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Kevin Spacey deja la Casa Blanca para defender los derechos de los trabajadores
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Spencer Tracey y Orson Welles lo hicieron antes

Kevin Spacey deja la Casa Blanca para defender los derechos de los trabajadores

A Maquiavelo y a Shakespeare les gustaría 'House of Cards', pero el actor aparca a Frank Underwood para despedirse del Old Vic Theatre con un abogado que hace un siglo se encaró al capitalismo

Foto: Kevin Spacey en el papel de Clarence Darrow, en el Old Vic de Londres hasta el próximo 11 de abril. (OV)
Kevin Spacey en el papel de Clarence Darrow, en el Old Vic de Londres hasta el próximo 11 de abril. (OV)

A Maquiavelo y a Shakespeare les gustaría House of Cards. La reencarnación de El Príncipe, Ricardo III y Macbeth en la piel de un tipo llamado Frank Underwood es una de las más brillantes interpretaciones que ha dado la ficción política. El mérito, más allá de los guionistas, es del actor Kevin Spacey (South Orange, EEUU, 1959), que durante tres temporadas ha dado vida a un político americano carente de escrúpulos y cargado de ambición ególatra. Estos días está de despedida: Spacey se despide como director creativo del venerable teatro Old Vic de Londres, que estuvo a punto de convertirse en sala de striptease poco antes de que el actor tomara sus riendas en 2003 y lo resucitara de sus cenizas.

Hasta el próximo sábado da vida a la némesis del político de la Casa Blanca, Clarence Darrow un abogado estadounidense laboralista que defendió todas las causas justas de finales del siglo XIX y principios del XX, sobre todo los derechos de los trabajadores. Un ser de principios inquebrantables, que en 1974 el dramaturgo David W. Rintels dibujó como noble y de buen corazón en el monólogo que ahora retumba en la voz y el cuerpo de Spacey.

Nuestro protagonista aparece roncando bajo la mesa y la obra termina con él, llorando, mientras pide a un juez que perdone la vida a dos asesinos. Entre medias, un torbellino de sentimientos que van apareciendo en escena a medida que Clarence Darrow le va contando al público la historia de su vida. No se limita a recordar sin más: también trata de hacer partícipe a la audiencia. Pregunta directamente al público, se sienta junto a ellos, camina entre ellos y es capaz de hacer ver frente a él a los jueces, a sus defendidos o incluso a los jurados a los que trata de convencer, por ejemplo, de que trabajar en el ferrocarril siete días a la semana 14 horas al dia... siendo menor de 12 años no puede ser bueno para la humanidad.

Ni ‘Verbal’ de Sospechosos habituales, ni Lester Burnham de American Beauty, Darrow es su personaje más querido, aunque no le reporte ningún Oscar como los otros. "No me gusta elegir entre los personajes a los que he interpretado pero en 1991 filmé una película para la televisión PBS titulada Darrow, en la que recorría 30 años de su vida junto a mi querido Chris Cooper. Aún hoy creo que sigue siendo una de las mejores experiencias como actor que he tenido", confiesa Spacey en las notas de prensa de la obra.

Anarquistas, sindicalistas, mineros, negros, niños, mujeres... todos los que luchaban por mejorar sus miserables vidas en plena explosión del capitalismo en EEUU figuraron en la nómina de defendidos de Darrow. Lo suyo era la lucha contra la desigualdad económica, de género, de raza pero también la cruzada por la libertad intelectual. Se enfrentó a quienes trataban de prohibir las enseñanzas de Darwin en la escuela. Defendió a asesinos confesos, simplemente para demostrar ante un jurado que la pena de muerte era un instrumento de castigo inhumano y había que evitarla incluso ante el más horrible de los crímenes.

Ha pasado casi un siglo desde aquellos juicios que la obra recorre en dos horas y tienen un eco inquietantemente actual. Pero lo realmente extraordinario es asistir al espectáculo que ofrece Spacey, cómo hace creer a los 800 espectadores que a diario abarrotan el Old Vic que el ser humano tiene la capacidad de ser bueno y hasta mejorar la especie. Todo un logro cuando aún tenemos incrustado en la memoria el rostro del actor como imagen del funesto Frank Underwood.

Con una escenografía minimalista, una mesa y varias cajas de las que va sacando los papeles de los juicios, Clarence Darrow a veces peca de buenismo. Pero para quienes crean que Edward Snowden y Julian Assange son héroes del siglo XXI, todos los argumentos que Spacey va desgranando en una carrera sin frenos de pasión (donde caben los matices y las pinceladas de humor), resultan contundentes.

"En 2009 me volvieron a dar la oportunidad de interpretar a Darrow en la producción Inherit the wind (Spencer Tracey y Orson Welles lo interpretaron). Dirigida por Trevor Nunn la producción fue clave para mí. ¿Por qué? Me enfrenté una vez más a sus modos sencillos y a su mente fértil. Es un carácter que he aprendido a conocer. Creo que te levanta el ánimo. Es uno de los mejores análisis que hay sobre nosotros, lo cual es particularmente valioso si observas todas las cosas que hay en este mundo que subrayan lo peor", explica Spacey, que ha preferido no conceder entrevistas hasta el momento sobre su marcha como director creativo de la Old Vic Theatre Company. El próximo 19 de abril se le rendirá homenaje en una gala que será retransmitida en directo, también en la filmoteca de Londres.

El teatro Old Vic, que antes fue el hogar del Teatro Nacional Británico y en sus orígenes en 1818 se llamó Royal Coburg Theatre, estuvo a punto de desaparecer cuando en los años ochenta se le retiraron todos los fondos públicos. Fue salvado in extremis por un consorcio artístico en 1998 del que nació su nombre actual y se invitó a Spacey a formar parte de él.

​Kevin, el salvador

No fue hasta 2003, cuando el teatro estaba a punto de ser desahuciado, cuando el actor estadounidense, entonces de 43 años, fue invitado a crear una compañía para el centro y dirigirla. Llegó a Londres con las cosas muy claras: conseguir que los grandes talentos del celuloide se convirtieran en los protagonistas de su programación y recuperar clásicos antiguos y modernos. La estrategia, dirigida a atraer un público nuevo y a revitalizar a los asiduos, funcionó tan bien que tanto Broadway como el resto del West End ha seguido su estela: ahora las celebridades de Hollywood y Reino Unido llenan sus escenarios.

Por el Old Vic han pasado Kristin Scott Thomas como Electra, Richard Armitage en Las brujas de Salem, Ian McKellen en Aladdin y Kim Katrall en Dulce pájaro de juventud. Además su escenario se ha convertido en vehículo de su propia exploración creativa como director y como intérprete en obras como Ricardo III (a las órdenes de Sam Mendes).También ha conocido el fracaso con algunas de las producciones, como Resurrection Blues de Arthur Miller, dirigida por Robert Altman y machacada por los críticos y el público.

placeholder Spacey baila durante la entrega de los Premios IIFA 2014, en Tampa. (REUTERS)
Spacey baila durante la entrega de los Premios IIFA 2014, en Tampa. (REUTERS)

No obstante, Spacey ha repetido a menudo que su estancia al frente del Old Vic ha sido lo mejor de su vida profesional. "Estoy tratando de hacer cosas más grandes y más allá de mí mismo", dijo en 2006, lo que llevó a algunos a decir que su papel de director del Old Vic le quedaba grande. Sin embargo, nueve años después se despide con los máximos honores.

En todo este tiempo además ha conseguido mantener su vida privada a salvo del cotilleo mundial -¿tiene novia? ¿es gay? ¿tiene pareja? ¿alguien le quiere?- midiendo sus entrevistas al milímetro y dándole al público información estrictamente profesional. Resulta casi milagroso saber que nació en 1959 en South Orange (New Jersey), que siempre quiso ser actor y que dio sus primeros pasos en el teatro de la mano de Shakespeare.

Tras su experiencia adquirida como político viscoso en House of Cards, pronto le veremos interpretar a otra astuta rata de la política (real) estadounidense: Richard Nixon. Será en el filme Elvis y Nixon, de Liza Johnson, centrado en el día que ambos personajes pasaron juntos en la Casa Blanca y donde su antagonista será el también camaleónico Michael Shannon. A priori podría ser otra interpretación excelsa. A sus 55 años aún tiene tiempo de regalarnos muchas más.

A Maquiavelo y a Shakespeare les gustaría House of Cards. La reencarnación de El Príncipe, Ricardo III y Macbeth en la piel de un tipo llamado Frank Underwood es una de las más brillantes interpretaciones que ha dado la ficción política. El mérito, más allá de los guionistas, es del actor Kevin Spacey (South Orange, EEUU, 1959), que durante tres temporadas ha dado vida a un político americano carente de escrúpulos y cargado de ambición ególatra. Estos días está de despedida: Spacey se despide como director creativo del venerable teatro Old Vic de Londres, que estuvo a punto de convertirse en sala de striptease poco antes de que el actor tomara sus riendas en 2003 y lo resucitara de sus cenizas.

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