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Miguel Brieva: "Vivimos la apoteosis del narcisismo de la humanidad"
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publica 'lo que me está pasando: diarios de un joven emprendedor'

Miguel Brieva: "Vivimos la apoteosis del narcisismo de la humanidad"

El dibujante y guionista, cada vez más solicitado, se siente "mitad mercenario y mitad militante"

Foto: Autorretrato de Miguel Brieva
Autorretrato de Miguel Brieva

Hay un hombre en España que ilustra todo. Al menos, todo lo que es rojo, anarcoide y/o libertario. Se llama Miguel Brieva (Sevilla, 1974). Su militancia anticonsumista va en serio: debe de ser la única persona en España que todavía se resiste a tener teléfono móvil. Ahora mismo, atraviesa el mejor momento de su carrera, como prueban portadas tan bonitas e inquietantes como las de 'Capitalismo canalla' (César Rendueles), '¿Nos matan con heroína?' (Juan Carlos Usó) y 'La dictadura del vídeoclip. Industria musical y sueños prefabricados' (Jon E. Illescas).

Su último libro, cáustico y conmovedor, se titula 'Lo que me está pasando: diarios de un joven emprendedor' (Reservoir gráfica). Quedamos en una terraza de Lavapiés (Madrid) para hablar de sus procesos de trabajo y posicionamientos políticos.

Pregunta. ¿Cuántas ilustraciones hace al año?

Respuesta. En realidad, soy un mercenario. Acepto cualquier cosa que me parezca un poco interesante. Por darte un número, te diría que ocho al mes. Quizá más. Depende mucho del tipo de encargo: me pueden pedir un cartel que me lleve una semana dibujarlo. Si son viñetas de humor gráfico, puedo hacer tres o cuatro a la semana. Trabajo un poco a empujones, en función de la demanda. Pero, vamos, sobrevivo de milagro, ya no tengo colaboraciones fijas, siempre acaba llegando un encargo que me salva. Yo viví la época de la burbuja inmobiliaria: cuando me empezaron a llamar me iba muy bien, hasta que llegó un momento en que decidí parar. Me quité justo cuando llegó la crisis.

P. ¿Cuál fue la cima de la burbuja?
R. Comienzos de los 2000. Lo primero que autoedité fue el fanzine 'Dinero', justo en el 2000. A partir de ahí, empecé a publicar en 'El Jueves', 'El País' y 'Rolling Stone'. Llegué a tener muchas colaboraciones bien pagadas. Fue un momento de opulencia. En 2008 me empecé a quitar porque sentía que me estaba quemando. Es cuando empezaron a cerrar medios.

P. Incluso los mercenarios tienen límites. ¿Cuáles son los suyos?
R. Hombre, claro que los tengo. Acepto colaborar en 'Babelia', que ofrece un contexto cultural, pero no lo haría en la sección de economía de 'El País' si tuviera que decir que todo va de puta madre. Suelo aceptar trabajos peor pagados de cosas que me interesan. También es lo que me suelen ofrecer. Con tener ingresos similares a los de cualquier persona me conformo.

P. Hablemos claro: ¿para qué autor prosistema no trabajaría? ¿Jiménez Losantos? ¿Sánchez Dragó? ¿Antonio Escohotado?
R. Pues mira, una vez un colega que era un poco friki me quiso llevar al programa de Sánchez Dragó. Él era colaborador. La idea no me moló nada. También me llamaron para aparecer en el programa de Isabel Gemio y no fui. En realidad, ni siquiera sé qué pinto la 'Ser', pero con la Gemio me sentía totalmente fuera de cuadro. También me han propuesto hacer cosas para publicidad y no me veo. Me alegro de no haberme metido en ese circuito, aunque tampoco creo que ellos tengan mucho interés. No soy alguien que haya generado una marca como Jordi Labanda.

P. Me sorprende que se niegue a dar una entrevista con Isabel Gemio. En teoría, es ganar un espacio hostil para exponer ideas diferentes a las habituales. ¿No le atrae esa idea de ejercer de caballo de Troya?
R. Si voy a los medios de comunicación es por un compromiso que he adquirido con la editorial. Siempre he creído en la idea de Sánchez Ferlosio de que los medios de comunicación son cajas vacías que hay que rellenar. Cuando me llaman, me considero un simple relleno más que un caballo de Troya. Lo que planteas es una idea sugerente, pero no me la acabo de creer. Quizá pueda funcionar con alguien superaudaz, que sepa engatusar a la peña. Tienes que ser una persona capaz de decir las palabras precisas para que a la gente le dé la vuelta a la cabeza. Tampoco soy un gran orador.

P. El auge de Podemos fue algo así: empezaron con 'El gato al agua y han terminado con sesenta y nueve parlamentarios.
R. Bueno, yo he votado a Podemos, tampoco veía mucha alternativa con capacidad de impulsar un cambio. A día de hoy, no tengo claro que vaya a servir para algo, aunque trato de ser optimista. No me gusta el derrotismo. Siempre hay que hacer hueco para la esperanza. Si tengo que ir yo a los medios, me cuesta más animarme, pero me parece bien que vaya quien piense que tiene sentido.

P. Sus libros se publican en Random House, una editorial grande. ¿No es eso un intento de trascender los circuitos 'underground' y conseguir que sus ideas circulen en sectores más amplios?
R. Es mucho más sencillo: comencé por autoeditarme porque era lo más fácil, rápido y barato. Cuando llevaba unos años, los de Random House fueron los primeros en preguntarme si quería hacer un libro. Para mí era la posibilidad de pasar del blanco y negro a la cuatricromía. Cuando me lo ofrecieron, acababan de inaugurar su colección de gráfica, que ahora tienen casi todas las editoriales literarias. Hoy el cómic está de moda, pero en esa época no. Para mí fue una pedrada. En realidad, Mondadori era algo pequeño, que se fue convirtiendo en gigante con las fusiones con Random House y luego Penguin. Hoy es un monstruo editorial. Es un nivel de incongruencia que me parece tolerable: el mismo que conlleva colaborar en 'El País' o en su día en 'Rolling Stone'.

P. ¿Cree que podría vivir trabajando solo para editoriales rojeras, libertarias y anarquistas?

R. Un editor puede malvivir, un dibujante lo dudo. Sé que hay mucha gente dejándose los cuernos y consiguiendo tirar para adelante. Por ejemplo, la librería asociativa Traficantes de Sueños parte de esas premisas y ha llegado a convertirse en algo con entidad. Yo empecé acercándome a uno de sus locales anteriores para dejar los fanzines. Les vi un rollo receloso, como pensando que ellos eran la máxima pureza del activismo. Ahora algunos han llegado a posiciones de poder con Ahora Madrid y les hacen pintadas en la puerta llamándoles burgueses, acomodados y vendidos. Pusieron una que decía "ojalá se queme el Ayuntamiento con todos vosotros dentro". Me imagino que han madurado y es un viaje que no me parece mal. A veces, la realidad te da cosas que no te esperas.

No creo mucho en la pureza, ni en que haya líneas infranqueables, pero esa era una actitud muy común entre el activismo de los noventa. Prefiero las posturas más flexibles. Si eres un poco crítico, el mero hecho de comer y desplazarte en el mundo en que vivimos te condena a la incoherencia. Mucha gente dice que Podemos ha terminado por convertirse en lo que criticaba, pero yo lo veo como un intento legítimo de abrir brecha. Cuando pusieron la pintada en Trafis, se lo comenté a mi familia y me dijeron "qué pesados los grupos de ultraderecha". Yo les dije que me sonaba más a gente de izquierda. Efectivamente, una de las "aes" estaba hecha con el símbolo de la anarquía. Son las típicas peleas sin sentido de la izquierda. Lo mismo pasó con la salida del periódico 'Diagonal', que no había publicado los primeros contenidos y ya tenía la sección de comentarios de la web llena de gente que les acusaba de reformistas y diciendo que era un periódico del PSOE. Yo me partía, porque luego citaban los medios de "verdadera información" y todos tenían nombres como Tensión, Adrenalina y cosas por el estilo. Así no vamos a ningún sitio. La carrera por la pureza es como las muñecas rusas: siempre habrá alguien más pequeño y más puro que tú.

P. ¿Le preocupa el saturar al público? ¿O cree que si mantiene un nivel de calidad alto nunca se van a cansar?
R. Puedo pensar en la saturación como fenómeno, pero tampoco me preocupa. Intento ser consciente de mis limitaciones. No quiero repetirme demasiado. También tengo claro que hay un proceso de agotamiento del autor, por eso abandoné mis colaboraciones fijas hace siete u ocho años. Mi opinión es que se pierde potencial creativo con la edad. No es algo que yo haya descubierto. Hay estudios más o menos científicos sobre conducta que sacan esas conclusiones sobre arte y sobre ciencia. Cuesta mantener la audacia. Eso en la música se ve muy claro. Hay muy pocos artistas que mantengan la calidad inicial durante toda la vida. Las mejores obras suelen ser las de juventud. Seguro que Bob Dylan no tenía muy claro lo que hacía con veinte años cuando le empezaban a salir esas letras visionarias. Las excepciones son contadas, pienso en Tom Waits y en Tom Zé, que siguen grabando cosas interesantes. La mayoría de los músicos míticos se limitan a repetir lo que han hecho. También habría que ver si esto tiene que ver con cuestiones creativas o con el aborregamiento aparejado a adquirir cierto nivel de vida. Ahora mismo, en mi caso, entiendo conscientemente cosas que dibujaba con veinte años y que yo no sé cómo coño se me habían ocurrido entonces. Las sacaba por pura intuición.

P. ¿Se le ocurre un ejemplo concreto?
R. Tengo una viñeta del año 2000 que muestra un vagón de metro con todo el mundo mirando una pantallita. En esa época, casi no era popular ni el teléfono móvil. Entonces dibujaba muchas cosas de manera casi automática. No tenía un pensamiento construido que avalara eso. Tampoco hacía falta ser un genio para adivinar que eso era una deriva plausible, pero me sorprende haberlo visto tan claro. Me gusta leer autores como Guy Debord, Iván Illich y Lewis Mumford, que son capaces de anticipar en grandes líneas a lo que está pasando, desde la sociedad del espectáculo hasta el cambio climático. No solo vieron estos fenómenos, sino las consecuencias psicológicas que iban a acarrear. Esto me hace valorar la imaginación como herramienta para ver lo que nos espera.

P. Entonces, no teme una saturación de Miguel Brieva.
R. En realidad, hago más portadas de las que parece. Por ejemplo, las de las colección de libros de Ecologistas en Acción, que es un trabajo que realizo gratis, por militancia. En vez de ilustraciones, lo que hago son collages, así que pocos lo saben. En realidad, soy mercenario y militante al cincuenta por ciento. Quizá la palabra para definirme es superviviente, que es lo que somos todos.

P. Su último libro se titula 'Lo que me está pasando: diarios de un joven emprendedor'. ¿Por qué es peligroso creer el relato de que "la salida a la crisis es emprender"?
R. La mentalidad del emprendedor se ve muy bien en las redes sociales, porque además se recubre de una apariencia lúdica, participativa o incluso política. Eso cimenta mucho la idea de individuo. El uso compulsivo de móviles y redes sociales hace calar la consigna de que cada uno se puede enfrentar solo al mundo. Eso, claramente, es una fantasía. Lo que digo en el cómic es que apostar por emprender es muy parecido a intentar solucionar tus problemas esperando que te toque la bonoloto. En realidad, hay una posibilidad entre dos millones. No se puede fundamentar el contrato social en eso. Es completamente loco. Tú vas a Marruecos y ves el libre mercado: cada uno con su puesto de comida o de limonada. En el primer mundo, sencillamente, somos esbirros de las corporaciones. Vivimos de su goteo. En América Latina ves a una boliviana con un hornillo, un techo de plástico y una olla de potaje, y sabes que eso es el libre mercado. O, más bien, el libre mercadillo.

P. Quizá la izquierda también cae en eso: desde Mayo del 68 hay un sector que desprecia las instituciones como opresivas, cuando en realidad pueden ser liberadoras, por lo que tienen de protectoras de los más débiles. Ese espejismo caló durante la contracultura. En el libro incluyes una frase de Frank Zappa que dice que "la realidad es una alucinación colectiva". Me suena muy desmovilizador. Si la realidad es una alucinación, ¿por qué voy a molestarme en militar para cambiarla?
R. De lo que habla Frank Zappa es de cómo los medios de comunicación construyen la realidad. En Estados Unidos, está muy claro. Aquí por lo menos tenemos grietas por donde se nos cuela lo popular y las batallitas del abuelo del pueblo. Allí son más ignorantes. Hay que decir que Zappa era muy individualista y poco partidario de militancias. Pero es un personaje que valoro porque pone cabalmente el dedo en todas las llagas. Es un destructor de mentiras, más que constructor de nada. En el fondo, fue un profundo estadounidense. Luego tuvo sus momentos de implicación, como presentarse a presidente y luego dar la cara en el Congreso por la libertad de expresión, en contra de las leyes de Reagan para censurar el rock. Hizo un discurso que puso en evidencia a todos los congresistas. Hubiera sido ideal que, además, Zappa fuera Luther King, pero no se puede tener todo en esta vida.

P. ¿Qué ilustradores le interesan más ahora?
R. Siempre digo los obvios, por ejemplo El Roto. Está claro que esa es mi línea. Luego tengo muchas tragaderas: me gustan justamente los autores que van en direcciones contrarias, te hacen darte cuenta de que hay muchos horizontes. Me gusta Joan Sfarr, que es un francés muy prolífico, que además hace cine. Es un contador de historias a la vieja usanza, con diálogos interesantes, que nunca caen en ese rollo autorreferencial que domina los cómics actuales.Hoy vivimos la apoteosis del narcisismo de la humanidad. También me gustan los hermanos Hernández, sobre todo Beto, que rompe muchos de los límites del cómic. También disfrutó de Daniel Clowes, que me parece un monstruo del género. Otros franceses que me llaman son François Bourgeon y André Franquin. De aquí suelo citar a Paco Alcázar. Lo que no me interesa nada es lo industrial, que en el caso del cómic está claro que son los superhéroes y el manga. Me causan rechazo esos modos de producción. Lo bueno del cómic es que cualquiera puede hacerlo en su casa, sin las complicaciones de rodar una película, por ejemplo. Es una manera fácil de montarte tu historia y transmitirla a los demás.

P. El interés de la industria editorial en el cómic, ¿tiene que ver con que no se puede piratear?
R. Por un lado sí, pero también influye el boom de las nuevas tecnologías. Yo me quedo con una cita de Art Spiegelman, que decía que en una sociedad crecientemente analfabeta el cómic acabará ocupando la posición de la alta cultura. Nuestra generación ha mamado la televisión, pero las que vienen después han crecido con muchos más estímulos todavía, desde el móvil a Internet, pasando por la consola de vídeojuegos. Con todo eso alrededor, es complicado encontrar ese momento cercano al aburrimiento en el que decides coger un libro. Para estos jóvenes, la manera más sencilla de acercarse a un relato complejo sobre la condición humana es una buena película, una buena serie o un buen cómic. Creo que el sector pasa un momento genial, pero hago una lectura catastrofista, porque nos hemos beneficiado de que muy pocos tienen la paciencia de meterse en una novela o un ensayo.

P. ¿De dónde vienen sus inquietudes políticas?
R. Es algo que se remonta hasta casi la infancia: mis dos padres son científicos, y esa idea de abordar las cosas y tratar de desentrañarlas de una manera más o menos objetiva y comunicable estuvo siempre allí. También el sentimiento de que es siempre preferible afrontar la existencia desde la esperanza, por muy ilusa que ésta sea, antes que caer en el miedo. Más adelante, claro, uno tiende a buscar afinidades afectivas y al final aprendes un montón de todos los que te rodean, incluso de aquellos que prefieren tener la fantasía de que viven al margen de la política. Por lo demás, parto del hecho de que todo arte es político, ya sea de manera consciente o no, puesto que toda forma de arte termina tomando una posición respecto a las cosas, bien sea por alusión o por omisión. La inquietudes políticas son fruto de una necesidad vital, casi obsesiva, por explicarme el mundo y huir de la incertidumbre total.

Hay un hombre en España que ilustra todo. Al menos, todo lo que es rojo, anarcoide y/o libertario. Se llama Miguel Brieva (Sevilla, 1974). Su militancia anticonsumista va en serio: debe de ser la única persona en España que todavía se resiste a tener teléfono móvil. Ahora mismo, atraviesa el mejor momento de su carrera, como prueban portadas tan bonitas e inquietantes como las de 'Capitalismo canalla' (César Rendueles), '¿Nos matan con heroína?' (Juan Carlos Usó) y 'La dictadura del vídeoclip. Industria musical y sueños prefabricados' (Jon E. Illescas).

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