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El verano más caluroso del Museo del Prado
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Restauración de los 'cartones' de goya

El verano más caluroso del Museo del Prado

Es uno de los “cartones” que el maestro hizo entre 1775 y 1794 y nuevo protagonista de la distribución de las salas dedicadas a las colecciones de los cartones y pintura española del siglo XVIII

La chicharra estridente canta desesperada en homenaje a la ola de calor que corroe la tierra como un ácido y la prepara para la era. Los campesinos del interior dicen que hay nueve meses de invierno y tres de infierno. Descamisados, remangados, exhaustos y molidos. Alegres, fiesteros y borrachos. Unos están derrotados al final la siega, los otros celebran el principio del descanso. Hay vino y risas, se acerca un nublado pero la cosecha ya está recogida en una gran pila de espigas bien granadas y doradas. El olor de la mies amaina el estruendo de los insectos. Goya acaba de resumir el verano en una escena.

Es uno de los “cartones” que el maestro hizo entre 1775 y 1794. Es el nuevo protagonista de la nueva distribución de las salas dedicadas a las colecciones de los cartones y a la pintura española del siglo XVIII. Durante los tres meses que duró la exposición Goya en Madrid, la restauradora Almudena Sánchez bajaba, a sala cerrada, con sus hisopos de algodón y sus acuarelas para recuperar los cielos azules y brillantes que había pintado en 1786. Debía retirar los barnices oxidados, amarillentos, que hacían de este verano una postal familiar desvaída y manoseada.

Ha renacido una obra maestra, compuesta en el espacio sólo con luz y color. Matices que acercan y alejan los planos, subrayan el enfrentamiento en el fondo del castillo con la montaña de mies

Almudena interviene en la serie de estos falsos cartones desde hace tres años, poco a poco, lienzo a lienzo. El más castigado de todos, La Boda, ya cuelga espectacular -gracias al apoyo económico de la Fundación Iberdrola España-en su nueva ubicación, subrayando los nuevos ejes cronológicos y temáticos que la conservadora Manuela Mena ha diseñado en el nuevo recorrido. “El director pidió que improvisáramos una exposición temporal [Goya en Madrid]. Fue una exposición determinante”, explica la especialista al descubrir la nueva perspectiva que demandaban esta serie de pinturas, que arrastran la carga peyorativa del término con el que se las bautizó.

En las salas brilla la nueva luz, nuevo color de fondo y un reconocimiento a la importancia de Mengs como referencia de Goya. Las grandes obras horizontales cobran protagonismo frente a las verticales. Junto a las dos mencionadas, también La gallina ciega sobresale de manera espectacular al fondo de los pasillos. Pero pierden otras como El albañil o El pelele, ubicadas en las esquinas. “Esto no es un manual de los cartones, porque somos un museo: valoramos y seleccionamos las obras al presentarlas”, añadió Mena.

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La restauradora habla de las nuevas nubes claras y “algodonosas” que habían desaparecido con el paso del tiempo. Sólo una vez, hace dos siglos, cuando el cuadro entró en el museo por el techo (casi siete metros de largo y tres de alto), la primera y última vez que un restaurador revisó la materia de Goya.

Han aflorado algo más que nubes: ha renacido una obra maestra, compuesta en el espacio sólo con luz y color. Matices que acercan y alejan los planos, que subrayan el enfrentamiento en el fondo del castillo (la piedra, los nobles, el poder) con la montaña de mies (el trigo, los trabajadores, los sometidos). El Prado ha subido la temperatura del verano, ha dejado entrar la ola de calor -con dos siglos de retraso- que consume a los trabajadores rotos de cansancio.

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Es un buen momento para acercarse a valorar el renacimiento de estas pinturas, que contrastan con las que todavía no han pasado por las sabias manos de Almudena (responsable también de alumbrar a La Gioconda de su fondo negro). En la sala de La Era se encuentra La nevada, todavía con el paso del tiempo interviniendo en sus blancos, que lucen un aterrador tono raído. Los personajes caminan sobre un manto vainilla y sucio. Los fondos se empastan unos sobre otros y el detalle con el que Goya cuida el paisaje ha desaparecido. El verano se come al invierno, y el museo vuelve a inaugurarse con la recuperación de los impulsos originales.

La operación reciclaje de los cartones de Goya pasa por rescatar su importancia más allá de los círculos académicos. ¿Cómo? Para empezar, con el marco. Hasta el momento, estos lienzos iban desnudos, sin el listón de madera que enmarca su importancia, que hace de una pintura una obra de arte. Mena recuerda la visita de David Hockney, el icono pop de casi ochenta años que sigue al pie del cañón, que se sorprendió ante las obras y soñó con plantar una tienda de campaña durante quince días en medio de la sala. Frente a la era, sin las chicharras.

La chicharra estridente canta desesperada en homenaje a la ola de calor que corroe la tierra como un ácido y la prepara para la era. Los campesinos del interior dicen que hay nueve meses de invierno y tres de infierno. Descamisados, remangados, exhaustos y molidos. Alegres, fiesteros y borrachos. Unos están derrotados al final la siega, los otros celebran el principio del descanso. Hay vino y risas, se acerca un nublado pero la cosecha ya está recogida en una gran pila de espigas bien granadas y doradas. El olor de la mies amaina el estruendo de los insectos. Goya acaba de resumir el verano en una escena.

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