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Antony Beevor: “Es la historia más sangrienta que he escrito”
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el escritor británico publica 'ardenas 1944'

Antony Beevor: “Es la historia más sangrienta que he escrito”

El autor cuenta cómo su visión de novelista le diferencia de los historiadores académicos en el tratamiento narrativo. Asegura que no le resulta fácil cómo censurar los hechos más brutales

Foto: Antony Beevor habla sobre la autocensura ante el horror de los hechos bélicos. (EFE)
Antony Beevor habla sobre la autocensura ante el horror de los hechos bélicos. (EFE)

Se lo piensa antes de contestar. “Sí, es la más sangrienta que he escrito”. Cerca de 80.000 soldados alemanes muertos, heridos y desaparecidos, más de 75.000 estadounidenses, entre el 16 de diciembre de 1944 y el 29 de enero de 1945. Casi 2.000 ingleses. Las escenas de la batalla de las Ardenas en las que se ha detenido a recrear el autor británico Antony Beevor son dantescas. Aunque aclara que podría compararse con las barbaridades de Stalingrado. Son los dos enfrentamientos más despiadados y crueles de la Segunda Guerra Mundial.

“Se me ha acusado de escribir “pornografía bélica”, pero no creo que sea cierto. Sobre las crónicas de Berlín dejé fuera las cosas más terribles, porque eran demasiado horribles. Pero darse cuenta de cuándo las cosas son demasiado explícitas es muy difícil. No es fácil ponerse una línea para no cruzarla. Ni siquiera soy capaz de definir cómo establezco los límites: cuando lo has escrito estás tan cerca del material, que es imposible juzgar. Sólo puedo respetar la opinión de mi mujer, que es la primera en leer mis libros”, cuenta a este periódico el reconocido autor, que publica Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler (en Crítica).

Niega la disputa con historiadores académicos por la recreación de los acontecimientos. “Los académicos y los no académicos acuden a la misma fuente. Todos trabajamos juntos, intercambiamos material y conocimientos”. Los académicos no suelen compartir esta visión tan complaciente que tiene el laureado autor.

A pesar del consenso que pretende con sus compañeros, reconoce alguna distancia con ellos: “Sí, por supuesto, tengo diferencias con los historiadores académicos. La primera es que yo escribí novelas y el resultado es que tiendo a trabajar de una manera más visual. Eso quiere decir que el tipo de material que busco, encuentro o me agrada, es el tipo de material que está en informes oficiales y en diarios personales. Estos me permiten la reconstrucción de la realidad de la gente involucrada en los hechos”, explica. “Inevitablemente, un enfoque académico debe ser más analítico. Pero creo que el análisis puede ir incluido en la narrativa”.

Escribí novelas y el resultado es que tiendo a trabajar de una manera más visual que los historiadores académicos

Un ejemplo: “Lo más enervante de todo aquello eran los gritos de los que tropezaban con alguna mina antipersona y acababan perdiendo una extremidad. “Un hombre dio una patada a una bota para apartarla del camino -escribiría más tarde el oficial al mando de la compañía-; entonces se estremeció al ver que la bota todavía tenía dentro un pie”. Beevor tiene la cualidad de convertir una investigación en una experiencia, de hacer que los datos latan. Para unos es un paparazzi del pasado, para otros el mejor narrador de la estrategia militar.

Historia personal

“Me interesa la manera en que la historiografía ha evolucionado, sobre todo la militar. Antes interesaba el relato colectivo de un regimiento. Más tarde llegó la oleada de la historia oral. Hasta que entendí la necesidad de integrar la historia de arriba, con la de abajo”, cuenta. Es decir, del relato oficial de los grandes nombres y estrategias, con el sufrimiento del soldado o la población civil. El relato enterrado bajo los titulares. “Es la única manera de explicar las consecuencias directas de las decisiones de Hitler y Stalin sobre los civiles atrapados en ese terror”. Sobre todo para una generación postmilitar, una sociedad, aparentemente, sana y segura.

En noviembre saldrá el libro en EEUU y entonces hablaremos de la polémica que se desatará allí al derrumbar uno de los grandes mitos yankis: la revancha despiadada de sus soldados. En el libro se muestra muy crítico con la cultura de la venganza de los soldados y con el silencio cómplice de los historiadores ante el asesinato a sangre fría de prisioneros de guerra. “El archivo, cerca de Washington, está abierto al público. El acceso es muy sencillo”, subraya. Aprobaron abiertamente el fusilamiento como represalia.

EEUU tuvo la necesidad de ver la Segunda Guerra Mundial como una guerra buena y ocultar los grises. Montaron un culto para salvar el desastre moral de Vietnam

Además, en el relato de las fuentes que han quedado registradas “no hay ninguna vergüenza en lo que cuentan los oficiales norteamericanos”. Tienen todos los informes de experiencia de combate. Enviaron a historiadores jóvenes, en su día, a entrevistarse con los oficiales para recoger la batalla. Es puro material contemporáneo. “Para mí ha sido uno de los descubrimientos más importantes”. También están recogidas las conversaciones entre los generales alemanas grabadas en secreto en campos británicos.

“En otras ocasiones, para hablar mal de los norteamericanos tenía que ser mucho más maleducado con los británicos primero. En este caso va a ser más complicado porque no hay soldados británicos involucrados”, advierte. “Es un mito norteamericano”. Resalta el hecho en que la historiografía estadounidense cambió tras la guerra de Vietnam. “Hubo la necesidad de ver la Segunda Guerra Mundial como una guerra buena y ocultar los grises. Montaron un culto para salvar el desastre moral de Vietnam. Mientras los veteranos sigan vivos, el mito continuará”, asegura.

En el intento de trascender los datos y las fechas, Beevor colorea la experiencia humana, en la que transmite lo terrible del enfrentamiento y el conocimiento de acontecimiento. Es un escritor de masas, y éstas, atraídas por el fenómeno, se encuentran –o buscan- la prosa de la crueldad. Dice que quiere hacerles pensar, como le ocurrió a él durante su investigación. “Lo que más me ha llamado la atención ha sido lo salvaje de la batalla, las represalias de la SS contra los civiles belgas”.

Hacer chistes sobre el Holocausto depende de si detrás hay negación del Holocausto o simplemente un chiste muy negro

Para no pecar de cruel, para cumplir con la verdad dosificándola con esperanza y moralina, siempre trata de encontrar y colar relatos de generosidad que rediman al hombre en la guerra. “Por ejemplo, las mujeres rusas que masajeaban los pies congelados de los soldados alemanes. Siempre anhelo este tipo de relatos”, cuenta.

Sin embargo, también asegura que “la corrupción de la historiografía es tener una tesis y buscar las pruebas que la confirmen, seleccionando material para apoyarla”. Explica que lo más emocionante es encontrar un archivo con material que cuestiona y contradice sus ideas originales. “La responsabilidad del historiador es comprender y trasladar esa comprensión. Parece simplista, pero significa luchar contra la generalización y los lugares comunes, para no caer en la propaganda que se monta sobre el pasado”.

¿Se atrevería a bromear sobre el Holocausto? “No”. ¿Estamos preparados para bromear sobre el asunto? “Hacer chistes sobre el Holocausto depende de si detrás hay negación del Holocausto o simplemente un chiste muy negro. La ley no debe lidiar con esto, sino la crítica popular. La ley no debe intervenir en el debate histórico”.

Se lo piensa antes de contestar. “Sí, es la más sangrienta que he escrito”. Cerca de 80.000 soldados alemanes muertos, heridos y desaparecidos, más de 75.000 estadounidenses, entre el 16 de diciembre de 1944 y el 29 de enero de 1945. Casi 2.000 ingleses. Las escenas de la batalla de las Ardenas en las que se ha detenido a recrear el autor británico Antony Beevor son dantescas. Aunque aclara que podría compararse con las barbaridades de Stalingrado. Son los dos enfrentamientos más despiadados y crueles de la Segunda Guerra Mundial.

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