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Madoz plagia a Madoz
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tercera retrospectiva del fotógrafo

Madoz plagia a Madoz

La Sala Alcalá, 31 de la Comunidad de Madrid muestra los últimos seis años de trabajo del reconocido artista, con más de 120 fotografías y casi la mitad de ellas inéditas. ¿Podemos hablar de manierismo?

En la minipimer de Chema Madoz hay cachitos de René Magritte y Sánchez Cotán. El resultado, ya saben, un bodegón minimalista con guiños surrealistas, en el que drama y anécdota quedan neutralizados por el blanco y negro. El sentido del humor del fotógrafo convierte sus imágenes en hallazgos irónicos que permite desplegar letras del interior de una navaja suiza o convertir un cerebro en la concha de una tortuga. Una jirafa se ha vuelto cebra, con todas sus rayas. Madoz es el rey de la metonimia visual desde su primera exposición, en 1985.

De aquella muestra en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid han pasado tres décadas, un Premio Nacional de Fotografía y tres retrospectivas, algo inédito en un artista vivo. La fama y la popularidad que arrastra le convierten en una de las piezas más atractivas de los museos, los centros de arte y las galerías. La alta productividad con la que ha trabajado Madoz a lo largo de todos estos años hace de él un referente inagotable, en serio peligro de repetición.

'Peligro de repetición hay en todo ejercicio que tiene que ver con la creación. Pero creo que las conclusiones siempre llegan a lugares diferentes'

Recuerdo un encuentro entre Madoz y el genial pintor Fernando Bellver, en los talleres de grabado de éste. Hablaban de los plagiadores que han tratado de adueñarse de la marca Madoz, como si fuera algo sencillo. La publicidad ha encontrado en sus visiones una abundante fuente de inspiración para los anuncios de automóviles. “Chema, siempre podrán copiarnos, pero nunca sabrán que es lo siguiente que vamos a hacer”, resumía Bellver dando a entender la genialidad ilimitada del fotógrafo.

Caligrafía animal

Borja Casani vuelve a comisariar los pasos de Madoz -como hizo en 2006 en la Fundación Telefónica-, esta vez en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid. El recorrido muestra los últimos seis años de trabajo en más de 120 fotografías. Casi la mitad de ellas no se habían visto nunca. Casani asegura que el protagonista ha llegado a su madurez, eliminando la referencia a la figura humana, centrándose en otros aspectos como la caligrafía y los animales.

placeholder Chema Madoz es retratado por una fotógrafa durante la presentación de la muestra. (EC)

¿Podemos hablar de manierismo? Casani no lo cree. ¿Podemos hablar de agotamiento de una fórmula trabajada desde hace treinta años? Madoz no lo cree. Asegura que el mundo de los objetos todavía le aguarda misterios que le animan a continuar en su investigación. “Creo que sigo construyendo imágenes. Hay repetición de mecanismos, pero sigo sintiendo que las realidades a las que llego como distintas”, explica a este periódico el artista. “Peligro de repetición hay en todo ejercicio que tiene que ver con la creación. Pero creo que las conclusiones siempre llegan a lugares diferentes”.

'Ando en una tesitura confusa con la que no termino de aclararme. En algunos de los objetos más recientes veo una invitación a materializarlo sin foto'

Y, a pesar de todo, una desagradable sensación de déjà vu manda. Cuando el azar se convierte en recurso, cuando la cámara registra un encuentro mágico entre dos mundos indisolubles el uno en el otro y la cámara ha quedado en un mero pasajero pasivo de ese viaje a la poesía visual, hay que seguir avanzando. La fotografía de Madoz ya se hizo escultura antes, en la muestra de Telefónica, en aquella gran tela de araña de escaleras que recibía al espectador. Espectacular. Entre lo real y lo imaginario, lo efímero cobra cuerpo.

Todas sus imágenes pasan por la manipulación de una pareja de objetos que dejan de ser antónimos, para mutar en una escultura que no puede existir. Una nueva señal, un nuevo orden. Algún día Madoz abandonará la frontalidadpara encarar el bulto redondo. Estamos impacientes por verlo, por comprobar la fuerza de ese pretendido azar que termina por desmontarse a sí mismo. Él mismo lo reconoce: “Me estoy demorando en tomar la decisión, un poco a la espera de ver por dónde pasa esa acción. Ando en una tesitura confusa con la que no termino de aclararme. Pero es cierto que en algunos de los objetos más recientes veo una invitación a materializarlo sin foto”. Aclara que sólo algunos de ellos. Otros, carecen de la presencia material escultórica y siguen reclamando un disparo en blanco y negro.

En la minipimer de Chema Madoz hay cachitos de René Magritte y Sánchez Cotán. El resultado, ya saben, un bodegón minimalista con guiños surrealistas, en el que drama y anécdota quedan neutralizados por el blanco y negro. El sentido del humor del fotógrafo convierte sus imágenes en hallazgos irónicos que permite desplegar letras del interior de una navaja suiza o convertir un cerebro en la concha de una tortuga. Una jirafa se ha vuelto cebra, con todas sus rayas. Madoz es el rey de la metonimia visual desde su primera exposición, en 1985.

Fotografía Arte contemporáneo
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