de aquella violencia. Un deseo natural que no es propiamente vasco, se da en todas las sociedades en las que ha habido conflictos sangrientos.

P. Pero su punto de vista es esperanzador. No vamos a destriparle al lector el final de la novela, pero apunta a un final positivo que sí parece un trasunto de su propia esperanza.

R. No quiero trivializar el concepto de la esperanza. Algo positivo hay al final de 'Patria', es cierto. Recuerdo que una víctima del terrorismo me acompañó en la presentación de ‘Los peces de la amargura’ y al final me amonestó porque no dejé un hueco a la esperanza. Esta fue una lección muy importante para mí. Negar la esperanza es negar cierto triunfo que la víctima se reserva para sí. Yo he aprendido mucho hablando con las víctimas, me han dado grandes lecciones. Cené una vez con un grupo de víctimas y, vaya, si no me hubieran dicho lo que eran, habría pensado que era una despedida de soltera. No paraban de reír. En aquel ambiente en el que no tenían que explicar nada, porque todas habían compartido un mismo destino, había alegría, risas. Yo, que todavía era inmaduro, no lo comprendía, pensaba que debían vivir en un funeral constante. Hasta que aprendí que esa alegría era algo que no se habían dejado arrebatar por sus agresores.

"La alegría y la esperanza de muchas víctimas es algo que no se han dejado arrebatar por sus agresores"

P. La estructura de ‘Patria’ esconde bajo su aparente simplicidad un trabajo ambicioso. No hay un centro, tampoco en realidad un protagonista, es la comunidad eterna la que, armada como un puzle de voces, cuenta y se cuenta a sí misma. Víctimas y victimarios. ¿La panorámica global se le antojó imprescindible?

R. Totalmente, no puede haber víctimas sin agresores. Y desde el momento en el que intervienen agresores, en la novela hay que llenarlos también de vida.

P. Pero, en un tema tan marcado, vestir la piel de la viuda Bittori no parece tan agradable como hacer lo propio con la del asesino Joxe Mari.

R. No es verdad que el escritor se meta en la piel de sus personajes. Lo que el autor hace es ordenar las palabras de tal manera que obren un efecto determinado en la conciencia del que lee. Yo no soy de los que afirman que escriben para sí mismos, eso no es verdad. Y creo que quienes dicen eso no terminan de explicar bien lo que quieren decir. Desde el momento en el que uno respeta las normas gramaticales, acepta que ese texto pueda ser descifrado por otra persona. Ahora, quizá tampoco un escritor tiene que llegar al grado al que llego yo, porque yo tengo todo el rato presente al lector. Y pienso, vamos a ver cómo le introduzco esto, le voy a crear una expectativa, voy a darle unos párrafos de frases simples, luego una larga… Todos esos efectos están calculados, considerando que al otro lado del escritorio hay un lector, un lector naturalmente fantasmal que quizá se parezca demasiado a mí.

P. Su perfil del etarra encaja en esa categoría de Arendt que señala la banalidad del mal. El terrorista, lejos de ser heroico o especial, no era más que el bruto del pueblo, el mismo chaval envenenado de testosterona y odio que disparaba perdigones a los perros. El problema de esta tesis es que resulta demasiado atractiva para los que nos consideramos inteligentes. Si eras inteligente, inquieto, leído, etc, ¿estabas completamente a salvo de caer en las redes de ETA? O de otra manera, ¿lo estuvo usted?

R. No, no, no, yo estuve tan expuesto como otros jóvenes vascos de mi edad a la doctrina, a la presión grupal, pero por determinadas razones no caí. Pero otros chavales de mi barrio cayeron y entraron en aquella espiral de la que ya no se podía salir. De ETA no se podía salir vivo. Me pongo a pensar qué salvó al muchacho vasco inmaduro con las hormonas alteradas que yo era. ¿Por qué no fui de ETA? Tal vez por haberme criado en una ciudad donde el control sobre la gente es mucho menor que en un pueblo, donde te quedas sin amigos. Luego pienso también en la base cristiana de mi juventud, que reconozco desde mi ateísmo actual. La idea de que uno tiene que hacer el bien a los demás, la empatía con aquel que sufre. Y por supuesto viajar, conocer otros mundos, otras sensibilidades.

"¿Por qué no fui de ETA? Tal vez por haberme criado en una ciudad donde el control sobre la gente es mucho menor que en un pueblo"

P. Es un tema manido, pero ¿por qué cree que en los lugares donde anida el nacionalismo la Iglesia católica suele ser uno de sus principales valedores? ¿Son la religión y el nacionalismo ramas del mismo árbol?

R. Don Serapio es uno de tantos curas, aunque también hubo curas con escolta. Pero es cierto, como bien mostraba un reportaje demoledor de Antena 3, que el 70% del clero vasco es nacionalista.

P. Su novela se titula ‘Patria’ y la patria parece en ella el virus maligno que envenena todo lo demás, desde la convivencia a la amistad.

R. Absolutamente, el nacionalismo siempre pone un filtro. Siempre es tradicionalista, medieval, romántico, sacraliza la tierra. Y llevado a la política, el nacionalismo es muy peligroso.

P. Ha afirmado también que Otegi es un hombre del pasado. Pero en realidad Otegi representa a una izquierda 'abertzale' que no parece muy diferente con o sin él. ¿Es la izquierda 'abertzale' en su conjunto la que pertenece al pasado, como quizá demuestra el corrimiento de votos de la izquierda hacia partidos nacientes menos identitarios como Podemos?

R. La izquierda 'abertzale' sigue siendo indentitaria pero incorpora caras nuevas, cambios estratégicos, de los cuales yo no creo capaz a Otegi. Arrastra un pasado que es el que es. No tiene credibilidad, pero tampoco me parece un hombre importante. De hecho, intenta remedar el nuevo lenguaje de los tiempos, pero no le sale, se le escapó el tren.

Acaba la entrevista. Fernando parará unos días después en el País Vasco para presentar su novela. ¿Qué espera de su recepción allí? "A algunos les gustará más y a otros menos, claro. Pero hay ciertos desagrados que no solo no me incomodan sino que me agradan. Lo que de verdad me preocuparía es que la novela le gustara a los violentos".

'Patria'. Booktrailer

Cuando Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) se metió en el berenjenal de contar la historia de casi medio siglo de violencia de ETA en una novela monumental de 600 páginas titulada lacónicamente 'Patria' (Tusquets), no le quedó más remedio que organizarse. Cerraba el capítulo 60 y al día siguiente regresaba al 45, cambiaba los nombres de los personajes, se equivocó y atribuyó durante varias páginas unos hechos al tipo equivocado, emborronó un panel enorme en su habitación con prolijas líneas argumentales que iban del año 1963 a 2012, asignó a cada uno de los nueve protagonistas los capítulos concretos que iban a protagonizar para que ninguno tuviera más que otro, evitó 'in extremis' que alguien fuera al colegio antes de haber nacido... Y sin embargo, tan tenaz actividad se subordinó a otra aparentemente más obvia pero crucial para él: el lenguaje. "Debía evitar a toda costa que un analfabeto se expresara como un catedrático de filosofía".

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