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De visita a la tumba de Cervantes
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iv centenario de la muerte del escritor

De visita a la tumba de Cervantes

Este fin de semana han comenzado, hasta diciembre, las visitas guiadas y organizadas por el Ayuntamiento a las Trinitarias. ¿Y después?

Foto: Tumba de Cervantes en las Trinitarias. (Efe)
Tumba de Cervantes en las Trinitarias. (Efe)

Ya es paradoja citarse en la calle de Lope de Vega para ir a visitar a Miguel de Cervantes. Pero es que la biografía del padre del 'Quijote' parece un irónico bucle que sigue su periplocuatrocientos años más tarde. Tal día como ayer moría Cervantes hace cuatro siglos con 69 años, pobre y frustrado por el olvido. Y hoy, día 23 de abril y Día del Libro y las Letras, era enterrado en la antigua iglesia que estaba donde se enclava el Convento de las Trinitarias Descalzas. Y fue allí no por ser vecino del barrio, porque esta no era una iglesia parroquial, sino gracias a que años antes se había unido a la orden, que fue la que pagó 'in extremis', cuando casi iba a ser embarcado a Constantinopla, los 500 ducados de oro por su rescate tras pasar cinco años encarcelado en Argel.

Los fastos para honrar al más grande escritor de las letras españolas se multiplican estos días con la duda puesta en qué pasará después, cuando ya no haya nada que conmemorar. Hoy Fernando del Paso recibe el premio que lleva su nombre y laurea a lo más granado de las letras hispanoamericanas. Hoy Cervantes copa los titulares y roba planos y minutos en televisión, domina los escenarios del teatro, los 'quijotes' y las 'galateas' salen a la calle, se lee el 'Quijote' 'non stop' (en algo deberá mejorar esa estadística que dice que solo el 21% de los españoles ha tenido la suerte de disfrutar de esta novela costumbrista, de aventuras, locuras y repleta de humanidad), los leones del Congreso llevan gafas para ver mejor las letras, que ya tienen una edad, e incluso Cervantes presidió el pleno de la Cámara Baja y afeó a sus señorías no ponerse de acuerdo para pactar. Y también hoy todos nos sabemos de memoria quién fue ese hombre que se convirtió en mito y al que la sombra de su obra sepultó -y nuestra memoria, por cierto- y que el hallazgo de sus huesos ha conseguido recordárnoslo.

Celia Mayer en la visita (Efe)Este fin de semana también comienzan las visitas guiadas del Ayuntamiento de Madrid a la iglesia de San Ildefonso del Convento de las Trinitarias Descalzas, donde fue enterrado y descansaba desde entonces, para ver su tumba y conocer cómo fue localizado. Llegan un año después del hallazgo de sus huesos y estarán hasta diciembre. De momento, nada más. La delegada del área de Las Artes, Celia Mayer, explicaba el jueves que las visitas serán los viernes y sábados (excepto julio porque la iglesia cierra), gratuitas, en español e inglés y apuntándose en el Centro de Información Turística de la Plaza Mayor. ¿Y después del Centenario? "Es deseable continuar con las visitas". Nada en firme. Empezamos bien...

Antes de que llegaran estas visitas, las monjas de las Trinitarias ya habían abierto sus puertas a los grupos, turistas, curiosos y amantes de Cervantes ante la creciente demanda generada por los huesos y el Centenario (todos los días menos jueves por la mañana y domingo, por dos euros y llamando al convento). "Yo llevo haciendo visitas toda la vida, pero este año estamos desbordados. Veremos qué pasa el año que viene", cuenta escéptica a El Confidencial la demandadora del convento. Seguimos bien...

La visita

Tras pasar la sacristía, una guía nos explica cómo se gestó la fundación de la iglesia original a comienzos del siglo XII. En 1612 la congregación de trinitarias procedentes del convento de Santa Úrsula de Toledo ocupó las fincas que la familia Gaitán Romero (Francisca, hija del general de los ejércitos de Felipe II en Flandes, Julián Romero, fue su fundadora en 1609) tenían en la calle de Cantarranas de Madrid (hoy Lope de Vega). Es en esos años cuando el protectorado pasa a María de Villena y Melo, marquesa de la Laguna y dama de la Casa de Braganza, que invierte parte de su fortuna en la primera reforma, aunque queda en suspenso por la Guerra de Independencia de Portugal. Este proceso se inicia en 1668 y termina en 1730 y fue en el que se demolió la primitiva capilla donde fue enterrado Cervantes en 1616 y diez años después su mujer Catalina. En ese tiempo sus restos pasaron a un osario común (hoy conocido como la reducción 32) que estaba perdido en la cripta hasta hace dos años. Fue el sepulturero Miguel Hortigosa a quien se le encomendó esta tarea, por la que cobró 13.600 maravedís.

En la puerta de la sacristía, nuestro cicerone nos hace una composición para conocer cómo era ese gran rectángulo que es la cripta sobre la que se asentó la nueva iglesia. Un templo en el corazón del conocido antaño como Barrio de Las Musas y donde vivían Lope de Vega (su hija, sor Marcela de San Félix, estuvo en este convento y se cuenta que hicieron pasar la comitiva fúnebre de su padre por delante de sus ventanas para que pudiera despedirse de él), Quevedo o Góngora. También nos cuentan que los hermanos del presbítero de la iglesa fueron los caseros de Cervantes, y todos acabaron enterrados en esa iglesia original y después trasladados al osario, como documentan los libros de cuentas que atesora el convento. Iglesia y convento se salvan en 1868 de ser demolidos gracias al marqués de Molins, presidente entonces de la Real Academia de la Lengua, y fue cuando se colocó la placa de la fachada con relieves de Ponzano donde se recuerda que Cervantes yace en este convento.

La atención se despierta cuando se nos cuenta cómo comenzó el proyecto que acabó con el hallazgo de los restos óseos de Cervantes junto a los huesos de otros 17 individuos: seis niños, seis hombres y cinco mujeres, entre ellos Cervantes, y cómo se documentó históricamente que estaba en ese osario. Después, la mirada se torna artística e invita a detenerse en la decoración de esta iglesia ejemplo claro del barroco madrileño del siglo XVII. Entre todo, destaca el retablo de Juan de Mesa, que era padre de una de las monjas y se lo regaló a la iglesia; los relicarios de la capilla lateral derecha donde, dicen, están las reliquias de San Ascisclo y Santa Vitoria; y en la capilla de la izquierda, un Cristo de la Piedad atribuido "con muchas dudas" a Churriguera; una pequeña pintura flamenca del XVII que adorna la puerta del sagrario y, especialmente, una Magdalena atribuida a Pedro de Mena, que es "la obra artística más importante" de la iglesia.

La curiosidad más preguntada, explica la guía, tiene que ver con las monjas de clausura que viven hoy en el convento. Son 13, cuenta, seis de ellas españolas, y la más joven tiene unos 40 años. De paso, nos pide que miremos a la rejas de oración donde están los "clásicos pinchos antigalanes". Aunque tras media hora de visita y a pesar de que la cripta queda fuera de nuestro alcance, aunque sí en nuestra imaginación recordando esas imágenes de las excavaciones que dieron la vuelta al mundo, el plato fuerte y esperado llega casi en la puerta de la salida: la tumba de Cervantes.

La lápida colocada el año pasado es la que nos regala el momento de introspección literaria. Hoy la jalona una bandera de España y dos coronas de flores. "Yace aquí Miguel de Cervantes Saavedra. 1547-1616. "El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir". 'Los trabajos de Persiles y Segismunda [sic]' (1616)", leemos. Y la errata sigue ahí, un año después, este año del 400, enterrando más al escritor. Y encima con la que fue la obra preferida del literato. Terminamos bien.

Ya es paradoja citarse en la calle de Lope de Vega para ir a visitar a Miguel de Cervantes. Pero es que la biografía del padre del 'Quijote' parece un irónico bucle que sigue su periplocuatrocientos años más tarde. Tal día como ayer moría Cervantes hace cuatro siglos con 69 años, pobre y frustrado por el olvido. Y hoy, día 23 de abril y Día del Libro y las Letras, era enterrado en la antigua iglesia que estaba donde se enclava el Convento de las Trinitarias Descalzas. Y fue allí no por ser vecino del barrio, porque esta no era una iglesia parroquial, sino gracias a que años antes se había unido a la orden, que fue la que pagó 'in extremis', cuando casi iba a ser embarcado a Constantinopla, los 500 ducados de oro por su rescate tras pasar cinco años encarcelado en Argel.

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