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'Ocho apellidos catalanes' aburrirá por igual a Rajoy y Artur Mas
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estreno de la esperada secuela

'Ocho apellidos catalanes' aburrirá por igual a Rajoy y Artur Mas

El naufragio cómico de la saga fenómeno del cine español

Foto: Una escena de 'Ocho apellidos catalanes'
Una escena de 'Ocho apellidos catalanes'

A los autores de esta película les debemos algo muy importante. Nos han unido a todos, independentistas y constitucionalistas, rojos y fachas, viejos y jóvenes, en torno a un sentimiento común: el aburrimiento mortal. Usted hágame caso, sea cual sea su origen y su posición: corra en estampida en dirección contraria a 'Ocho apellidos catalanes', hágalo con la presteza de los partidarios del archiduque Carlos cuando los felipinos de 1714 rompieron el cerco barcelonés.

A mí me arrojaron a ver este bodrio mis amigos de El Confidencial. Zurro, que ya la había visto, me dijo: "Ve a verla tú, que escribes de las cosas catalanas, y nos cuentas qué tal". Debió reírse a gusto después de pasarme su encargo, y apenas le dije que ok, me saltaba al cuello Arjona: "¡Espero una crítica!".

-¿Cómo?

Era tarde para reaccionar. A los 15 minutos de proyección, el cerebro busca el lado positivo. Después de todo, 'Ocho apellidos catalanes' se estrena en un momento propicio. Cataluña pide a gritos un poco de cachondeo que le quite al contencioso unos cuantos kilos de solemnidad. La premisa de la película es buena: Amaia (Clara Lago) y Rafa (Dani Rovira) se reencuentran en la masía donde se celebrará la boda de Amaia, que va a casarse con un catalán pedante llamado Pau (Berto Romero). No va a ser una boda convencional porque Pau ha montado un 'Goodbye Lenin' de tema catalán para su abuela 'indepe' (Rosa María Sardá), a la que harán creer que la boda se celebra en una República Catalana recién independizada.

Con esta argumento tan simpático ¿qué puede salir mal? Todo, porque la película nace muerta. Una vez que se pone en marcha la trama, todo se descuajaringa como un zombi de 'Walking Dead'. El guion gime y se retuerce; suplica que alguien lo sacrifique.

Los motivos que hicieron de 'Ocho apellidos vascos' una comedia simpática han desaparecido en la secuela. Recuerdo con nostalgia aquella crítica furibunda que escribieron en 'Gara', molestos por la caricaturización a la que sometían Euskadi, y no creo que haya en toda Cataluña un nacionalista tan apasionado como para encontrar un motivo de enfado.

No creo que haya en toda Cataluña un nacionalista tan apasionado como para encontrar un motivo de enfado

En 'Ocho apellidos catalanes', el hecho diferencial se apoya en dos patas: Rosa María Sardá, que representa el elitismo tradicionalista pasado por varios 'drymartinis', y Berto Romero, un intento desesperado de deformar al 'hipster' modernillo barcelonés. La Sardá tiene una vis cómica que debería ser patrimonio inmaterial de la catalanidad y Berto siempre puede despertar una sonrisa, pero ambos pasan por esta película de puntillas, como si fueran cameos. La caricatura se desdibuja con trazos que no tienen nada que ver. Un desfile de personajes secundarios lo engulle todo. En una escena, la Sardá sale de plano como preguntándose qué cojones estaba haciendo ahí.

El personaje de Rovira no llega a mostrarse inadaptado en esta Cataluña hiperbólica porque lo llevan de una escena a otra a empujones; a Clara Lago la condenan a interpretar un papel que se marea entre la intensidad sentimental y la comedia; Belén Cuesta, en un momento dado, empieza a hablar con acento gallego y se convierte en una amenaza de próxima secuela para cerrar la trilogía; y en cuanto a los incombustibles Carmen Machi y Karra Elejalde, la primera habla de comida y el segundo acaba todas sus frases con "hostias" y también compone un poema.

El hundimiento

Al finalizar el pase de prensa, cuando todo el mundo se recompuso la cara, desfigurada a base de bostezos y suspiros, un par de críticos comentaban que los productores de esta catástrofe cinematográfica metieron mucha prisa al equipo. Parece que el guion se perpetró a base de tachones en servilletas de papel y que el director, Emilio Martínez-Lázaro, tuvo que decirle a la cosa “levántate y anda” antes de llegar a la temperatura ideal de cocción.

Si el imperativo de la productora era estrenar cualquier cosa antes de que el asunto catalán se relajase, al menos han cumplido un objetivo.

A los autores de esta película les debemos algo muy importante. Nos han unido a todos, independentistas y constitucionalistas, rojos y fachas, viejos y jóvenes, en torno a un sentimiento común: el aburrimiento mortal. Usted hágame caso, sea cual sea su origen y su posición: corra en estampida en dirección contraria a 'Ocho apellidos catalanes', hágalo con la presteza de los partidarios del archiduque Carlos cuando los felipinos de 1714 rompieron el cerco barcelonés.

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