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Menores contra la ley: quieren entrar a las salas de conciertos
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CAMPAÑA PARA ACCEDER A LOS CONCIERTOS

Menores contra la ley: quieren entrar a las salas de conciertos

La campaña #Queremosentrar denuncia las delirantes barreras de acceso a la música que sufren los menores de edad

Foto: Selena Gómez en concierto. (EFE)
Selena Gómez en concierto. (EFE)

Un menor de edad puede disparar legalmente una escopeta, pero no acceder a una sala de conciertos. Un menor de edad puede casarse, pero no entrar a una sala de conciertos. Un menor de edad puede comprar una casa, pero no acceder a una sala de conciertos. Estos tres memes que circulan por la red ilustran el absurdo de una legislación que ha levantado en armas a los adolescentes más musiqueros.

"La campaña comenzó el fin de semana del 4 de octubre, como parte del FESTeen, que se celebra en el centro cultural Matadero de Madrid. Organizamos un taller sobre este asunto y vimos que teníamos bastante apoyo, así que nos animamos a difundir el conflicto. De momento, nos han respaldado figuras relevantes como Eva Amaral, Vetusta Morla, Jorge Drexler, el rapero Rayden y Ángel Carmona de Radio 3, por ejemplo", expone Alejandro Tena, portavoz de la campaña Queremos entrar.

Un menor de edad puede disparar legalmente una escopeta, pero no acceder a una sala de conciertos

No es solo un cuestión de legislación. Tena también denuncia los altos precios de las entradas. "Además de las restricciones legales, los conciertos son cada vez más caros. Me planteo ver a un grupo que me gusta como Unknwon Mortal Orchestra y no me puedo permitir pagar los 25 euros por entrada. Supongo que le pasa a mucha más gente. Sin duda, es otra forma de exclusión". Alejandro lanza preguntas reveladoras: "¿Por qué un padre no puede llevar a su hijo menor a ver un concierto?¿Por qué los hijos de los músicos no pueden acudir a ver tocar a sus padres? Es completamente absurdo".

En abril de este año, el grupo Grushenka no pudo tocar en la sala Siroco, después de haber realizado su prueba de sonido, porque dos de sus miembros eran menores de edad. "El problema que tenemos en Madrid es que los menores tienen prohibida la entrada a los llamados 'bares especiales' y salas de baile hasta los 16 o hasta los 18 si se vende alcohol. Los recintos deportivos y festivales se libran de esto, no se sabe bien por qué", explica Tena.

placeholder Fotos enviadas a la web de Queremos entrar.
Fotos enviadas a la web de Queremos entrar.

Contra Alaska y Michael Jackson

¿Por qué resulta tan discriminatoria esta ley? Nos lo cuenta Juan Santaner, veterano promotor de conciertos rockeros, afincado en Madrid:

"Para empezar, cualquier menor puede entrar libremente en un bar donde se venda alcohol. Parece que el problema sea que haya músicos tocando. El ejemplo del fútbol y los toros también es llamativo, porque ahí sí les dejan entrar, con los comportamientos tan edificantes que les acompañan. Las grandes multinacionales discográficas o promotoras pueden organizar conciertos para menores en grandes espacios deportivos, pero las promotoras pequeñas y medianas no pueden permitir el acceso a menores en salas. Rizando el rizo, los menores ni siquiera pueden tocar (¡interpretar!) música en esos locales. ¿Hacemos una lista de grandes artistas a los que probablemente no habríamos conocido jamás si hubiera existido este reglamento? Se me ocurren Alaska, Nacha Pop, The Jackson 5, Kitty, Daisy&Lewis... Seguramente también Mozart y Miles Davis".

El ejemplo del fútbol y los toros también es llamativo, porque ahí sí les dejan entrar


A Santaner, como padre, el problema le toca de cerca: tiene un hijo musiquero de 12 años. "Apenas ha podido ir a conciertos. Solo a acústicos del tipo de los que se celebran en la FNAC. El pasado verano pude llevarle al Festival Vida, gracias a un favor de los promotores. Tendríais que haberle visto alucinando literalmente con el sonido y las luces de unos Primal Scream en un gran escenario o bailando como un poseso con Mambo Jambo. Se le iluminan los ojos cada vez que lo cuenta. Si nada cambia, tendrá que esperar seis años para tener una experiencia parecida. Eso me entristece y quiero hacer todo lo posible por cambiarlo".

El contraste es grande con la permisividad de la que disfrutó Santaner en su adolescencia: "Fui a mis primeros conciertos en Rockola con 14 o 15 años. Eran principios de los ochenta y nadie me dijo nada. De hecho, creo que la iniciativa Queremos entrar es incluso modesta: yo apuesto por la entrada a partir de 14 años acompañados y solos a partir de los 16", apunta. Un último reproche: "Lo delirante es que estos reglamentos varíen en cada comunidad autónoma: todo esto debería regularse de manera estatal".

Fui a mis primeros conciertos en Rockola con catorce o quince años. Eran principios de los ochenta y nadie me dijo nada

Cierto, cada comunidad autónoma es un mundo. Uno de los pioneros en tomar medidas en favor de los menores fue Álex López, que gestiona la promotora Ayo Silver! y la sala Dabadaba de San Sebastián. "Bueno, hubo otros antes que nosotros. Un día vimos que Discos Humeantes estaba apostando en Oviedo por los precios bajos a los menores de 23 años y ya nos lanzamos de cabeza. Actualmente nuestra política es que los menores de 21 puedan entrar gratis a todos los conciertos que organice nuestra promotora. Sin querer entrar en un discurso nostálgico, vemos que los chavales van creciendo sin ninguna necesidad vital de ir a conciertos, que es una actividad que a nosotros nos apasiona. Tampoco hemos conseguido que vengan hordas: nunca son más del 10 o 15% del aforo. Obviamente, esto no se aplica a estilos como el hip hop, donde el fenómeno es el contrario, y es difícil ver a gente mayor de 22 o 23".

Como promotor, ¿qué situaciones absurdas o reveladoras se ha encontrado respecto a este problema? "Alucino un poco cuando escucho cosas con que grupos jóvenes como June y Los Sobrenaturales no puedan tocar en Madrid. Como revelador, recuerdo a un padre preguntándonos si podía venir con su hija de nueve o 10 años a ver a Lorena Álvarez el verano pasado. Le dijimos que sí, claro. La niña era fan de Lorena, y su cara durante el concierto fue un poema. También me parece revelador que entre ese 10 o 15% de menores que suelen venir a conciertos hayan surgido ya dos bandas nuevas en este año y pico que llevamos abiertos".

Incoherencia cultural

En Gijón, por ejemplo, se opta por la insumisión. Así lo explica Isabel Muñiz, responsable del bar La Vida Alegre, además de implicada en el proyecto cooperativo La Caja de Músicos. "Nosotros desobedecemos las leyes directamente. En La Vida Alegre hacemos conciertos a mediodía, aunque no tenemos licencia. Ni la tenemos ni podemos tenerla: aquí no existe el estatuto de 'bares especiales' como en Madrid, solo pueden programar conciertos las discotecas, cafés-teatro y tablaos flamencos. Así hemos descubierto que a los bebés les gusta el jazz, se quedan hipnotizados, y los niños mayores prefieren el rock and roll. Los grupos con los que hubo más empatía de los adolescentes fueron GPS o La Txusma. En La Caja de Músicos dejamos entrar a todo el mundo, aunque preguntamos la edad y no servimos alcohol".

Muñiz señala también una clara incoherencia en el ecosistema musical español: "Es ridículo que haya tantos centros de formación y luego tan pocos sitios para tocar cuando los chavales se juntan para hacer grupos. No es solo un problema artístico, si no también social, ya que a esa edad la música fomenta que se formen relaciones que muchas veces duran toda la vida", señala.

Sergio Vinadé, del grupo Tachenko y el centro cultural Las Armas de Zaragoza, explica el momento que vive su comunidad: "En Zaragoza hay diversos intereses, por ejemplo asociaciones de padres católicos que impiden que los legisladores cambien las cosas. Hay gente que todavía ve los conciertos como un foco de corrupción juvenil. Todo esto tiene poca explicación: no se puede acceder a conciertos, pero sí a las vaquillas de El Pilar borracho de empalmada. No me parece mal que un chaval de 16 años se tome un calimocho en fiestas, pero es una cuestión más de costumbres aceptadas y rechazadas. Entiendo que prohíban consumo de alcohol a menores en las salas, pero no la entrada. Yo cumplo la ley de aquí: solo les dejo entrar si vienen con el padre, madre o tutor legal, que me tiene que firmar una autorización en la puerta. Pero, bueno, seguro que todos recordamos que cuando tienes 17 años lo que menos te apetece en el mundo es que tu padre te acompañe a la puerta de un concierto".

La solución de Las Armas es reservar un cupo de entradas gratis a menores de 21 años. "La idea es contribuir a que los menores se enteren al menos de lo que es un concierto, porque muchos de ellos no han estado siquiera". ¿Qué posibilidades reales existen de cambiar el marco legal? "Hay actitudes diferentes según los grupos políticos. El PP defiende la actual Ley del menor y de espectáculos públicos, mientras que el PSOE y Zaragoza En Común han sido muy beligerantes para cambiarla. Por lo menos, de palabra. Ambos han prometido derogarla. Entiendo que no lo hagan de inmediato porque habrá prioridades sociales más urgentes, pero es una ley necesaria, de las más importante para el sector de la música", señala.

Otra sala que se apunta a la resistencia es el Loco Club de Valencia. "Me parece que es un problema de hábitos de consumo. Los menores sí que van a festivales como Low Cost o Arenal Sound, que se toman como unas vacaciones. Lo que les cuesta es ir a salas. Por eso damos entradas gratuitas a nuestros conciertos a menores de 25 años. También tenemos un abono especial anual de 25 euros para 10 conciertos. Otros agentes locales como Producciones Baltimore van por el mismo camino", señala Fran de la Rosa, jefe de sala del club.

Legalidad y represión

Para tomar conciencia de la situación, podemos compararla con el panorama de los años noventa. En aquella época, la de la explosión indie-alternativa, Xabel Vegas fue miembro de Eliminator Jr y Manta Ray cuando no había alcanzado la mayoría de edad.

"Mi primer disco, con Eliminator Jr., lo grabé con apenas 15 años. Con Manta Ray, de gira, viví momentos curiosos. Los porteros de algunas salas de conciertos no me dejaban pasar y no se creían que yo formara parte de la banda. Recuerdo una ocasión, en Barcelona, en la que el responsable del control de accesos no se creyó que yo fuera parte del grupo y me dejó fuera. Tuve que llamar a nuestro mánager, que estaba dentro de la sala, para que saliera y me dejaran pasar. No recuerdo grandes dificultades aparte de eso. El ambiente de aquella época y la legislación (o la ausencia de la misma) hacían la situación más llevadera. Intuyo que ahora sería más difícil para un menor hacer giras internacionales como hice yo. Por cierto, si la memoria no me falla, la primera vez que vinieron Green Day a España, cuando eran desconocidos, tuvieron que viajar con un adulto (el padre de Tree Cool, su batería, creo) porque alguno de ellos era menor", recuerda Vegas.

El contraste entre ambas épocas da para más reflexiones: "Resultan paradójicas las restricciones porque precisamente ahora no se permite fumar en esas salas y la venta de alcohol a menores está infinitamente más controlada. Que no puedan acceder menores a una sala de conciertos es como si no pudieran acceder a un museo. Supongo que tiene mucho que ver la consideración que aún existe del rock, o de la música popular, como entretenimiento y no como cultura. Y además un entretenimiento en el que siempre hay una parte oscura, relacionada con las drogas, el sexo y la violencia. En todo caso creo que es necesario, además de un marco legislativo más laxo, una cierta cultura acerca de la música popular. Sería importante que se estudiase en los centros de enseñanza del mismo modo que se enseña literatura o artes plásticas. Más aún cuando el rock y el pop tienen históricamente una particular relación con la época adolescente de la vida de los seres humanos", zanja Vegas.

Un menor de edad puede disparar legalmente una escopeta, pero no acceder a una sala de conciertos. Un menor de edad puede casarse, pero no entrar a una sala de conciertos. Un menor de edad puede comprar una casa, pero no acceder a una sala de conciertos. Estos tres memes que circulan por la red ilustran el absurdo de una legislación que ha levantado en armas a los adolescentes más musiqueros.

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