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Las bibliotecas públicas cumplen un siglo, con un futuro en las nubes
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del préstamo de libros a la actividad cultural

Las bibliotecas públicas cumplen un siglo, con un futuro en las nubes

Entre VIP a BIB apenas hay un milímetro cacofónico de separación y, sin embargo, una distancia social abismal. Los primeros son Very Important People allá donde

Foto: Interior de la biblioteca pública Trinitari Fabregat, en Alcanar (Tarragona).
Interior de la biblioteca pública Trinitari Fabregat, en Alcanar (Tarragona).

Entre VIP a BIB apenas hay un milímetro cacofónico de separación y, sin embargo, una distancia social abismal. Los primeros son Very Important People allá donde van; los segundos, los usuarios de las bibliotecas, esos lugares donde todos los ciudadanos son iguales a ojos de los libros. El libre acceso rige la comunidad que se acerca a leer, estudiar, aprender, entretenerse. Así ha sido desde que en 1915 se inauguraron las primeras bibliotecas públicas en Madrid y en Barcelona, con la intención de “poner al alcance de las clases populares” el conocimiento. El libro es libre y no tiene prejuicios de clase. Así ha sido durante 100 años, ¿y ahora?

Aquel real decreto que inauguraba la nueva era ilustrada, señalaba a las bibliotecas como el germen de la cultura popular. Hasta entonces, eran archivos donde al lector se le recibía como a un ser extraño. La Biblioteca Nacional y las universitarias se regían por el decreto de 1858 y su finalidad era conservar fondos patrimoniales. No existían para fomentar la lectura ni la cultura entre la población, que el censo nacional de 1860 retrataba de analfabeta. Sólo el 19,9% sabía leer y escribir. En 1910, la cifra crecía a un 60%. Curiosidad: la voz “analfabeto” aparece en el diccionario, por primera vez, en 1914.

Las bibliotecas ya no son prescriptoras literarias. No solo. Ahora somos una referencia cultural

Antes de la Guerra Civil había en Madrid nueve bibliotecas. Cuando acabó quedaron 35.000 ejemplares de los 61.000. A los 8 años de edad Pedro Valverde pasaba las tardes en la zona infantil de la biblioteca de su barrio. “Me ponían bata y a mí no me gustaba porque yo era de colegio público”, recuerda. Hoy es el jefe de la unidad de bibliotecas públicas en la Comunidad de Madrid, que recibieron 13,7 millones de visitas en 2014 y realizaron 6,8 millones de préstamos. “Ahora que estamos en la nube, ¿qué papel debemos desempeñar los bibliotecarios?”, se pregunta.

“Debemos asimilar las nuevas tecnologías, sin perder nuestro carácter social. Luchamos contra la cultura de la inmediatez, pero tenemos que hacerlo con inmediatez. Y debemos hacerlo con ganas”, explica el responsable de las bibliotecas madrileñas en referencia al aparato mastodóntico de la administración. “Las bibliotecas ya no son prescriptoras literarias. No solo. Ahora somos una referencia cultural. En el futuro habrá bibliotecarios, habrá técnicos, pero sobre todo habrá dinamizadores culturales”, quien habla es la homóloga de Valverde en Cataluña, Carme Fenoll, jefe del servicio de bibliotecas de la Generalitat de Cataluña.

Es probable que no haya nadie que imagine con tanta claridad las necesidades de los usuarios de las bibliotecas que vienen como ella. Mientras que las empresas editoriales se resisten al universo digital, las bibliotecas y los bibliotecarios son avanzadilla planificando la nueva era. Fenoll defiende trabajar en multiplataformas para centrarse en el lector, desarrollando clubes de lectura. En estos momentos, en Cataluña hay 700 clubes vinculados a las bibliotecas. “Son un batallón de 18.000 lectores BIB. El potencial cultural de las bibliotecas se ha menospreciado, a pesar de que el ciudadano encuentra un aliado en ellas. Por eso están más valoradas que los museos”, asegura.

Adiós alsilencio

El silencio está abocado a callar. Las bibliotecas tienden a convertirse en centros de actividad incesante. La lectura se desplaza a la nube y los préstamos se hacen desde casa y en descarga digital. De momento, el invento del Ministerio no está funcionando. Como reconoce Fenoll, esta plataforma sólo ha tenido 28.000 usuarios desde que se implantó hace medio año. “Es muy poquito. El préstamo del libro electrónico no se lo ha creído el sector y así es difícil”. Hay que tener en cuenta que el año pasado se realizaron en Cataluña casi 17 millones de préstamos.

“Hay una bajada enorme del préstamo y un crecimiento disparado de las visitas”, coinciden los dos máximos responsables. Celebran los cien años en el Centre Cultural Blanquerna de Madrid. Las bibliotecas han iniciado un proceso revolucionario de su identidad: los recortes sangrantes desde hace siete años han mermado considerablemente las novedades entre las estanterías. En la Comunidad de Madrid se ha pasado de un presupuesto cercano a los ocho millones de euros, antes de 2008, a dos millones.

La mutación forzada les ha obligado a preguntarse qué quieren ser: sólo literatura o enriquecerse con otras disciplinas. Atrás quedaron los tiempos de la alfabetización y la formación de los obreros. Las bibliotecas son ahora un centro de experiencias culturales. “Estamos en un momento de incertidumbre: las bibliotecas se verán desprovistas de papel tarde o temprano. Pero debemos mantener y fomentar un papel inclusivo en la sociedad de la que formamos parte”, dice Valverde. Centros de intervención social. De hecho, Fenoll habla de convertir el carné de la biblioteca en el carné cultural, para hacer una oferta al gusto del ciudadano vinculándolo a la agenda de actividades de la ciudad. “Ir a la biblioteca significa ser un usuario cultural”.

En Cataluña hay 387 bibliotecas públicas (en Madrid, 222), casi la mitad se han construido en los últimos diez años. “Lo que vende es la nueva inversión, no el mantenimiento”, explica Valverde, para recordarnos esa pasión descontrolada de la política por la inauguración. Esa, la que ha cubierto de hormigón cultural cientos de miles de metros de solares de pueblos y ciudades de este país. Esa misma que el martes cortaba la cinta de un museo por la mañana, un centro cultural a la hora de comer y una biblioteca al atardecer. Y el miércoles se cerraban, vacíos y sin presupuesto, como la biblioteca de 8.000 metros cuadrados de Leganés (Madrid).

Hace cien años las bibliotecas eran lo que siguen siendo, espacios libres de influencias interesadas y resistentes al consumo. Una de las figuras esenciales en la creación de estos espacios nacidos para no producir es el escritor Eugeni d’Ors (1881-1954), que quiso mejorar al individuo de su tiempo. El proyecto político y el estético iban de la mano en la reforma del ser humano y las bibliotecas eran la clave para lograrlo.

El documento de fundación de las Bibliotecas Populares redactado por d’Ors determina cualquier detalle, como jarros en cada mesa con una rosa o un oración al abrir. Termina con una aclaración curiosa para estos santos lugares laicos: el personal técnico debía ser femenino. “Salían formadas como monjas culturales, encaminadas a gestionar los templos culturales para lidiar con el analfabetismo”, dice Fenoll, que recuera que hasta 1976 no se aceptaron hombres en la profesión.

Hoy, en las bibliotecas públicas catalanas trabajan 2.300 profesionales. Todos se preguntan lo mismo: ¿cómo atraemos a más gente? Valverde cuenta que han traído a futbolistas, a actores famosos, “pero no sirve para nada”.El Eurobarómetro explica que en un 74% de los suecos han visitado una biblioteca en el último año, mientras que en España la cifra es un 33%.Ya sabemos qué lugar ocupan las bibliotecas en el mundo, ahora hay que saber cuál es el que ocupan en los usuarios del siglo XXI.

Entre VIP a BIB apenas hay un milímetro cacofónico de separación y, sin embargo, una distancia social abismal. Los primeros son Very Important People allá donde van; los segundos, los usuarios de las bibliotecas, esos lugares donde todos los ciudadanos son iguales a ojos de los libros. El libre acceso rige la comunidad que se acerca a leer, estudiar, aprender, entretenerse. Así ha sido desde que en 1915 se inauguraron las primeras bibliotecas públicas en Madrid y en Barcelona, con la intención de “poner al alcance de las clases populares” el conocimiento. El libro es libre y no tiene prejuicios de clase. Así ha sido durante 100 años, ¿y ahora?

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