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Calder o el equilibrio imposible del arte popular
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el dibujante del espacio

Calder o el equilibrio imposible del arte popular

La Tate Modern dedica una retrospectiva al escultor estadounidense centrada en el nacimiento y desarrollo de sus populares 'móviles'

Foto: 'Triple gong', una de las obras de Calder que se pueden ver en la retrospectiva de la Tate Modern (Calder Foundation, New York / Art Resource, NY)
'Triple gong', una de las obras de Calder que se pueden ver en la retrospectiva de la Tate Modern (Calder Foundation, New York / Art Resource, NY)

"Tengo una reproducción de uno de tus móviles y a mi bebé le encanta". Cuando el escultor Alexander Calder escuchaba esta frase, pronunciada a menudo por sus admiradores en la década de los setenta, se daba la vuelta y dejaba a su interlocutor con la palabra en la boca. "El hecho de que su obra fuera accesible a todas las edades no significa que fuera poco seria o que detrás de ella no hubiera un trabajo de investigación. Le cabreaba que la gente le asociara sólo con arte para niños".

Con efusividad y devoción defendía en Londres Sandy Rower, presidente de la Fundación Calder, la memoria artística de su abuelo, al que el museo Tate Modern de la capital británica le dedica desde el miércoles y hasta el 3 de abril una exposición titulada 'Alexander Calder Performing Sculpture', centrada precisamente en el nacimiento y desarrollo de sus populares 'móviles' -ninguna relación con nuestros estúpidos teléfonos-, esculturas colgantes hechas con alambres y formas geométricas variadas pintadas en colores primarios que, efectivamente, la avidez mercantilista ha fagocitado hasta convertir en un objeto ubicuo que flota sobre muchas cunas del mundo, aunque ya no los firme Calder.

Ciertamente resulta irónico que el artista se ofendiera al conocer la debilidad de los bebés por su obra, sobre todo teniendo en cuenta que una de las primeras cosas que le dio dinero fue precisamente diseñar juguetes para niños, algo que comenzó a hacer a mediados de la década de los veinte. Y es innegable que su hipnótico Circo Calder, un circo en miniatura y cuyos primeros espectadores fueron los artistas vanguardistas del París de los años veinte, desde Marcel Duchamp a Miró o Fernand Leger, tiene fuerza precisamente por esa mezcla de imaginación y juego tan propia del mundo de los niños.

Es en la década de los veinte y con su llegada a París en 1926 donde arranca esta exposición que no busca ser una retrospectiva sino "un intento por proponer una nueva forma de experimentar su obra, centrándonos sólo en esos veinte años en los que no dejó de reinventarse como escultor y en los que creó el móvil, la obra por la que hoy se le conoce mejor, aunque sólo sea una parte de su prolífica producción", subraya Achim Borchardt-Hume, uno de los tres comisarios de esta muestra.

Hijo y nieto de artistas, Calder, nacido en Lawton (Pensilvania) en 1898, trató de huir del mundo del arte estudiando ingeniería mecánica pero el peso de los genes pudo más que él y pronto se encontró haciendo ilustraciones, dibujos, juguetes y finalmente, a mediados de los años veinte, comenzó a "dibujar en el espacio" como se dijo entonces, con esculturas en alambre que impresionaron a sus coetaneos parisinos.

"El alambre era un material familiar. De pequeño hacía joyas para las muñecas de mis hermanas con el cobre que sacaba de los cables", escribió Calder. Despojados de masa física, sus retratos de amigos como Miró o Josephine Baker, o sus interpretaciones de clásicos como Hércules y el León o Medusa -las dos obras con las que arranca la muestra-, sin plinto, a menudo flotando en el espacio y proyectando sus sombras en la pared, impactaron en ese París inquieto de entre guerras donde la curiosidad artística juntaba a pintores con músicos y a poetas con escultores en largas noches de conversación y absenta.

Fue en ese contexto donde Calder comenzó a calentar esos estudios aún fríos y modestos con noches de circo. Tras asistir durante dos semanas a un espectáculo circense en París y quedar fascinado por "el fantástico equilibrio en movimiento que muestran los protagonistas", construyó malabaristas, bailarinas, leones, forzudos y acróbatas -en la exposición se han juntado por primera vez dos de ellos ('Acróbatas', 1929) que se consideraban piezas separadas y por primera vez se muestran como parte de un todo-. Pero su obsesión con el circo le llevó a crear versiones de esos mismos personajes en miniatura y con aparatos con los que ayudarles a moverse por un escenario también construido por él y comenzó a organizar sesiones de circo para sus amigos. En la muestra pueden verse algunos de los personajes originales y también está uno de los dos videos que existen del espectáculo aunque lamentablemente la pantalla es tan pequeña que vale más buscarlo en Youtube. (Para ver el circo completo hay que viajar hasta el Whitney Museum de Nueva York)

Pero de una de aquellas sesiones de circo nació un encuentro que dinamitó la visión del arte que Calder había tenido hasta entonces. Era 1929. Piet Mondrian fue a ver el circo y después le invitó a su estudio. Entrar en el universo del holandés fue un shock para el americano: "Fue como si a un bebé le dieran un azote para empezar a respirar" dijo Calder entonces. Conocer el universo abstracto de Mondrian le llevó a abandonar la figuración por completo y a experimentar con las formas y los colores, pero sin olvidarse de ese equilibrio y de esa relación íntima con el espacio que tenían sus esculturas figurativas, que en su versión abstracta triunfaron incluso más que aquellas.

Primero Calder trató de combinar la abstracción con el movimiento e incluyó motores en sus primeros experimentos alejados de las formas, como la escultura que tituló 'Black Frame' (1934). Pero quizás lo más significativo de aquella época 'con motores' fue 'La fuente de Mercurio' que diseñó para el pabellón de la República Española durante la exposición universal de París de 1937.

En plena guerra civil, aquel pabellón, diseñado por Jose Luís Sert, se convirtió en una llamada de atención para el mundo, que parecía haber abandonado a su suerte a un país democrático donde los militares trataban de tomar el poder. Almadén era entonces uno de los centros que resistían la embestida franquista así que Miró, íntimo amigo de Calder, le propuso que hiciera una fuente que funcionara precisamente con mercurio de las minas de Almadén. Flanqueada por el 'Guernica' de Picasso, 'El campesino catalán en rebeldía' de Miró y la 'Montserrat' de Julio Gonzalez, la escultura 'Fuente de Mercurio' puso el asedio de Almadén en el mapa internacional, aunque todos sabemos como acabó la historia. En la muestra una gran foto (muy mal colocada) de Calder junto a la escultura y con el Guernica al fondo, recuerda que al menos, el arte internacional sí tomó partido. (Hoy la fuente puede verse en la Fundación Miró de Barcelona).

A la década de los treinta también pertencen una serie de trabajos con los que Calder buscó experimentar con el fondo y la forma. Uno de ellos, 'Red Panel', suele mostrarse en casi todas las exposiciones del artista. Como novedad en este caso se muestran 'Blue Panel' y 'Untitled', dos obras del mismo período y que no se habían exhibido desde 1937. La exposición también le dedica una sala completa a los llamados 'universos' y 'constelaciones' de Calder, de los cuales se sabe que al menos uno, 'A Universe' (1943), fascinó con su movimiento a Einstein durante la exposición que le dedicó el Moma de Nueva York al artista en 1943, que por cierto fue la primera retrospectiva dedicada a alguien menor de cincuenta años.

La exposición se cierra con tres salas donde se reúnen algunos de sus móviles más elegantes, como 'Gamma' (1947), 'Vertical Foliage' (1941) o 'Black Widow' (1948), una obra que nunca se había visto fuera de Brasil y que resulta un placer contemplar en la intimidad de un espacio ocupado sólo por ella. Hoy los coleccionistas chinos se pegan por originales como estos. Al resto de los mortales siempre nos quedarán las copias de veinte euros para bebés que se venden por internet. Y exposiciones como ésta.

"Tengo una reproducción de uno de tus móviles y a mi bebé le encanta". Cuando el escultor Alexander Calder escuchaba esta frase, pronunciada a menudo por sus admiradores en la década de los setenta, se daba la vuelta y dejaba a su interlocutor con la palabra en la boca. "El hecho de que su obra fuera accesible a todas las edades no significa que fuera poco seria o que detrás de ella no hubiera un trabajo de investigación. Le cabreaba que la gente le asociara sólo con arte para niños".

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