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Todas las mujeres de Galeano
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Todas las mujeres de Galeano

La editorial Siglo XXI publica en los próximos días Mujeres, una selección de los relatos de Eduardo Galeano protagonizados mujeres que conmueven por su desobediencia constante y por su fragilidad

Foto: Eduardo Galeano, en el año 2009, en la ciudad de México. (EFE)
Eduardo Galeano, en el año 2009, en la ciudad de México. (EFE)

La editorial Siglo XXI publica en los próximos días Mujeres, una selección de los relatos de Eduardo Galeano protagonizados por ellas. Las que sobreviven y nos ayudan a sobrevivir. Mujeres que conmueven por su desobediencia constante y por su fragilidad.

La editorial explica que “Galeano cuenta la intensidad de personajes femeninos atravesados por el peso de una causa, como Juana de Arco, Rosa de Luxemburgo o Rigoberta Menchú”. Otras por su hermosura o talento, como Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Frida Kahlo, Marie Curie, Camille Claudel o Josephine Baker.

En la antología también aparecen las hazañas de las mujeres anónimas, las que lucharon en la Comuna de París, las guerreras de la revolución mexicana, etc. El volumen celebra la experiencia de las mujeres que nunca se resignan. Este periódico publica un adelanto de cuatro de los relatos incluidos en el libro:

El zapato

En 1919, la revolucionaria Rosa Luxemburgo fue asesinada en Berlín.

Los asesinos la rompieron a golpes de fusil y la arrojaron a las aguas de un canal.

En el camino, ella perdió un zapato.

Alguna mano recogió ese zapato, tirado en el barro.

Rosa quería un mundo donde la justicia no fuera sacrificada en nombre de la libertad, ni la libertad fuera sacrificada en nombre de la justicia.

Cada día, alguna mano recoge esa bandera.

Tirada en el barro, como el zapato.

Las edades de Josephine

A los nueve años, trabaja limpiando casas en Saint Louis, a orillas del Mississippi.

A los diez, empieza a bailar, por monedas, en las calles.

A los trece, se casa.

A los quince, otra vez. Del primer marido, no le queda ni siquiera un mal recuerdo. Del segundo, guarda el apellido, porque le gusta cómo suena.

A los diecisiete, Josephine Baker baila charlestón en Broadway.

A los dieciocho, cruza el Atlántico y conquista París. La Venus negra aparece desnuda en el escenario, sin más ropa que un cinturón de bananas.

A los veintiuno, su rara mezcla de payasa y mujer fatal la convierte en la vedette más admirada y mejor pagada de toda Europa.

A los veinticuatro, es la mujer más fotografiada del planeta. Pablo Picasso, arrodillado, la pinta. Por parecerse a ella, las pálidas damiselas de París se frotan con crema de nuez, que oscurece la piel.

A los treinta, tiene problemas en algunos hoteles, porque viaja acompañada por un chimpancé, una serpiente, una cabra, dos loros, varios peces, tres gatos, siete perros, una leoparda llamada Chiquita, que luce collar de diamantes, y un cerdito, Albert, que ella baña con el perfume Je reviens, de Worth.

A los cuarenta, recibe la Legión de Honor por sus servicios a la resistencia francesa durante la ocupación nazi.

A los cuarenta y uno, cuando ya va por el cuarto marido, adopta doce niños de diversos colores y diversos lugares, que ella llama mi tribu del arcoíris.

A los cuarenta y cinco, regresa a los Estados Unidos. Exige que a sus espectáculos asistan, todos mezclados, blancos y negros. Si no, no actúa.

A los cincuenta y siete, comparte el estrado con Martin Luther King y habla contra la discriminación racial ante la inmensa Marcha sobre Washington.

A los sesenta y ocho, se recupera de una estrepitosa bancarrota y celebra, en el teatro Bobino de París, su medio siglo de actuación en este mundo.

Y se va.

Teresa

Teresa de Ávila había entrado al convento para salvarse del infierno conyugal. Más valía ser esclava de Dios que sierva de macho.

Pero san Pablo había otorgado tres derechos a las mujeres: obedecer, servir y callar. Y el representante de Su Santidad el Papa condenó a Teresa por ser fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventa malas doctrinas contra san Pablo, que mandó que las mujeres no enseñasen.

Teresa había fundado en España varios conventos donde las monjas dictaban clases y tenían autoridad, y mucho importaba la virtud y nada el linaje, y a ninguna se le exigía limpieza de sangre.

En 1576, fue denunciada ante la Inquisición, porque su abuelo decía ser cristiano viejo pero era judío converso y porque sus trances místicos eran obra del Diablo metido en cuerpo de mujer.

Cuatro siglos después, Francisco Franco se apoderó del brazo derecho de Teresa, para defenderse del Diablo en su lecho de agonía. Por esas vueltas raras de la vida, por entonces Teresa ya era santa y modelo de la mujer ibérica y sus pedazos habían sido enviados a varias iglesias de España, salvo un pie que fue a parar a Roma.

El arte de vivir

En 1986, el Nobel de Medicina fue para Rita Levi Montalcini.

En tiempos difíciles, durante la dictadura de Mussolini, Rita había estudiado las fibras nerviosas, a escondidas, en un laboratorio improvisado en algún rincón de su casa.

Años después, tras mucho trabajar, esta tenaz detective de los misterios de la vida descubrió la proteína que se ocupa de multiplicar las células humanas, y recibió el Nobel.

Ya rondaba los ochenta años, y decía:

—El cuerpo se me arruga, pero el cerebro no. Cuando sea incapaz de pensar, sólo quiero que me ayuden a morir con dignidad.

La editorial Siglo XXI publica en los próximos días Mujeres, una selección de los relatos de Eduardo Galeano protagonizados por ellas. Las que sobreviven y nos ayudan a sobrevivir. Mujeres que conmueven por su desobediencia constante y por su fragilidad.

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