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Tragedia de avión en Francia: Un piloto suicida habla a su caja negra
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Chuck Palahniuk lo noveló en 'superviviente'

Tragedia de avión en Francia: Un piloto suicida habla a su caja negra

Quince años antes del desastre de Germanwings en los Alpes, Chuck Palahniuk imaginó el relato de vida que el suicida deja grabado en la memoria del avión, antes de estrellarlo, vacío, en el desierto

Foto: Velas y un avión de juguete en recuerdo de los fallecidos, en el aeropuerto de Colonia/Bonn. (REUTERS)
Velas y un avión de juguete en recuerdo de los fallecidos, en el aeropuerto de Colonia/Bonn. (REUTERS)

“Probando, probando. Uno, dos, tres. Probando, probando. Uno, dos, tres. Puede que esto esté funcionando. No lo sé. No sé siquiera si me podéis oír. Pero si podéis oírme, escuchad. Y si estáis escuchando, lo que habéis encontrado es la historia de todo lo que salió mal. Esto es lo que se llama el registro de vuelo del vuelo 2039. La caja negra, lo llama la gente, aunque es naranja”. Quince años antes del desastre de Germanwings en los Alpes, Chuck Palahniuk arrancaba de esta manera Superviviente, la novela en la que imagina el relato que un piloto suicida deja grabado en la memoria del avión.

[Lea aquí: 'Cronología de la tragedia de Germanwings: un año desde el siniestro en los Alpes franceses']

La cruel dimensión de los acontecimientos ha hecho de quien destaca por la anormalidad y el nihilismo de las situaciones que madura, un escritor mucho más prudente que la realidad: “Y si estáis escuchando, tendréis que saber de entrada que los pasajeros están en casa, sanos y salvos. Los pasajeros hicieron lo que se llamaría su desembarco en las Nuevas Hébridas. Luego, cuando estuvimos sólo él y yo en el aire, el piloto se tiró en paracaídas en alguna parte. Unas aguas. Lo que se llamaría un océano. Me voy a repetir, pero es la verdad. No soy un asesino”. El avión, sin escalas a Sidney, vuela en piloto automático hasta estrellarse en la inmensidad del desierto australiano. No deja víctimas.

El autor de El club de la lucha (1996) apaga los cuatro motores del avión y lo deja caer en “fase de descenso controlado”, hacia el suelo. Es la fase terminal del descenso del protagonista, cuando acelera nueve metros por segundo. Su velocidad terminal. “Y escuchad, a esta altitud, y a esta velocidad, con el avión vacío, ésta es mi historia. Y mi historia no se estampará en un millón de cachitos sanguinolentos ni arderá en medio de mil toneladas de avión en llamas. Y cuando el avión se estrelle, la gente buscará el registro de vuelo. Y se sabrá mi verdad. Y viviré para siempre”.

Tender Branson tiene 33 años, ha secuestrado un Boeing 747 y hace un largo flashback en el que cuenta cómo el éxito conduce al fracaso. Se atiborra a esteroides, anfetaminas, diuréticos y otros medicamentos propios de la cultura de la celebridad. Es carne de Oprah. Palahniuk –con su patentada técnica minimalista–recupera las visiones satíricas de Don DeLillo sobre la celebridad instantánea, moviéndose entre el humor y el horror para revolver al protagonista en la cara B de la gloria televisiva y al lector en la mente del suicida. Efectivamente, Superviviente es una descarada crítica contra la naturaleza de la fama y, cómo no, a eso que se ha llamado “sueño americano” para no reconocer que salpica a todo el planeta.

El sentido de la vida

“La gente estará convencida del todo de que fueron los esteroides los que me hicieron ser un secuestrador de aviones zumbado que vuela por todo el mundo hasta estrellarse. Como si la gente supiese algo de lo que significa ser un célebre y conocido líder espiritual de gran fama. Como si esa misma gente no anduviese todo el rato buscando un nuevo gurú que le encontrase el sentido a ese aburrimiento desprovisto de riesgos que llaman vida, mientras miran las noticias de la tele y me critican. Todo el mundo busca eso, una mano que les sostenga. La promesa de que todo va a ir bien. Esto es todo lo que quieren de mí. De mi estresado, desesperado y adorado yo”.

Trastornos de la personalidad

“La verdad es que a mí me gusta limpiar, pero toda mi vida me han educado para obedecer. Lo único que hice fue intentar hacer realidad aquella porquería de diagnóstico [obsesivo-compulsivo]. La asistente me explicó los síntomas y yo intenté lo mejor que pude manifestarlos para luego dejarle que me curara. Después de ser un obsesivo-compulsivo, sufrí un desorden de estrés postraumático. Luego fui agorafóbico. Sufrí ataques crónicos de pánico. A los tres meses escasos de conocer a la asistente, fui un caso de disociación de identidad porque no quise contarle cosas de mi infancia.

placeholder Caja negra que contiene la grabación de voz del Airbus A320 de Germanwings. (REUTERS)

Luego fui una personalidad esquizoide porque no quise unirme a su grupo de terapia semanal. Luego pensó que podría escribir un buen estudio y sufrí el síndrome de Koro, que hace que vivas convencido de que tu pene se hace más y más pequeño, y que cuando desaparezca morirás. Luego me hizo cambiar para tener el síndrome de Dhat, en el que crees que cuando tienes poluciones nocturnas o vas al baño pierdes todo tu esperma. Me dijo que no le extrañaba nada que estuviese siempre tan cansado”.

El suicidio, menudo show

“La verdad es que todo esto era parte del proceso de suicidio. Porque el bronceado y los esteroides sólo son un problema si tienes pensado vivir mucho tiempo. Porque la única diferencia de verdad entre el suicidio y el martirio es la atención que pueda prestar la prensa.

Si un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie allí para oírlo, ¿se queda allí tirado y se pudre? Y si Jesucristo hubiese muerto de una sobredosis de barbitúricos, solo y tirado en el suelo del cuarto de baño, ¿estaría en el Cielo?

Ahora no se trataba ya de si me iba a suicidar o no. Esto, este esfuerzo, todo este tiempo y dinero, el equipo de redactores. Las drogas, la dieta, el agente, los tramos de escaleras que no van a ninguna parte..., todo era para poder matarme bajo la atenta mirada del mundo entero”.

La despedida

“Estoy atrapado en el picado, en mi vida, en la cabina de un vuelo de reacción, y el amarillo plano del desierto australiano se acerca rápido. Y hay muchas cosas que quisiera cambiar, pero no puedo. Ya está todo hecho. Ahora no es más que una historia. He aquí la vida y muerte de Tender Branson, y ahora voy y salgo de ella. Y el cielo es azul y justo en todas direcciones. El sol es total y ardiente, y está ahí, quieto, y hoy hace un día precioso. Probando, probando. Uno, dos...”

“Probando, probando. Uno, dos, tres. Probando, probando. Uno, dos, tres. Puede que esto esté funcionando. No lo sé. No sé siquiera si me podéis oír. Pero si podéis oírme, escuchad. Y si estáis escuchando, lo que habéis encontrado es la historia de todo lo que salió mal. Esto es lo que se llama el registro de vuelo del vuelo 2039. La caja negra, lo llama la gente, aunque es naranja”. Quince años antes del desastre de Germanwings en los Alpes, Chuck Palahniuk arrancaba de esta manera Superviviente, la novela en la que imagina el relato que un piloto suicida deja grabado en la memoria del avión.

Novela Suicidio Andreas Lubitz
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