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"Llamadme Don". Una mañana con el escritor vivo más importante del mundo
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"Llamadme Don". Una mañana con el escritor vivo más importante del mundo

El novelista estadounidense Don DeLillo analiza las claves de su nueva novela

Foto: El escritor estadounidense Don DeLillo (EFE)
El escritor estadounidense Don DeLillo (EFE)

Con paso pausado, siguiendo discreto a la responsable de prensa de Seix Barral, llega Don DeLillo al mirador del CCCB de Barcelona. "Llamadme Don" dice nada más empezar, sin saber que el siempre paradójico lenguaje le impone, al menos en castellano, este tratamiento de respeto que él rechaza. Y es que si hacemos caso a Platón y los nombres hacen a las cosas, DeLillo no podría llamarse de otra manera...

El gran narrador contemporáneo, el señor de las letras norteamericanas o, como decía en el 2011 Eduardo Lago, el escritor más relevante en lenguaje inglesa junto a Thomas Pynchon, Cormac McCarthy y Philip Roth. DeLillo es, después de Pynchon, el más joven de los cuatro: nacido en 1936, está a punto de cumplir los ochenta años; a diferencia de Roth, "espero volver a escribir y publicar, no tengo ninguna intención de retirarme”, afirma con rotundidad DeLillo, si bien no tarda en matizar que una cosa es querer seguir escribiendo y otra, muy distinta, tener algo de lo que escribir 'Cero K' me ha ocupado muchos años”, en concreto cuatro años en los que el autor, ha ido reordenando una gran cantidad de material, "tenía una altísima columna de páginas escritas”, para dar forma a su última novela, una historia que, como él mismo dice, tiene “una extensión estándar”. Cuatro años de trabajo en un único texto, le llevan a preguntarse si “una vez vuelva a tener el tiempo necesario para volver a trabajar, ¿tendré una idea sobre la cual escribir? Para poder escribir antes necesito tener ideas que me convenzan y que creo que valgan la pena para poder seguir”.

La crítica ha sido unánime con respecto a 'Cero K', considerada por muchos el regreso de Don DeLillo tras alguna novela definida como menor ante el hito conseguido con 'Submundo', considerada su obra principal. Que el logro narrativo conseguido con esta novela en 1997 sea difícilmente repetible resulta una obviedad, lo que resulta más discutible es que el recorrido literario de DeLillo haya verdaderamente sufrido aquellos desniveles afirmados por algunos. Y lo que resulta todavía más discutible, si bien el autor niega todo posible a priori y rechaza, a pesar de insistirle, teorizar acerca de su obra -"cuando escribo pienso en los personajes y en la lengua, no me planteo grandes cuestiones de forma previa. Cuando escribo, el lenguaje fluye y yo le sigo"- es leer 'Cero K' como un regreso y no como una continuación de la que algunos consideran la tercera fase dentro de su producción, una tercera fase que comenzaría con 'The Body Artist', publicado en 2001 y continuaría con los ensayos de 'Contrapunto' y con 'Punto Omega', la novela que precede en 'Cero K'. El punto en común de todos estos trabajos es el arte y la investigación acerca del arte conceptual como vía nunca metafórica -"nunca me preocupo de que las novelas en las que trabajo tengas relación con novelas anterior, si pasa, pues pasa, pero no es algo a propósito", puntualiza el autor- de indagación.

Criogenización al alcance de todos

"No estoy muy seguro de que tenía al escribir 'Cero K' la sociedad americana en mente, más bien tenía una idea global de la extensión de la vida", comenta DeLillo, que en esta última novela plantea la cuestión de la posibilidad de la prolongación de la vida, incluso de la inmortalidad de la misma, a partir de la crionegización. Un gran laboratorio subterráneo, Convergence, en una zona desértica y remota del Uzbequistán, es el marco espacio espacial escogido por el autor para indagar en las relaciones familiares, en concreto, las relaciones entre un padre Ross, ideólogo de Convergence, y su hijo, Jeff a partir de la idea de la muerte y de la pérdida. “Una vez que tuve la idea de que Convergence tenía que ser una especie de instalación soterrada en un lugar muy remoto, allá por Uzbequistán, donde la ley no siempre se aplica, característica que me parece muy importante destacar, tuve claro que el corazón de la novela explica la historia del padre del protagonista que de manera voluntaria se deja inducir a la muerte: no está enfermo, no está a punto de morir, pero quiere someterse al proceso de crionización. Digamos, quiere morir voluntariamente".

Los científicos y los filósofos se han preguntado por qué morimos, ¿morimos por qué no hay otra alternativa? ¿Morimos por qué siempre sido así?

Si en 'Ruido de fondo', los dos protagonistas Jack Gladney y su mujer Babette buscaban en el novedoso tratamiento Dylar la manera de superar el miedo a la muerte, en 'Cero K', Ross ya no busca superar el miedo a la muerte, sino negarla. "La ciencia y la tecnología siempre han buscado la idea de poder alargar la vida y, sobre todo, la idea de la inmortalidad, algo que a priori es imposible. Los científicos así como los filósofos se han preguntado por qué morimos, ¿morimos por qué no hay otra alternativa? ¿Morimos por qué siempre sido así?".

Para los gemelos Stenmark, pareja de personajes cómica y paradójicamente teóricos del proyecto Convergence, "la muerte es un artefacto cultural" y, por lo tanto, algo que puede evitarse, aunque "la muerte es un hábito que cuesta romper". Los Stenmark reflejan la paradójica y la contrariedad del proyecto de criogenización “su modo de presentarse es cómico en cuanto, si bien dicen cosas serias, ellos no pueden considerarse como personas con gran legitimidad, son como aquellos cómicos del Stand Up Comedy, propio de los Estados Unidos”, comenta DeLillo, subrayando lo paradójico que resulta el hecho de que los gemelos, “confirmen que ellos entrarán dentro del proceso de criogenización, pero no parezcan del todo felices al respecto, en cuanto por entonces serán mayores, estarán enfermos y solo les quedará confiar en la tecnología”. La infelicidad irónica de los dos gemelos se hace particularmente patente cuando ellos mismos afirman que, tarde o temprano "emergerá una religión de la muerte, a modo de respuesta a la prolongación de nuestras vidas". ¿Es precisamente la muerte aquello que da sentido a la vida? Y, como los propios Stenmark se preguntan, ¿Qué será de Dios en una sociedad sin muerte?

La muerte es un hábito que cuesta romper

"La religión en una sociedad donde hay muerte es una cuestión muy profunda. Si fuera una realidad la posibilidad de la no muerte ¿qué pasaría con la noción de la vida espiritual? ¿Pensaríamos en una posible vida después de la muerte, como momento de reunión con los seres queridos frente a la divinidad? No lo sé, puede que lo espiritual se modificaría dando pie a otro tipo de noción global que no sabría decir cuál", cuenta el escritor.

Las dudas de DeLillo en contestar son los interrogantes que deja en 'Cero K', donde la religión a penas se insinúa, funcionando con subtexto que recorre toda la narración sin nunca alcanzar la profundidad. DeLillo no habla de la religión, obvia voluntariamente el tema, centrando su atención en la ciencia, a la que tiempo atrás había definido como el becerro de oro del siglo XXI: "sabemos que existen instalaciones como la de Convergence y sabemos que los científicos desarrollan sus investigaciones en ámbitos similares a los que se describen en la novela y la posibilidad de que la gente se congele para posteriormente ser restituida a la vida está en la mente, no es mera fantasía", si bien, como comenta poco después, Convergence no nace de una visita a estas instalaciones, sino que “es casi por completo fruto de mi imaginación. Yo lo visualicé como si fuera una película, pensé en las películas de Antonioni, por ejemplo. Toda la idea de las pantallas que bajan en los pasillos está relacionado con este concepto de lo visual”.

Antonioni está en la casa

Una estaría tentada de pensar en la enigmática 'Desierto rojo' o en esa historia de improvisa desaparición narrada en 'La aventura', películas de Antonioni que parecen gravitar precisamente en torno a lo inexplicable de la existencia humana y a la percepción que de ésta se tiene. DeLillo juega con igualmente con el enigma; sin poder determinar cuánto hay de pose y cuánto hay de honesta creencia de que ni tan siquiera él sabe exactamente los misterios que esconden sus narraciones –"cuando hablo de mis novelas, me descubro diciendo cosas que no sabía"-, el autor de 'Cero K' repite, en más de una ocasión, que hay escenas y momentos de la novela a las que no sabe atribuir un significado concreto: “Hay un momento, al final de la primera parta, en la que Jeff observa en una de estas pantallas un grupo de gente que corre hacia ninguna parte y sin propósito alguno. De repente, estas personas salen de la pantalla y están en el pasillo, frente a Jeff, en tres dimensiones. ¿Qué significa esto? No lo sé exactamente”.

Hay algo de impostación, DeLillo sabe más de lo que dice y, sobre todo, sabe que es precisamente ese no saber el eje literario de 'Cero K'. Si en el 2011 sostenía que “la creación artística es una suerte de fuga para intentar descifrar el misterio de la muerte, la máxima aspiración de toda obra”, ahora, en 2016, al mencionarle esas palabras, asiente: “Creo que hay mucha verdad en estas palabras. Esto es lo que siento cuando trabajo, pero lo siento de una manera diferente, es decir, no lo planteo desde un principio, sin embargo, sí es cierto que todas mis novelas abrazan esta idea de la muerte e intentas profundizar en ella”.

Y en 'Cero K' esta profundización es vehiculada a través del concepto de instalación en una doble acepción: la instalación artística y la instalación del laboratorio. DeLillo sobrepone las dos acepciones y define Convergence como "una obra de arte en tres dimensiones, una obra que incluye puertas sin marcos, pantallas que bajan desde el tejado, maniquíes que reproducen cuerpos humanos….", pero ¿cómo representar en tres dimensiones? Y, sobre todo, ¿cómo reproducir la vida desde el artificio de la instalación? Esta es la paradoja que plantea DeLillo, una paradoja que trasciende la discusión estético-artística para abrazar aspectos más bien ontológicos: ¿es posible reproducir la vida, restituir el aliento a cuerpos inánimes y congelados? "Hacia el final de la novela, Jeff está solo en una habitación con espejos en las cuatro paredes y en los espejos se sobreimponen a su vez cuadros de esa misma habitación, de tal manera que se establece una paradoja entre la habitación en tres dimensiones y las paredes, donde se representa la habitación, en dos dimensiones. ¿Cómo entonces representar? ¿Si en la habitación hubiera una mesa, en qué pared representarla? Esta paradoja de las dos y tres dimensiones es la paradoja de la misma instalación de Convergence”.

No sabe, no contesta

Don DeLillo parece ofrecer la clave de su novela y, consciente de ello, se detiene; como dicta su tarjeta de visita de los años 1990, con la cual nos obsequiará al final de la entrevista, “I don’t want to talk about it”. La escritura, para DeLillo es un proceso indescifrable, "la relación entre escribir y pensar es misteriosa. Forma parte del fluir simultáneo del lenguaje y del pensamiento. Hay muchos momentos en los que no sé cuál será el resultado de aquello que estoy tecleando, pero cuando llega la idea, esta es parte del fluir del lenguaje".

Mi máquina de escribir hace mucho ruido, pero dependo de este ruido porque es el que me recuerda que estoy vivo, se convierte en un extensión de la vida

Escribir, para DeLillo es una cuestión física, por ello, rechaza el ordenador y sigue escribiendo con una vieja máquina de escribir de segunda mano en 1975, “hace mucho ruido, pero dependo de este ruido porque es el que me recuerda que estoy vivo, se convierte en un extensión de la vida”: El fluir de la escritura se acompasa así a los ruidosos toques sobre cada tecla, escribir es un fluir lento, "tan solo escribo medio párrafo por página de tal manera de poder observar prestar mucha atención al lenguaje y a la lengua en sí misma". El lenguaje lo es todo, "la escritura es ante todo lenguaje" comenta DeLillo, para quien es tan complicado definir el proceso creativo de sus novelas como explicarse cómo ha llegado a convertirse en el autor que es hoy. Sabe que es una referencia, sabe que su nombre es el espejo en el que se mira la narrativa contemporánea, y, al mismo tiempo, parece no reconocerse en el sello DeLillo: "yo no sé cómo me veo a mí mismo y me sorprende todo lo que ha ido pasando a lo largo de los años. Hace unos meses estaba París, en una conferencia con gente de seis/siete países diferentes que se había reunido para hablar acerca de mi obra. No sé muy bien por qué, puesto que no entendía como había llegado a suceder todo esto, acepté la invitación y fui, pero no dejaba de preguntarme qué hacía yo allá".

Como Kubrick, los recuerdos de infancia de Don DeLillo pertenecen al Bronx, "todavía hoy voy a menudo al Bronx y me encuentro con mis antiguos amigos del Bronx italiano, vamos a restaurante, hablamos… y si bien hoy todos vivimos en diferentes lugares, nos seguimos reuniendo y yo soy igual que ellos, soy igual que el mecánico, que el lampista, que electricista… todos hablamos el mismo idioma. Por esto me pregunto, cómo es posible que hoy esté en España hablando de mi obra, cómo ha llegado a cambiar todo". DeLillo es, ante todo, Don. Así se presentó al inicio y así parece despedirse, con voz algo ronca que, sin embargo, no le ha impedido mantener una conversación de casi hora y media. Se despide como empezó, entre interrogantes, "¿cómo he podido llegar hasta aquí?" Se va sin contestar, con una única certeza: seguirá escribiendo. Escribirá sin resistirse "al impulso del lenguaje", un impulso que, como el ruidoso teclado de su vieja máquina de escribir, no sólo le recuerda que está vivo, sino que contesta a la pregunta de cómo ha llegado Don a ser Don DeLillo: escribiendo sin resistencia, tecleando a pesar del ruido.

Con paso pausado, siguiendo discreto a la responsable de prensa de Seix Barral, llega Don DeLillo al mirador del CCCB de Barcelona. "Llamadme Don" dice nada más empezar, sin saber que el siempre paradójico lenguaje le impone, al menos en castellano, este tratamiento de respeto que él rechaza. Y es que si hacemos caso a Platón y los nombres hacen a las cosas, DeLillo no podría llamarse de otra manera...

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