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Alquimistas, artesanos y emperadores: la obsesión por el oro blanco
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Edmund de waal y la enfermedad de la porcelana

Alquimistas, artesanos y emperadores: la obsesión por el oro blanco

El escritor y ceramista que enamoró a los lectores con 'La liebre con ojos de ámbar' regresa ahora con otro libro fascinante que recorre la increíble historia de la porcelana

Foto: Detalle de un plato de porcelana chino de la dinastía Ming. (s. XV)
Detalle de un plato de porcelana chino de la dinastía Ming. (s. XV)

Fascinó a los alquimistas, obsesionó a artesanos y emperadores y enloqueció a los mercaderes. Ya lo advirtieron los alemanes: cuidaos de la enfermedad de la porcelana. "Un puñado de barro de las montañas chinas contiene una promesa: mezclado con los materiales adecuados, sobrevivirá al calor de los hornos y se transformará en porcelana: traslúcida, luminosa, blanca. Oro blanco".

Nadie antes había contado así la historia de la sustancia filosofal cuya receta persigue la humanidad desde hace un milenio. El ceramista Edmund de Waal (Nottingham, 1964), que ya hipnotizó a legiones de lectores con el delicado y sorprendente superventas 'La liebre con ojos de ámbar' (Acantilado, 2016), se arroja ahora a contar la historia milenaria de la porcelana en 'El oro blanco, historia de una obsesión' (Seix Barral, 2016), un viaje por medio mundo, desde Jingdezhen, provincia de Jiangxi, a Dublín, pasando por Venecia, Nueva York o el campo de concentración de Dachau. "Este viaje es como pagar lo que debo a quienes me precedieron".

50 generaciones excavando la tierra blanca

En Jingdezhen, las chimeneas de 'kilns' arden toda la noche. Es el lugar donde los emperadores enviaban emisarios con pedidos imposibles: profundos estanques con carpas de porcelana, copas de ritual con tallo, decenas de miles de cuencos, fuentes de ablución para jeques, vajillas para reinas... "Es la ciudad de los secretos, 1.000 años de oficio, 50 generaciones excavando la tierra blanca, limpiándola, mezclándola, fabricando porcelana y conociéndola, llena de talleres, de alfareros, de esmaltadores y decoradores, de mercaderes, de estafadores y de espías".

En Jingdezhen, las chimeneas de 'kilns' arden toda la noche. Es el lugar donde los emperadores enviaban emisarios con pedidos imposibles

Edmund de Waal llegó a Jingdezhen después de "25 años haciendo cacharros blancos". Su propósito era conocer una de las tres colinas en las que se inventó -o reinventó- la porcelana: una en China, otra en Alemania y otra más en Inglaterra. Por eso, su viaje servía para ajustar cuentas, para devolver al pasado lo que su profesión de porcelanista le había dado. Porque sabía -sin 'conocer'- que la porcelana de Limoges que llegaba a su torno de alfarero en sacos de plástico de 20 kilos, color leche entera y con una flor de moho verde, atesoraba una historia más o menos precisa y legendaria. Pero los libros no eran suficiente: tenía que ver esos tres sitios, saber "qué aspecto tiene la porcelana bajo diferentes cielos, cómo cambia el blanco con el clima". De la curiosidad profesional a la exaltación literaria... El libro en el que de Waal recoge su peripecia funde pasión, historia y leyenda, y es de los que no se olvidan.

Los hombres de negro

Los hombres de negro llegaron a China en 1698. Aquellos jesuítas comandados por el padre D'Entrecolles tenían dos misiones. La primera consistía en investigar metódicamente el proceso de fabricación de la mítica porcelana de Jingdezhen. La segunda -y aún más importante para la orden-, informar prolijamente por escrito de sus descubrimientos. D'Entrecolles era "el espía de Dios en un nuevo mundo". Hablaba bien el chino, hizo amigos, fundó escuelas, convirtió a los alfareros y se cameló al mandarín Lang Tongji. Reunió toda la información sustancial y la vertió en dos célebres cartas gracias a las cuales el secreto de la porcelana se difundió por toda la Cristiandad.

D'Entrecolles reunió toda la información y la vertió en dos célebres cartas gracias a las que el secreto de la porcelana se difundió por toda la Cristiandad

Porcelana de Sajonia, inglesa, príncipes Médici, cuáqueros del XVIII, figuritas de Mao Tse Tung, pequeñas mujeres de Lladró... El secreto del oro blanco viajó de China a Dresde y Versalles, con él se erigieron magníficos pabellones, salones y ciudades de costes estratosféricos. Su fórmula fue sellada bajo siete llaves. Duras leyes castigaban el arrojar fragmentos a algún sitio donde alguien pudiera recogerlos y estudiarlos. La ley de la porcelana.

Pero... ¿por qué el blanco, de dónde emana su mágica fuerza, su aterradora fascinación? Llegado al ecuador de su libro, Edmund de Waal se siente capacitado para resolverlo: "El blanco es la verdad; es la nube que relumbra en la distancia anunciando la venida del Señor. Es sabiduría. El blanco nos hace centrarnos a todos, dispensa claridad. El blanco revela. Es la mismísima revelación. Este es un libro sobre el blanco como aflicción y el blanco como esperanza".

Los soldaditos de Himmler

Esperanza y aflicción. De Wall se interesa un día por la esbelta porcelana Allach. En un libro encuentra una referencia a la "concentación de talento" que se dio en aquella fábrica alemana en los años 40, donde coincidieron los mejores artistas, diseñadores, alfareros y demás relacionados con la manufactura de la porcelana. "Concentración de talento". Cierto: la fábrica Allach se alzaba en el campo de concentración de Dachau.

Allach nació porque el jefe de las SS quiso disponer de su propia fábrica de porcelana. Himmler ordenó producir en ella millones de soldados de porcelana con el fin de recaudar dinero "para los pobres y leales ciudadaos del Reich". En 1940 la fábrica se traslada al campo de concentración de Dachau, lo que ofrecía por entonces muchas ventajas, como la mano de obra esclava de centenares de prisioneros. Los beneficios son enormes y al menos la mitad irá a parar a los bolsillos del "pobre y leal Himmler". Cuando, en 1942, una epidemia de tifus hace estragos entre los prisioneros, el Reichsführer exigirá que se le pague por los muertos.

Mao contra "los cuatro antiguos"

La aventura de 'El oro blanco' comienza en China y allí concluye en los días de la Revolución Cultural. El 1 de mayo de 1966 el presidente Mao ordena destruir "los cuatro antiguos": los usos antiguos, las costumbres antiguas, la cultura antigua y el pensamiento antiguo. Y Jingdezhen, la cuna de la porcelana, es una ciudad anclada precisamente en los cuatro antiguos. "Hacer porcelana ya es antiguo de por sí. Los maestros mayores fueron arrastrados por las calles, para humillarlos, a uno de ellos le dieron de palos, lo enjaularon y lo pasearon por toda la ciudad, otros varios se suicidaron. Saquean las casas y destruyen los talleres. Las fábricas han de cerrar cuando sus operarios son enviados a trabajar al campo".

Pero Jingdezhen sobrevivió a Mao... gracias a Mao. En 1968 las fábricas se reabren para producir en serie insignias de porcelana del Gran Timonel y después estatuas. "Los bustos estaban hechos de porcelana de alta temperatura con esmalte incoloro", concluye Edmund de Waal, "apenas llegaban al palmo de altura y mostraban a un Mao implacable, con los mofletes caídos, con la boca cerrada firmemente opuesto a casi todo".

Fascinó a los alquimistas, obsesionó a artesanos y emperadores y enloqueció a los mercaderes. Ya lo advirtieron los alemanes: cuidaos de la enfermedad de la porcelana. "Un puñado de barro de las montañas chinas contiene una promesa: mezclado con los materiales adecuados, sobrevivirá al calor de los hornos y se transformará en porcelana: traslúcida, luminosa, blanca. Oro blanco".

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