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Música para quitarse las tetas
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'con tetas no hay paradisko'

Música para quitarse las tetas

Viruta FTM, hoy Víctor pero antes Virginia, canta sus tragedias a ritmo de pop y lanza la campaña de crowdfunding para sacar un disco y poder invertir sus ahorros en su operación

Foto: Viruta FTM
Viruta FTM

La venda le aprieta las costillas y estas crujen como si se lamentaran; la tela le hunde el pecho y la piel a ambos lados del torso parece tocarse. Estruja un poco más la banda blanca y el oxígeno no alcanza, se ahoga, pero se mira al espejo y, definitivamente, parece un hombre. Le encantaría pasear por ahí con su pelo corto, su barba y sus tetas, pero cuando va a la piscina las miradas le abofetean hasta que se pasa la lengua por la boca y nota la sangre. Hace ya unos años que Víctor acabó con Virginia, aquella lesbiana de apariencia masculina que a los dos años le dijo a sus padres: "Quiero tener cola para ser un chico".

Nació en el hospital madrileño de La Paz el día antes de que muriese Elvis Presley. "”¡Ha sido niña!”, debieron de gritar mis padres", dice Víctor, imaginando aquel momento de emoción familiar después de haber criado a tres varones. Desde entonces, Virginia ha ido fracasando poco a poco, como solo fracasan los héroes: consiguiendo que la derrota se ponga de su lado, convirtiéndola en un trofeo, como mojarse la cara en el desierto con el último trago de la botella de agua. Por eso canta sus tragedias al ritmo de pop. Si bien dice de sí mismo que antes era "una cantautora bollera y tierna", ahora ha dejado de lado el berrinche y entona sus heridas con sorna y orgullo: "Puta soy yo", recita en I’m slut.

Reconoce que cantar lo ha hecho siempre y no especialmente bien, pero eso no le ha impedido lanzar una campaña de crowdfunding para sacar un disco. ¿El objetivo? Quitarse los pechos. Con tetas no hay ParaDisko es el lema de su campaña, una forma de decir que si invierte en la operación no puede hacerlo en su música.

"Nunca he sido un prodigio de la lírica, pero componer me resultaba enriquecedor y relativamente económico. Sólo trato de comunicar mis vivencias para que no se me enquisten. Mi situación económica es desastrosa, como la de la gente de los márgenes, la que no encaja en el sistema. Ahora siento que mi proyecto musical está despegando [su tema Peras y manzanas fue la banda sonora del documental El sexo sentido de TVE], pero mis medios no están en absoluto a la altura de las expectativas de la gente. No dispongo de ahorros ni de un trabajo reglado, tampoco de una prestación por desempleo, así que creí que era el momento oportuno para pedir ayuda", asegura.

Esto ya no es ñoñipop.

Viruta FTM procede de esa manía de "llamar puta a toda mujer que hace un uso libre y sin barreras de su cuerpo". "En mi etapa juvenil tenía un escaso respeto por mi físico, así que decidí darle mambo a mi cuerpo, enrollarme con tías y tíos, a ver si se me pasaba. Mi entorno, machista y patriarcal, se encargó de colgarme el cartel de ‘puta". De su nombre, Virginia, y del insulto resultó el que ahora es su apodo artístico. El apellido, FTM (female to male), son las siglas que utilizan los hombres trans para identificarse entre ellos.

Acostumbrados a menudo a una cultura musical de radiofórmula y ñoñipop, Viruta recoge algunos éxitos y los destripa como si limpiase pescado. Por supuesto, con lo que nos quedamos en este caso es con las vísceras y las espinas. "Cambiarle la letra a las canciones populares es una herramienta terriblemente eficaz para que la gente preste atención al mensaje, pues la música ya les resulta familiar. Por otro lado, yo había funcionado mucho tiempo como cantautor, que es un formato tirando a melancólico e intimista, y yo creo que la gente necesita bailar. Muchas de las canciones que escucho por ahí invitan a mover el culo en la pista de baile, pero las letras dejan mucho que desear o transmiten mensajes que a mí no me sirven», explica.

Viruta aboga, por tanto, por una cultura social: una pavimentada que te haga tropezar, caer y deje cicatriz. "La cultura protesta que llega al público mayoritario resulta descafeinada porque sólo asoma la parte que encaja. La revulsiva e impactante de verdad queda enterrada. También porque los auténticos ‘antisistema’ de la creación no desean pasar por el aro de los cauces de difusión convencionales por estar pervertidos".

Mientras Víctor aborrece el mundo normal, protesta para ser parte de él. Ya no puede respirar, le duele la espalda y está de mal humor. "La prenda compresora que solemos llevar los chicos trans resulta absolutamente asfixiante, sobre todo en verano. Pero si no escondo mi pecho, como tengo apariencia de hombre, me miran por la calle. Dice bastante de nuestro mundo el hecho de que sea preferible usar este instrumento de tortura que ir sin él. Yo quiero seguir luchando para que la gente esté a gusto con su cuerpo, pero sé que queda mucho tiempo para que eso ocurra». Ahora es como un hilo colgando que sobresale de la camiseta y que hay que arrancar. "Necesito pasar inadvertido".


La venda le aprieta las costillas y estas crujen como si se lamentaran; la tela le hunde el pecho y la piel a ambos lados del torso parece tocarse. Estruja un poco más la banda blanca y el oxígeno no alcanza, se ahoga, pero se mira al espejo y, definitivamente, parece un hombre. Le encantaría pasear por ahí con su pelo corto, su barba y sus tetas, pero cuando va a la piscina las miradas le abofetean hasta que se pasa la lengua por la boca y nota la sangre. Hace ya unos años que Víctor acabó con Virginia, aquella lesbiana de apariencia masculina que a los dos años le dijo a sus padres: "Quiero tener cola para ser un chico".

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