Napoleón después de Waterloo: "No todo está perdido, aplastaré al enemigo"
El historiador inglés se ha sumergido en las 33.000 misivas que han salido recientemente a la luz, muchas de ellas inéditas, para reconstruir la historia del conquistador francés
El 18 de junio de 1815 a las siete de la tarde, cuando la inminencia de la derrota oscurecía el ánimo del desesperado ejército francés, Napoleón ordenó un último y desesperado contraataque en Waterloo. Un tercio de su guardia imperial, encabezada por 150 músicos tocando himnos triunfales, se lanzó contra las tropas de Wellington mientras el emperador observaba los hechos desde un risco baldío en La Haie Sainte. Pero el terreno era duro y favorecía a la artillería inglesa. Rápidamente, observó Levasseur, "las balas y la metralla sembraron el terreno de muertos y heridos". Por primera vez se escuchaba en el campo de batalla el grito infamante: "La Garde recule!". Los hombres arrojaban los mosquetes y huían. Hacia las 20 horas, Napoleón cogió a un general del brazo y le conminó: "Vamos, general, ya está hecho, hoy hemos perdido, vámonos".
Waterloo puso fin a la carrera de uno de los más grandes conquistadores de todos los tiempos. Y, sin embargo, un día después de la batalla, Napoleón le escribía a su hermano José: "No todo está perdido. Calculo que una vez reagrupadas mis fuerzas tendré 150.000 hombres. Los 'fédereés' y las Guardias Nacionales -tantos como puedan luchar- proporcionarán 100.000, y los cuarteles departamentales otros 50.000. Así pues, tendré 300.000 hombres preparados contra el enemigo. Emplearé carros de caballos para arrastrar los cañones, reclutaré 100.000 hombres con las levas, los armaré con mosquetes de los realistas y de los Guardias Nacionales no aptos para el servicio, organizaré levas masivas... y aplastaré al enemigo".
Es una de las cartas recogidas en 'Napoleón' (Ediciones Palabra, 2016) la imperial y arrolladora biografía que el historiador británico Andrew Roberts ha dedicado al emperador francés. Un trabajo actual y definitivo que bebe de las 33.000 cartas que en los últimos años ha sacado a la luz el trabajo de la Fondation Napoleón de París. Una tragedia épica en tres partes.
1. Ascenso
"Hay estudios de heráldica que podían rastrear mis orígenes hasta el Diluvio Universal y otros afirman que soy de origen plebeyo. La verdad se encuentra entre medias. Los Bonaparte son una buena familia corsa, poco conocida porque rara vez ha abandonado la isla, pero bastante más que la de muchos petimetres que intentan hacer valer sus orígenes para envilecernos". Alcanzado ya el poder en Francia, así glosaba su procedencia Napoleone di Buonaparte al diplomático austriaco Clemens von Metternich. Hijo de Carlo y de Letizia, terratenientes corsos favorables al dominio francés sobre la isla, el futuro emperador nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, una de las poblaciones insulares más importantes. Temprano escritor frustrado, afecto al romanticismo en su juventud y descreído religioso, a los 10 años Napoleón llegó a París junto a su hermano José para estudiar en la escuela militar francesa de Brienne-le-Château. Por entonces escribía: "Hay muy pocos reyes que no se merezcan ser derrocados".
Los Bonaparte son una buena familia corsa, más que la de muchos petimetres que intentan hacer valer sus orígenes para ennvilecernos
El ascenso de Napoleón fue veloz y, aunque al principio de la Revolución Francesa no pareció entender gran cosa ("te repito lo que te he dicho, la calma volverá, en un mes no quedará ni rastro de nada") pronto se sumó con agrado al nuevo orden insurreccional. En febrero de 1793, un mes después de la ejecución de Luis XVI, y cuando media Europa acababa de declarar la guerra a Francia, Napoleón fue puesto al frente de la sección de artillería presta a combatir en el Piamonte-Cerdeña. Aquella primera escaramuza acabó en derrota humillante. Sólo tres años después, a los 26, sus tropas conquistaban toda Italia. Después Siria y Egipto. El 9 de junio de 1799 (18 de Brumario), Napoleón, de regreso victorioso en París, se alzaba como primer cónsul y hombre más poderoso de Francia merced a un golpe de Estado.
Ya en su retiro en Santa Helena, Napoleón recordaba su ascenso al poder con parquedad: "Regresé a Francia en un momento afortunado, cuando el gobierno existente era tan nefasto que no podía continuar. Me convertí en su jefe; todo lo demás vino por descontado. Esta es mi historia en pocas palabras".
2. Dominio
El siglo XIX despertó en la pesadilla de la guerra. Mundial. Un caudillo desconocido -¡y francés!- devoraba porciones del continente europeo dentellada a dentellada y amenazaba, con un pequeño problema de 'decalage', con invadir las islas británicas. Y entonces Napoleón Bonaparte decide ser emperador: Y con buenas excusas: "El principio hereditario por sí mismo podría prevenir la contrarrevolución". ¿Quién podía negarle su causa al de facto traidor a la voluntad republicana e invicto nuevo dueño de Europa? "Debemos mimar ese sentimiento. El clamor popular por la distinción. Mira cómo se pasman las multitudes ante las medallas y las órdenes que portan los diplomáticos extranjeros. Debemos recrear esas distinciones".
Un caudillo desconocido -¡y francés!- devoraba el continente europeo dentellada a dentellada y amenazaba con invadir las islas británicas
No sólo se lo merecía, es que se lo ganaba día a día, con victorias militares... y con restallante prosa. En 1804 Napoleón escribe 22 cartas en un sólo día que debieran enseñarse en las escuelas de negocios modernas. Se ocupaba, atiendan, del regreso de los jesuitas a España, del número de ingleses en París, del número de almirantes en París (¿?), de la necesidad de unificar 40 conventos parisinos, de la obligación de introducir leyes cinegéticas al estilo inglés, de....
Había nacido una estrella. Y un arquetipo universal para locos de toda calaña.
3. Desenlace
No hay desenlace mejor conocido. Napoleón, henchido de mitología se lanza a la conquista de Rusia , los cosacos le asedian, Moscú está en llamas cuando llega, los guerrilleros españoles no le dan tregua... Y Waterloo le da la puntilla. Pero, el espíritu de los tiempos ha mutado, ya nada volverá a ser igual. Quien mejor que el duque de Wellington, la némesis de Napoleón, quien por cierto a su muerte se acostó con dos de sus amantes, para cerrar el capítulo.
Cuando le informaron del esplendor con que se había enterrado de nuevo a Napoleón en París en 1840, Wellington comentó: "Un día u otro los franceses harán de esto una cuestión acerca del triunfo sobre Inglaterra, pero, personalmente, ¡me importa un carajo!".
El 18 de junio de 1815 a las siete de la tarde, cuando la inminencia de la derrota oscurecía el ánimo del desesperado ejército francés, Napoleón ordenó un último y desesperado contraataque en Waterloo. Un tercio de su guardia imperial, encabezada por 150 músicos tocando himnos triunfales, se lanzó contra las tropas de Wellington mientras el emperador observaba los hechos desde un risco baldío en La Haie Sainte. Pero el terreno era duro y favorecía a la artillería inglesa. Rápidamente, observó Levasseur, "las balas y la metralla sembraron el terreno de muertos y heridos". Por primera vez se escuchaba en el campo de batalla el grito infamante: "La Garde recule!". Los hombres arrojaban los mosquetes y huían. Hacia las 20 horas, Napoleón cogió a un general del brazo y le conminó: "Vamos, general, ya está hecho, hoy hemos perdido, vámonos".