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Daniel Jiménez: “Muchas veces somos más lúcidos drogados”
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La sorpresa literaria del año

Daniel Jiménez: “Muchas veces somos más lúcidos drogados”

Su novela 'Cocaína', valiente crónica de una adicción, ha recibido el premio Dos Passos a la primera novela

Foto: Rayas de cocaína. (Scott Gibson/Corbis)
Rayas de cocaína. (Scott Gibson/Corbis)

Daniel Jiménez (Madrid, 1981) ha escrito una de esas novelas cortas que entran como un vaso de agua. En teoría, explica la vida cotidiana de un treintañero precario adicto a la coca, pero por debajo de la trama dominante se filtra mucha información social y política. Página tras página, acaba aflorando el retrato de una sociedad compulsiva, con la clase media en proceso de descomposición. “También es una novela sobre la frustración, la depresión y la soledad”, señala.

Además el conjunto se beneficia de los épicos arrebatos de mala hostia del protagonista, que lo mismo carga contra la cursilería de periodistas como Carlos de Amor que vuelca su bilis sobre escritores consagrados: “¿Cuantas veces se habrá ido de putas Arturo Pérez Reverte en esos lugares de Dios dónde no había ley ni frontera? ¿Cuantos gramos de cocaína se tuvo que meter Javier Marías para escribir una novela tan larga y tan aburrida como 'Tu Rostro Mañana' sin pegarse un tiro en medio de tal empresa? ¿Se dará Juan José Millás masajes tailandeses con final feliz para lograr esas impagables dosis de agudeza critica y social que nos regala en cada una des sus columnas? ¿Habrá sentido Juan Manuel de Prada la tentación, paseando por las calles céntricas de la ciudad a altas horas de la noche, de meterse en un portal con un transexual dominicano?”.

Charlamos con Jiménez en una céntrica librería de la capital.

Pregunta. Solemos pensar en las novelas sobre cocaína como algo underground, cuando en realidad se trata de un comportamiento muy extendido, de hecho España es el país que más consume de la Unión Europea. La ingesta solo ha bajado un poco desde 2008 porque la gente ha optado por drogas más baratas. ¿Tiene conciencia de estar escribiendo sobre un comportamiento habitual?
Respuesta. Hace un par de años, hice un reportaje para la revista Tiempo, relacionando el consumo de drogas con la literatura. Hablé con médicos que trataban adictos y ellos coincidían en que la droga se ha socializado a nivel masivo, en todos los estratos económicos. Hace tiempo que no es algo de bajos fondos. La toma gente mayor y amas de casa. Se consume mucho de manera lúdica. Forma parte de una manera de estar en el mundo. Por ejemplo, el protagonista de mi novela no lo vive como algo glamuroso, ni como algo marginal, sino como una manera de sobrevivir. El problema es que su nivel de tolerancia es cada vez mayor.

El otro día hablaba con un amigo y me contaba una anécdota muy divertida: hizo un viaje a Berlín y encontró chavales que salían el jueves, se dedicaban a fumar ketamina, ponerse finos de GHB, estar cuatro días de fiesta tomando de todo. En un momento dado, mi amigo les dice que por qué no pillan cocaína y ellos le responden “tú es que eres muy noventas”. La mayoría de jóvenes de ahora no se plantean la cocaína porque tienen muchas más opciones.

Aquellos chavales fumaban ketamina, se ponían finos de GHB, de todo... Mi amigo les preguntó por qué no cocaína y ellos respondieron “tú eres muy noventas”

P. Su protagonista no hace un uso lúdico, sino que utiliza la coca para compensar sus diversas frustraciones.

R. En realidad, ni siquiera la cocaína le satisface. Simplemente es algo a lo que aferrarse. Le permite olvidar su sensación de fracaso. Busca una personalidad en ese consumo. En su diario, cada vez habla menos del efecto excitante y se pasa la mayor parte del tiempo de bajón, con las consecuencias que eso conlleva a la hora de pensar y de relacionarse con los demás. Se pasa el tiempo en ese estado depresivo que genera el consumo habitual.

P. El tono de su discurso, una especie de hedonismo nihilista, recuerda a los personajes de Bret Easton Ellis. Pero también veo una diferencia crucial: mientras los personajes de Ellis son una pijazos con crédito ilimitado, Daniel es un treintañero precario, que está en paro y debe varios meses de alquiler. Además sus padres están a punto de ser desahuciados. ¿Está intentando contar el fin de la clase media en España?
R. Puede ser. Desde luego, el personaje prefiere seguir comprando cocaína que llevar al día el alquiler. Cuando no puede más, se refugia en el piso de su familia y descubre que ellos tampoco pueden hacer frente a la hipoteca. El dinero en la novela es importante. El protagonista no es alguien que consuma un gramo al día, sino que tiene que alargarlo para que le dure más tiempo. Otras veces pasa semanas sin consumir o bien pide prestado a los amigos o a su madre. En España, los niveles de renta se están polarizando mucho, que es un indicio de lo injusto que es el sistema que nos está gobernando.

El personaje puede ser un reflejo de eso, de las aspiraciones de alguien a ingresar en la la clase media, pero que al final llega a duras penas a la clase media-baja. O ni siquiera eso. No es una novela sobre la crisis, pero sí que está presente todo ese proceso. El protagonista puede ser un reflejo de la destrucción del Estado del Bienestar, pero está demasiado ensimismado como participar en ningún proceso de cambio, del tipo 15M o Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

P. La novela recoge otro sentimiento muy propio de los jóvenes de los años noventa: el pánico a no ser especial, a que te vean como uno más, a ser parte de eso que solemos llamar “masa” y que en realidad no son más que personas como nosotros.

R. El personaje quiere ser diferente, pero se pasa la novela intentado encajar en algún lugar. No quiere sentirse fuera de las relaciones sociales normales. Buscar la diferencia es algo muy asociado al individualismo dominante en nuestra época. Queremos llevar una vida singular, pasamos mucho tiempo comparándonos con los demás. Hay una tensión entre resaltar tu personalidad y sentirte parte de un grupo. El protagonista vive en medio de esa dualidad. Es como esa frase de 'El club de la lucha', que es una película muy noventera: "No eres un bonito y único copo de nieve".

Según va saliendo de esa depresión en la que vive, empieza a descubrir que querría ser uno más, también con cierta carga irónica, porque la manera en la que acaba encajando es un poco chillona. Pasa de celebrar las campanadas de fin de año con doce rayas de coca a hacerlo con doce uvas peladas y una peluca naranja brillante. Quizá no es la mejor manera, resulta un poco estrambótico, pero consigue la aceptación. También le ayuda la literatura, escribir sobre lo que le ocurre como modo de superar la frustración. Escribir el diario le ayuda salir de la marginalidad y a integrarse de alguna manera en el mundillo literario.

La manera en que mi personaje acaba encajando es un poco chillona. Pasa de celebrar las campanadas con doce rayas a hacerlo con doce uvas y una peluca

P. En un momento de la novela el protagonista explica su motivación para drogarse de manera muy explícita: dice que siente mucho odio hacia el mundo y que la cocaína lo apacigua. Estar colocado es un camino hacia la cordialidad o incluso la fraternidad. Nos pasamos la vida hablando de los defectos ajenos y estar ciegos nos ayuda a ver durante un momento lo bueno que tienen quienes nos rodean.
R. Eso es. Para el personaje es fundamental es vía de escape: le ayuda a salir de esa agotadora comparación constante con los éxitos y los fracasos de las personas de su entorno social. Es cierto que uno de los efectos de las drogas es la fraternidad instantánea. Toda la rabia y todo el hartazgo se evaporan durante una o varias noches. Te olvidas de “mi novia me ha dejado”, “me van a echar del trabajo”, “mis amigos van a la suya” y “el mundo se cae a pedazos”.

También ayuda a quitarte de encima pensamientos del tipo “soy un mierda”. Hay que reconocer que las drogas te hace sentir diferente, pero no es algo exclusivo de ellas, también puede conseguirse a través del consumo de videojuegos, el de pornografía o de la moda esta de correr, que la gente se ha vuelto loca y se inscribe en un maratón cada fin de semana. Cualquier chute de placer instantáneo nos libra de pensar en quiénes somos y en qué nos hemos convertido.

P. Otra frase del libro dice más bien lo contrario: que el problema es que no nos tomamos en serio las cosas que decimos ebrios, que a veces son más lúcidas de las que pensamos sobrios.
R. Eso sale en la escena de la boda. Hay un discurso donde él recuerda que el novio, durante una borrachera, le dijo que “la vida está para disfrutarla”. Y ese pensamiento es mejor que muchas cosas que le ha dicho sin beber. Es una vuelta de tuerca. Esta opinión en concreto me parece sensata. Muchas veces somos más lúcidos drogados, se nos enciende algo y soltamos una frase más inteligente que nosotros mismos. Eso es cierto. Pero quiero dejar claro que no todas las opiniones de Daniel son las mías.

P. Me está diciendo que muchos periodistas le preguntan si es una novela autobiográfica y usted quiere desmentirlo.

R. (Risas) Sí. Es que he tenido ya varias entrevistas donde parece que lo más importante es descubrir si yo he sido adicto a la cocaína. En realidad, lo que he hecho es basarme en algunas experiencias personales y de mi entorno para crear una ficción.

He tenido ya varias entrevistas donde lo más importante es descubrir si he sido adicto a la cocaína. Pero es una ficción basada en experiencias

P. Hay otra frase donde el protagonista se siente estafado por sus maestros en la escuela, que le prometían que leer y escribir le garantizaban ser más inteligente.
R. Es gracioso y la vez terrible. Ni por leer ni por escribir vas a ser más listo. La lectura no es una receta contra la estupidez. No nos va a sacar de la agonía, ni de la complacencia. Los libros te pueden hacer más consciente, más libre, más sensato, pero no más inteligente. Hay personas que se pasan la vida leyendo y luego cometen actos atroces y terribles. Sobran ejemplos entre los escritores. El protagonista busca sentido a su vida a través de la escritura y de los libros de otros. Además, lo hace de una manera muy introspectiva, esforzándose en leer textos profundos, que muchas veces le llevan al borde del abismo.

Daniel se pone a leer a escritores suicidas, desde Pavese a Foster Wallace o Félix Francisco Casanova, que no sale en la novela, pero podría salir. Profundizar tanto en la escritura y el conocimiento de ti mismo te lleva a devorarte y llega a un punto en que las ganas de morirte son mayores que las ganas de conocer el mundo y las personas. Lo que empieza siendo algo formativo termina cayendo en la obsesión, la introspección y en pensar que en realidad nada merece la pena. Te obsesionas con ser otro y mejorar de manera constante. Y lo mismo te equivocas.

P. Decía que escribió un artículo para la revista Tiempo sobre cocaína y literatura. ¿Quiénes son los autores que mejor y peor han escrito sobre esta droga?
R. Hay un libro de los años treinta que me gusta mucho: se llama 'Novela con cocaína', de Mark Aguéyev. Es un escritor ruso y creo que es la primera vez que se publica una novela sobre un adicto. Transmite un ambiente muy opresivo, divido en cuatro partes, la última es brutal, porque describe las sensaciones, las ganas de consumir más, el ritmo de la adicción. Literariamente está muy lograda. Se publicó de manera anónima porque el autor no quería que le identificaran con el protagonista. En los años noventa se descubrió su identidad, aunque todavía hay gente que lo pone en duda. En todo caso, describe muy bien el proceso de autodestrucción.

¿Y quién no me gusta? Pues, si le digo la verdad, 'Historias del Kronen'. Varios periodistas han comparado mi novela con la de Mañas, pero el tratamiento que hace me suena superficial y un poco sensacionalista. No comulgo con eso. No es estimulante en el plano literario, aunque entiendo que tiene su valor como retrato social y antropológico, que sí puede estar mejor hecho que en mi libro. Incluso Bret Easton Ellis, que usted ha mencionado, me parece que hace un tratamiento superfluo, pero por lo menos tiene sentido del humor. Hay escenas terribles y a la vez muy divertidas en 'Menos que cero' e incluso 'American psycho'.

No me gusta 'Historias del Kronen'. Han comparado mi novela con la de Mañas, pero su tratamiento es superficial y sensacionalista. No comulgo con eso

P. Ahora que menciona a Mañas, hay un momento en que su protagonista explica lo rápido que se queman en España las jóvenes promesas literarias. Menciona también a Ray Loriga, Alberto Olmos y Agustín Fernández Mallo. ¿Ese proceso es culpa de la falta de talento de los autores o de la voracidad de nuestro mercado literario?
R. Hay varios factores. El mercado de novedades es el que les devora y les deja al margen, por su propias necesidades de renovación y de buscar un nuevo enfant terrible, autor joven transgresor o como quieras llamarlo. El proceso de maduración de esos escritores no es el normativo, porque en un momento dado se les reconoce, se les hace columnistas y empiezan a hacer novelas cada vez más densas, algunas históricas, que quieren reflejar la sociedad donde vivimos, que es lo mismo que le pasó a la generación anterior, la de los años cincuenta y sesenta, que en un momento dado se apoltrona en los medios y ya no hay quien los mueva de ahí.

Por eso el personaje de mi novela se rebela contra Marías, Millás y Pérez Reverte. En general, unos lo han manejado mejor y otros peor. Yo tengo un espíritu más jovial y de cierta rebeldía y ganas de incordiar. Por eso prefiero las primeras novelas de Olmos y de Loriga que las últimas, aunque Loriga es un caso más raro, porque ha tenido una trayectoria muy irregular. Hay novelas de esta generación que no volvería a leer ni por dinero.

P. Su protagonista se pasa toda la novela dudando de que la sustancia que le pasa su camello sea verdadera cocaína. Lo extraño es que acude a terapia en Energy Control, una organización que precisamente se dedica a analizar los niveles de pureza de las drogas que circulan, para ayudar a los consumidores a saber lo que toman. ¿Por qué Daniel no se anima a entregar una muestra y salir de dudas?
R. Si le digo la verdad, no lo hace porque cuando yo fui a esa sesión de Energy Control no llevaba encima la cocaína. Lo comenté y me respondieron “Coño, para otra vez acuérdate y lo analizamos”. Se me quedó la lucecita de hacerlo, pero al final nunca lo recordaba. Con el paso del tiempo, me gustó más dejar esa indefinición constante, la duda de qué mierda habrá en las bolsitas. En realidad, es algo que sabemos todos: cocaína cada vez hay menos, los niveles de pureza son irrisorios, dicen que entre el diez y el treinta por ciento, como mucho.

Tengo conocidos que han sido camellos a gran escala que me han explicado la forma de crear un kilo de cocaína sin usar coca en absoluto. Se consigue con diferentes medicamentos y sustancias, incluso pueden encontrase instrucciones en Internet. Se hace una masa y luego se le da la forma exacta a base de prensas y planchados, levantando la rueda del coche con un gato y dejando ahí el fardo un día entero para que se machaque y se condense hasta tener la misma textura. Mi conocido pasó gramos y gramos que no contenían cocaína en absoluto. Eso me llevó a pensar que Andrés, el camello del protagonista, le estaba haciendo la misma jugada. Estoy convencido de que no hay más gente enganchada debido precisamente a estos bajos o nulos niveles de pureza. Por eso la adicción del personaje es muy tenue. Es una obviedad, pero lo que produce adicción de la cocaína es la cocaína, no la xylocaina, la cafeína, el éxtasis o lo que sea que te metan. Por eso mi personaje nunca tiene un mono terrible.

También es la explicación de por qué la gente acaba fumando la cocaína y yendo a los poblados, donde los niveles de pureza son más altos. A todos nos ha pasado comprar cocaína y darte cuenta al minuto de que te habían dado otra cosa. No sentías el amargor, ni la excitación, ni afectaba a las pupilas. A la media hora estabas bostezando y te volvías casa seguro de que te habían vuelto a estafar. Pero, bueno, gracias a este engaño masivo, podemos vivir un poco más tranquilos

Daniel Jiménez (Madrid, 1981) ha escrito una de esas novelas cortas que entran como un vaso de agua. En teoría, explica la vida cotidiana de un treintañero precario adicto a la coca, pero por debajo de la trama dominante se filtra mucha información social y política. Página tras página, acaba aflorando el retrato de una sociedad compulsiva, con la clase media en proceso de descomposición. “También es una novela sobre la frustración, la depresión y la soledad”, señala.

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