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Dcode o el triunfo de los contables, el festival más soso e incoherente de Madrid
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la ley del mínimo esfuerzo

Dcode o el triunfo de los contables, el festival más soso e incoherente de Madrid

La temporada veraniega de festivales cierra (mal) en la capital con una cita de retales

Foto: Love of lesbian estarán en el Dcode. Foto: EFE David Borrat
Love of lesbian estarán en el Dcode. Foto: EFE David Borrat

España lleva dos décadas celebrando festivales para “modernos”. A pesar de ello, parece que nos falta responder a una pregunta clave: ¿qué debemos exigirle a un acto de este tipo? Lo primero, sin duda, es cierta coherencia. No que se ciña a un género musical concreto, sino que tenga una oferta reconocible. Rototom es el festival de los adictos a la música jamaicana, Primavera Sound el del underground anglosajón y el Sónar fue hecho a medida de los cluberos obsesionados por seguir las modas.

Dcode, en cambio, parece un tenderete de retales donde se combinan un par de superventas que aseguran un mínimo nivel de entradas (Bunbury, Love of Lesbian) con cualquiera que esté de gira por Europa a finales del verano, desde bandas tan mediocres como Eagles Of Death Metal (revisión simplona y kitsch del rock setentero) hasta los insulsos Jungle (combinación infernal de Groove Armada y Level 42), pasando por la joven Zara Larsson, que suena como un robot diseñado por un ejecutivo de radiofórmula (“Lush Life” convence por su chispa pop, pero “Never Forget You” es una de las baladas más previsibles y anodinas del siglo). El cartel de este Dcode, que se celebra desde este sábado diez de septiembre en la universidad Complutense (Madrid), ofrece un noventa por ciento de canciones ramplonas y un diez entre aceptables y memorables.

Lush Life

Cartel sin amor

Estamos ante uno de esos festivales de segunda división, que parecen construidos con la lógica de “¿cuánto es lo mínimo que podemos gastar para tener el recinto lleno?” La oferta artística se enfoca como algo secundario, dada la abundancia de grupos de relleno. Dicho de otra forma: estamos ante el triunfo de los contables sobre los programadores. No tengo especial aprecio por citas como Benicàssim, Sónar y Primavera Sound, pero hay que reconocer que sus responsables iniciales (en muchos casos, aún en el puesto) son verdaderos amantes de la música. Podrán tener un sesgo anglófilo y elitista, pero en su primera década los directivos vibraban con los artistas a los que contrataban (ahora más bien lo hacen con la mitad del cartel, cediendo la otra a artistas que aseguran taquilla).

En cambio, dudo seriamente que los encargados del Dcode estén emocionados con la parrilla que presentan (más allá de un par de excepciones). Se trata de un festival para cumplir, hacer caja y que los veinteañeros cool pasen el sábado contándose el verano con los colegas, con música trendy de fondo. Tan legítimo como tristón. Hagan la prueba de buscar a alguien cuyo festival preferido sea el Dcode.

Ley del mínimo esfuerzo

El negocio de la música es uno de los menos transparentes, especialmente en España, donde no existe una publicación que recoja la realidad económica del sector. Sabemos cuánto ha costado el traspaso de Pogba, los detalles de la declaración de renta de Messi y que Gareth Bale aspira a ingresar diecisiete millones anuales, lo mismo que su compañero Cristiano Ronaldo. En cambio, resulta tortuoso o directamente imposible averiguar de fuentes oficiales el caché de los artistas y sueldo de directivos de un festival de música. O si la marca patrocinadora les regala las cervezas que venden a cuatro euros. O la remuneración y protección laboral de los curritos de a pie.

Basándome en mi experiencia y alguna fuente fiable, diría que el presupuesto del DCode ronda el millón de euros, en unos tiempos en que cualquier cabeza de cartel potente pide medio millón. Eso hace que podamos calificar la cita madrileña como un macroconcierto de “bajo coste”. No nos confundamos: un festival o ciclo musical barato puede tener una oferta estimulante, pienso en el LEV de Gijón, Pirineos Sur en Huesca o el Mutek de Barcelona. El problema es que la propuesta del Dcode apesta a “ley del mínimo esfuerzo”.

Uptown Funk

Excepciones al sopor

No seamos implacables: también habrá sonidos de altura mañana sábado. Sobre todo, Mark Ronson, que se ganó un lugar en la historia de la música soul por su emocionante producción de 'Back To Black', el clásico de Amy Winehouse. También es capaz de facturar maravillas como 'Uptown Funk', una mezcla perfecta de Chic y Michael Jackson, con Bruno Mars como vocalista. Ronson es uno de esos pocos blancos capaces de enfocar la música como un negro. Apuesto a que será el momento de mayor voltaje del festival.

En un registro más tranquilo, destaca el pop susurrado de M. Ward, un compositor que rebosa maestría y calidez. Poco más que rascar en el plano artístico. ¿Quieren saber un cotilleo creíble sobre los motivos del aburrido cartel? La organización confiaba en poder contratar algunas estrellas y delicatessen del Lollapalooza Berlín, que se celebra los días 10 y 11 de septiembre en Tremptower Park. Por allí pasarán nombres de relumbrón (los progresivos Radiohead), discjockeys cotizadísimos (Paul Kalkbrenner, Dimitri Vegas & Like Mike) y clásicos tecno-pop (New Order). El problema fue la falta de disponibilidad de vuelos entre Madrid y Berlín que se ajustasen a los horarios necesarios. Resulta revelador que ningún grupo del domingo se haya incorporado al cartel de la cita madrileña. Da igual que la organización admita o no su flojera: mejor asistir al Dcode con las expectativas bajas, ya que no ofrecen grandes motivos para el entusiasmo.

Rave On

España lleva dos décadas celebrando festivales para “modernos”. A pesar de ello, parece que nos falta responder a una pregunta clave: ¿qué debemos exigirle a un acto de este tipo? Lo primero, sin duda, es cierta coherencia. No que se ciña a un género musical concreto, sino que tenga una oferta reconocible. Rototom es el festival de los adictos a la música jamaicana, Primavera Sound el del underground anglosajón y el Sónar fue hecho a medida de los cluberos obsesionados por seguir las modas.

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