Es noticia
Max Schell, el antifascista que conquistó Hollywood vestido de nazi
  1. Cultura
homenaje a maximilian schell

Max Schell, el antifascista que conquistó Hollywood vestido de nazi

La Casa del Lector de Madrid ha recordado al actor suizo, fallecido en 2014 y ganador del Oscar en 1962 por el clásico antibelicista '¿Vencedores o vencidos?'

Foto: Max Schell en un fotograma de 'La cruz de hierro' (1977)
Max Schell en un fotograma de 'La cruz de hierro' (1977)

Ironías de la vida, dice el dicho, a Maximilian Schell siempre se le recordará enfundado en un uniforme nazi. Fue el capitán Hardenberg, el 'Hauptmann' Stransky, el coronel Müller. A un lado de la pantalla, esvásticas en la solapa y muertos a sus espaldas. Al otro lado un hombre que huyó de Viena con ocho años para escapar de la alargada sobra de Hitler. Un actor que utilizó sus personajes para condenar la barbarie del nazismo y que no cayesen en el olvido. Para hacer justicia a la historia. Un nazi antinazi.

Aprovechando el lanzamiento en DVD por primera vez en España de 'Ejercicio para cinco dedos' (1962), la Casa del Lector ha acogido un homenaje a este hombre del Renacimiento dos años después de su muerte. Un actor nada al uso que fue a la vez cineasta, escritor, dramaturgo y pianista, pero que nunca tuvo el tirón de una gran estrella.

Quizás por su procedencia. Quizás por llegar cuando el 'starsystem hollywoodiense' estaba en plena descomposición. O porque tampoco fue mucho de prodigarse por los saraos, ni de encamarse aleatoriamente, ni de peleas de gallos entre iguales. Le faltó esa gota de frivolidad que le hubiera permitido llegar al gran público y al imaginario colectivo de los mitómanos.

Max Schell gana el Oscar a mejor actor el 9 de abril de 1962

A la conquista de Hollywood

En Hollywood las 'majors' contemplaban cómo su poder omnímodo iba desapareciendo poco a poco. Desde abajo se iban colando jóvenes cineastas independientes que darían completamente la vuelta al sistema de producción del cine de Hollywood; desde el otro lado del charco llegaban los actores y directores europeos, con su encanto de intelectuales bohemios. Y Schell venía de una familia vinculada a la 'intelligentsia vienesa' que huyó a Suiza de los delirios del Tercer Reich. Tras un éxito moderado en su país de acogida, Hollywood levantó el teléfono.

Desembarcó en Hollywood con su pésimo inglés para medirse a Spencer Tracy y Burt Lancaster en '¿Vencedores o vencidos?'. Llegó, vio y venció

Y allí -y a pesar de su pésimo inglés- desembarcó él para medirse a Spencer Tracy y Burt Lancaster en '¿Vencedores o vencidos?', uno de sus primeros títulos de ultramar. Y con el papel de abogado en los juicios de Núremberg llegó, vio y, en su primera nominación al Oscar, venció. Venció al buscavidas de Paul Newman. Recibió la estatuilla de manos de Joan Crawford y en su corto discurso se retrató como el inmigrante europeo en busca del gran sueño americano. Toda una declaración de intenciones.

Fue la primera de sus tres nominaciones a los Premios de la Academia y su entrada por la puerta grande en la industria americana. Una posición que le permitió ganar el suficiente dinero como para reinvertirlo en sus propios proyectos, en sus obras de teatro, sus óperas o sus películas como director. Era un animal en escena. Aparte de un físico de mandíbula rotunda y ojos como perforadoras, Schell tenía una gran intuición y el dominio de la gestualidad de un actor curtido sobre las tablas que ha estudiado la técnica en profundidad y que le dio para reunir 110 títulos como actor y nueve como director.

Hay vida más allá del cine

Las mentes inquietas enseguida se aburren y Schell no pudo constreñirse a los límites del cine. Para él, que había sido criado rodeado de belleza, de arte, para él que “una tragedia de Shakespeare, una sinfonía de Beethoven y una bonita tormenta venían a ser lo mismo”, el mundo no se se podía acabar en un 'set' de rodaje. Cuenta la leyenda que su obsesión por el Bardo de Avón le llevó a dirigir un 'Hamlet' "absolutamente prodigioso" y que durante toda su vida no dejó de investigar sobre el autor inglés, fascinado por la tragedia y por la fuerza de la interpretación que provocan sus textos.

Las mentes inquietas enseguida se aburren y Schell no pudo constreñirse a los límites del cine

Y después del teatro vino la llamada de la ópera. La de Plácido Domingo, quien en 2001 le ofreció dirigir el 'Lohengrin' de Wagner en la Ópera de los Ángeles. Una producción que el crítico del 'Times' Mark Swed calificó como "solemne e inteligente, con una dosis de realismo brutal que añade un punto dramático al mito wagneriano" y que le llevaría a repetir la experiencia en 2005, esta vez con 'El caballero de la rosa'.

Ya al final de su vida, después de reinventarse dentro del cine comercial -'El abismo negro' (1979) o 'Deep impact' (1998)-, de atreverse con la dirección de escena y no achantarse ante el mismísimo Wagner -de quien Hitler era fan absoluto, reaparece la ironía-, por fin Schell consiguió desligarse del perpetuo uniforme de oficial nazi y consagrarse como un humanista. Habrá que ver si la historia le devuelve a Schell la justicia que él siempre, inquebrantable, le hizo a ella a través de su obra.

Ironías de la vida, dice el dicho, a Maximilian Schell siempre se le recordará enfundado en un uniforme nazi. Fue el capitán Hardenberg, el 'Hauptmann' Stransky, el coronel Müller. A un lado de la pantalla, esvásticas en la solapa y muertos a sus espaldas. Al otro lado un hombre que huyó de Viena con ocho años para escapar de la alargada sobra de Hitler. Un actor que utilizó sus personajes para condenar la barbarie del nazismo y que no cayesen en el olvido. Para hacer justicia a la historia. Un nazi antinazi.

Plácido Domingo Hollywood
El redactor recomienda