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Breve encuentro (lésbico) cerca del cielo
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estreno de 'carol'

Breve encuentro (lésbico) cerca del cielo

Haynes lo clava. Imposible resistirse a la perturbadora historia de amor entre dos mujeres en la América añeja y paranoica de Eisenhower. Una de esas películas que hay que ver

Foto: Cate Blanchett en 'Carol'
Cate Blanchett en 'Carol'

Cuando se le ha preguntado a Todd Haynes por las fuentes en las que ha bebido antes de afrontar su último proyecto, 'Carol', el director americano ha citado fundamentalmente dos, al margen, claro, de la novela de Patricia Highsmith de la que parte el guion. La primera de esas fuentes, cinematográfica, le resultará obvia a muchos espectadores una vez hayan visto el citado filme. En efecto, el 'Breve encuentro' que nos regaló David Lean en 1945 está muy presente en el metraje de la cinta de Haynes. La segunda referencia, literaria, es menos obvia y un tanto más desconcertante. El realizador reconoce haber leído 'Fragmentos de un discurso amoroso', de Roland Barthes, antes de haberse puesto manos a la obra. Sí, David Lean y Roland Barthes, una bomba de relojería incluso para el más valiente de todos los 'hipsters'. Pero, tranquilos, no huyan aún, porque 'Carol' no es una clase de filosofía. Si acaso una de baile. Y la sinfonía que van a escuchar en la sala es casi perfecta.

'Carol' es, para qué alargar más el misterio, una pequeña película de amor. Nada más. Nada menos. Pero tampoco huyan aún, porque este amor se parece mucho al de 'verdad'. ¿Y eso existe? ¿Y eso qué es? Haynes lo tiene bastante claro: el amor es eso que solo se puede filmar escondido tras los marcos de puertas y ventanas, casi siempre de lejos, porque para captar parte de su esencia, al amor hay que pillarle desprevenido. El amor son las manos de Carol (Cate Blanchett) bailando la melodía que toca al piano Therese (Rooney Mara). El amor está en los ojos de Therese. Sí, pueden estar seguros de que el amor habita en los ojos de esa mujer. Y el amor es también el rostro desenfocado de la persona amada tras el cristal de un coche una noche lluviosa de invierno.

Vayamos precisamente a ese momento. Therese abandona en coche la secuencia que abre la película. Llueve. Y ese que ven tras el cristal lluvioso es el rostro fragmentado del amor. Unos minutos antes se despedía de Carol en un restaurante, al que el espectador había llegado mediante un 'travelling' que seguía a un personaje secundario hasta la mesa donde estaban sentadas las dos protagonistas de esta historia. El más 'hipster' de la clase ya habrá detectado el paralelismo con el arranque de 'Breve encuentro'. Porque si algo ha tomado prestado Haynes de esa película ha sido sin duda la estructura narrativa circular. Así pues, este principio es también parte del final. Y todo lo que van a ver después, por tanto, forma parte de un inmenso 'flashback', el mejor escenario posible para la ensoñación. Porque, se me olvidó enumerarlo en la receta del párrafo anterior, para Haynes el amor y la ensoñación son primas hermanas.

A una mujer de clase alta, casada, pero en pleno proceso de divorcio, con una hija y reincidente en esto del lesbianismo no le podía ir demasiado bien en la América añeja y paranoica de Eisenhower

Tras esa primera secuencia veremos dos películas. Una si lo prefieren, pero narrada desde dos puntos de vista. La película de Carol es un melodrama en estado casi puro, porque es ella la más sometida de las dos a ese tipo de fuerzas sociales opresoras que sirven en bandeja el material dramático. A una mujer de clase alta, casada, pero en pleno proceso de divorcio, con una hija y reincidente en esto del lesbianismo no le podía ir demasiado bien en la América añeja y paranoica de Eisenhower. Haynes se remonta narrativamente hasta el clasicismo, pero solo va de visita, porque escapa de él en lo formal. Es cierto que comulga con el manierismo de Douglas Sirk en los gestos de una Cate Blanchett en permanente estado de gracia interpretativa. Sin embargo, la iluminación sucia y oscura de Edward Lachman, responsable de la fotografía, los encuadres o los movimientos de cámara elegidos por el realizador alejan al filme de la impostura propia del melodrama clásico, ya revisitado por Haynes en otros trabajos como 'Mildred Pierce' y 'Lejos del cielo', ambos muy correctos. Pero con 'Carol', esta vez sí, se queda cerca del cielo.

La película de Therese es también un drama, claro, pero algo más introspectivo. Ella es una joven de clase humilde que pretende huir de un trabajo que no le satisface montada en un tren de juguete. Cuando Carol entra en los grandes almacenes en los que Therese trabaja y le pide consejo para regalar algo a su hija por Navidad, ella le recomendará que se olvide de muñecas y que se lleve ese tren a casa. Y Carol no solo lo hace, sino que dejará olvidados intencionadamente sus guantes sobre el mostrador para dar comienzo a un juego de seducción del que Therese, presa de la fascinación, el deseo, la pasión, depende del fragmento del discurso que esté recitando Roland Barthes en cada momento, está llamada a salir herida. Los dos personajes comparten la angustia (social) de un amor proscrito, pero es en los ojos de Therese, sorprendente Rooney Mara, donde habitan en un solo 'flashback', una ensoñación, todos los sentimientos encontrados que produce el amor. ¿El amor? ¿Y qué es eso? El amor es el rostro borroso de Therese visto tras el cristal de un coche un día lluvioso de invierno.

Cuando se le ha preguntado a Todd Haynes por las fuentes en las que ha bebido antes de afrontar su último proyecto, 'Carol', el director americano ha citado fundamentalmente dos, al margen, claro, de la novela de Patricia Highsmith de la que parte el guion. La primera de esas fuentes, cinematográfica, le resultará obvia a muchos espectadores una vez hayan visto el citado filme. En efecto, el 'Breve encuentro' que nos regaló David Lean en 1945 está muy presente en el metraje de la cinta de Haynes. La segunda referencia, literaria, es menos obvia y un tanto más desconcertante. El realizador reconoce haber leído 'Fragmentos de un discurso amoroso', de Roland Barthes, antes de haberse puesto manos a la obra. Sí, David Lean y Roland Barthes, una bomba de relojería incluso para el más valiente de todos los 'hipsters'. Pero, tranquilos, no huyan aún, porque 'Carol' no es una clase de filosofía. Si acaso una de baile. Y la sinfonía que van a escuchar en la sala es casi perfecta.

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