El cuadro más caro entra en el Reina Sofía
El óleo del pintor francés se incorporará este viernes a la exposición del Kunstmuseum Basel
Un siglo más tarde estamos dispuestos a pagar 300 millones de dólares por una de las obras de los artistas que pusieron patas arriba el rumbo del arte oficial y académico, que hicieron envejecer a los impresionistas y que tuvo que estamparse contra el muro de los prejuicios del arte contemporáneo. Tal y como hoy hacen otros. También 300 millones de dólares por las leyendas de un mito, por el pintor más novelesco de todos, que tanto alimentó él con ayuda de sus amigos: “Es usted actualmente ese artista inaudito, legendario, que desde el fondo de Oceanía envía sus obras desconcertantes, inimitables, obras definitivas de un gran hombre por así decir desaparecido del mundo. Sus enemigos (y tiene usted muchos, como todos los que fastidian a los mediocres) nada dicen, no osan combatirle, ni lo sueñan”, escribe en 1902 su amigo Monfreid.
Le aconseja que no vuelva a Europa porque goza de la “inmunidad de los grandes puertos”, “ha entrado usted en la historia del arte”. El mito sigue vigente para el mercado del arte. Diez años antes de esta carta, Eugène Henri Paul Gauguin (1848-1903) había pintado Nafea Faa Ipoipo (Cuándo te casarás en tahitiano), que hace unas semanas batió todos los récords de venta de pintura en venta directa. Ya saben la cantidad. Supera en 50 millones de dólares a Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne, vendido en 2011 por 250 millones de dólares.
Es la obra más cara de la historia y no se conoce al comprador, aunqueThe New York Timesapuntó el precio y a un qatarí. El vendedor fue el coleccionista suizoRudolf Staechelin, comprado por su abuelo en 1917 y que mantenía la pintura cedida al Kunstmuseum de Basilea (considerado el primer museo público municipal del mundo), donde se exhibía públicamente. Las reformas de la institución han permitido un largo viaje de sus fondos más importantes por el resto del mundo y de esta maneraNafea Faa Ipoipollega este viernes alMuseo Reina Sofía, para exponerse en la muestra temporalFuego blanco. La colección moderna del Kunstmuseum Basel.
Las emociones desatadas
La obra de Gauguin, convertida inesperadamente en el gran reclamo de la exposición, podrá verse hasta el 14 de septiembre. Raphael Bouvier, comisario de la muestra, aseguró a Efe que “probablemente sea una de las últimas ocasiones para ver el cuadro en una exposición pública”.
Gauguin fue un prestidigitador que trucó su personalidad en función de su reconocimiento. Sabía hacer de la verdad la mentira y de la mentira la verdad. Por ejemplo, es probable que no fuera un corredor de bolsa, sino un empleado de la oficina de un agente de bolsa, que perdió el trabajo con la crisis bursátil de 1882. Asumió el hundimiento de la actividad financiera y se entregó a la pintura, una actividad que conocía de antiguo porque estaba en contacto con el grupo de los impresionistas.
Su pintura es eso, un esfuerzo por liberar al arte de la verdad. Miren de nuevo el cuadro: puro producto de las emociones
Su pintura es eso, un esfuerzo por liberar al arte de la verdad. Miren de nuevo el cuadro: ni rastro de la verdad natural, es todo producto delas emociones, de la imaginación, de la invención. De hecho, huye de la verdad, Europa, París, su familia, y la cambia por la mentira, primero en Panamá y Martinica, luego, en Tahití, el paraíso, la inocencia, un mundo de paz en el que los nativos viven en armonía con la naturaleza. Mentira o cuarto de verdad, porque cuando llega, la invasión francesa había arruinado parte del encanto original.
En Noa-Noa Gauguin escribió ese edén de colores, brillo, sensualidad, exotismo, olores, la dignidad física y moral de los habitantes de la isla, también del encanto de las ingenuas mujeres tahitianas y de su entrega erótica desprejuiciada. Pero el mito que creó en Noa-Noa y que se refleja en la deslumbrante Nafea Faa Ipoipo era un complemento de la realidad, la versión luminosa que escondía la desilusión. Eso, la mentira, el engaño, lo que espanta la grisalla de la cotidianeidad, un mundo al que escapar con la mirada, es lo que hizo, lo que hace de Gauguin un pintor desorbitado. El mercado sólo valora el arte, no lo define. Aunque tiene la capacidad detransformarlo y convertirlo en espectáculo. Eso podremos veren el Museo Reina Sofía.
Las propuestas artísticas de Gauguin tardaron en asimilarse y desde su aislamiento continuó trabajando su pintura y su prototipo de artista maldito. Esto también gusta mucho al mercado. “Desde hace tiempo yo he querido establecer el derecho de atreverse a todo; mis habilidades no han dado gran resultado pero, sin embargo, la máquina está en marcha. Los pintores que hoy disfrutan de esa libertad, sí me deben algo”, escribe por carta a Monfreid, en octubre de 1902. A falta de enseñanza, libertad.
En cierto modo, la venta por 300 millones de dólares confirma que su obra se ha hecho evidente a los ojos de todo el mundo. Un arte cuyo punto de partida está en las emociones no podía fracasar en una sociedad que vive, eso, emocionada. La naturaleza de Monet y Renoir no ponía delante de ellos esos naranjas, azules y verdes que Gauguin encontraba en él mismo y que hoy asumimos no como una forma de estudio de la realidad, sino como una evasión de ella. “Los colores dicen todavía más, aun siendo menos variados, que las líneas como consecuencia de su poder sobre la vista. Hay tonos nobles, otros corrientes, armonías tranquilas, consoladoras y otras que excitan por su audacia”, escribe pronto, en 1885.
Cuando vayan a ver a estas dos mujeres envueltas en colores que se chillan entre sí, que no buscan el consenso, sino el enfrentamiento, deben situarse en un contexto en el que su autor fue calificado de “revolucionario”, es decir, “incomprendido”. “El color es un color ajeno a la naturaleza. Todos los rojos, los violetas, rayados por los estallidos de fuego como una hoguera que resplandece ante los ojos, sede de las luchas del pensamiento del pintor”.
Cuando vayan a ver El cuadro deben imaginar a un pintor salvaje tratando de ser primitivo para ser nuevo, de ser sincero para no caer en el engaño. Luego, recuerden que una subasta es un fogonazo ciego ante la huella de un bárbaro autodidacta y arrogante, que imaginaba su disparatado precio.
Un siglo más tarde estamos dispuestos a pagar 300 millones de dólares por una de las obras de los artistas que pusieron patas arriba el rumbo del arte oficial y académico, que hicieron envejecer a los impresionistas y que tuvo que estamparse contra el muro de los prejuicios del arte contemporáneo. Tal y como hoy hacen otros. También 300 millones de dólares por las leyendas de un mito, por el pintor más novelesco de todos, que tanto alimentó él con ayuda de sus amigos: “Es usted actualmente ese artista inaudito, legendario, que desde el fondo de Oceanía envía sus obras desconcertantes, inimitables, obras definitivas de un gran hombre por así decir desaparecido del mundo. Sus enemigos (y tiene usted muchos, como todos los que fastidian a los mediocres) nada dicen, no osan combatirle, ni lo sueñan”, escribe en 1902 su amigo Monfreid.
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