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El aseo indiscreto
  1. Cultura
una exposición dedicada al cuarto de baño

El aseo indiscreto

Con 'El Aseo. El Nacimiento de la intimidad', el museo Marmottan-Monet repasa una temática poco estudiada en el mundo del arte y a la que jamás se había dedicado una muestra de envergadura

El desagüe traga legañas, secreciones nocturnas, pesadillas, los restos del sueño que resbalan con el agua de la ducha que nos vuelve a convertir en la persona que afronta un nuevo día. El aseo, el baño diario, la limpieza del cuerpo como tarea higiénica y mecánica, pero también como momento de intimidad personal, de espacio y tiempo. Con El Aseo. El Nacimiento de la intimidad, el museo Marmottan-Monetde París(hasta el 5 de julio) repasa una temática poco estudiada en el mundo del arte y a la que jamás se había dedicado una muestra de envergadura.

A lo largo de los siglos, los ojos del artista han interpretado y representado el momento del aseo como un ritual amoroso, de fertilidad, o como excusa para retratar el cuerpo de la mujer, el movimiento, la luz y las formas. Pero el momento del baño también ha sido testigo mudo, con el paso de los años, de los cambios en los usos y costumbres de la sociedad.

De la dama que se baña en un jardín idílico, rodeada de belleza, música amorosa y a la que preparan para su noche de bodas -que recoge el imponente tapiz de Cluny de 1500 que abre la exposición-, a la mujer que se depila las cejas en 2013 con un gesto tan poco elegante como necesario, reflejado con ojo clínico por la artista Brigitte Aubignac. De lo alegórico a lo prosaico, la muestra invita a la reflexión sobre la evolución de los rituales corporales y la influencia que ha ejercido sobre el individuo la aparición de un espacio específicamente dedicado para el aseo. Un lugar que se va cerrando con el paso de los siglos y que permite a la persona apropiarse de un espacio íntimo, que le ayuda a ganar en autoafirmación y autonomía.

Hubo un tiempo, nos recuerda la muestra, en el que nos aseábamos rodeados de personas. En un hermoso retrato de la escuela de Fontinebleau vemos a Gabrielle de Estrées, la amante favorita del rey Enrique IV, en pleno baño con su hermana, la duquesa de Villars, dos auténticas “it girls” del siglo XVI que apenas tocan el agua, se bañan pudorosamente cubiertas por una gasa, maquilladas y peinadas, con joyas. Una nodriza que amamanta un niño, al que acaba de dar a luz la protagonista, nos revela que se trata de un infante real. El baño, en el Arte del Renacimiento, se convierte en una danza ritual en la que el cuerpo se mueve sin cambiar de espacio, es “una excusa para representar el desnudo amoroso, ligado a la mujer, a la procreación y al amor carnal”, revela a El Confidencial Nadeije Laneyrie-Dagen, historiadora de Arte y comisaria de la exposición.

“Cada gesto pertenece a una época determinada, y la exposición bascula entre tres ejes, la existencia o no de agua, de un espacio arquitectónico cerrado, y si hay o no gente alrededor y qué relación se establece con ellos”, explica la profesora. Si en el Renacimiento se cierran los baños públicos por el miedo a las enfermedades infecciosas y el baño se reduce a las élites -y en contadas ocasiones-, en el Barroco el agua, considerada foco de afecciones, se destierra casi por completo. Difícil de extraer y bombear, el agua se considera dañina para la piel y peligrosa para los humores o líquidos corporales.

“El aseo requiere repasarse la cara cada mañana con un paño blanco para desengrasarla. No es bueno lavarla con agua porque hace el rostro susceptible al frío en invierno y a las quemaduras en verano”, escribe un inspirado Juan Bautista La Salle, patrón de las primeras escuelas católicas. Con este espíritu, el aseo se “seca”, se convierte en un lugar en el que las damas son peinadas por doncellas, se ponen ungüentos y aceites y, sobre todo, se contemplan en el espejo. Ah, la vanidad.

El nacimiento del voyeurismo

Los artistas se recrean entonces en representar ese narcisismo ante el espejo recordando, como Nicolas Regnier, que el cuerpo de la bella joven que contempla la perfección de sus rasgos ante el vidrio también expulsa inmundicias, como representa el orinal escondido tras el espejo. O la alegoría de la visión que recoge Abraham Bosse, “la visión amplia y lejana del hombre, inteligente, que mira al cielo con las lentes de Galileo, y la corta visión de la mujer, que mira en el espejo su propia imagen”, interpreta la comisaria.

'Donde se cierra una puerta nace el afán del otro sexo por abrirla. El aseo se convierte en un misterio. ¿Qué hace la dama cuando se encierra en su habitación?'

Llega el XVIII y con él la picardía. Nace el bidé, uno de los primeros inventos de la higiene moderna. Vuelve el agua, poco a poco, y nos lavamos por partes. Los pies. El sexo. La cara. Las damas de la aristocracia empiezan a tener espacios privados, son los “boudoir”, los gabinetes, donde las mujeres intentan encerrarse para vestirse o aplicarse en sus abluciones. “Pero donde se cierra una puerta nace el afán del otro sexo por abrirla. El aseo se convierte en un misterio. ¿Qué hace la dama cuando se encierra en su habitación?”, reflexiona Laneyrie-Dagen.

Por primera vez se ven auténticos gestos de aseo; una señora hace pipí, otra se sienta en el bidet. Las pinturas, como las de François Boucher, adoptan lienzos ovalados, que recuerdan la visión del “voyeur” que mira a través del hueco de una cerradura por la que se espía a la mujer. “El aseo se convierte en ese momento en el que la mujer se toca a sí misma”, recuerda la comisaria, y la pintura se vuelve más libertina.

El espacio para el aseo se cierra a partir de 1800 y deja de tolerarse la presencia de otras personas. Nace el concepto de intimidad. Poco a poco el lugar del baño se especializa, y el agua empieza a llegar a las ciudades. Primero a Londres, y poco después a París. Aparece el agua corriente y el aseo diario se convierte en un requisito higiénico. Manet, Degas, Toulouse Lautrec y los impresionistas reinventan el desnudo y, como en la magnífica pintura de Eugène Lomont que ilustra el cartel de la exposición, “Jeune femme à sa toilette”, el momento del baño se convierte en un instante de reflexión, de evasión en los pensamientos. Mujeres que se desvisten, que se enjabonan, que se sumergen en la bañera y prácticamente se disuelven en azules, grises y naranjas. Mujeres que desenredan cabellos de fuego con un tacto de seda como en la bellísima pintura de Wladyslaw Slewinski. El baño se convierte en un refugio del mundo, un momento en el que el tiempo deja de existir.

La revolución llega en el periodo de entreguerras, y se acentúa tras la Segunda Guerra Mundial: nace la fotografía publicitaria. Aparecen las grandes casas de belleza, Estée Lauder, Helena Rubinsteien, Elizabeth Arden. La cosmética llega a las clases medias, que empiezan a llevar maquillaje. “La publicidad ofrece imágenes seductoras de mujeres que, además, son sencillas de comprender. Eso pone al artista ante un auténtico reto: ¿cómo podemos continuar afrontando el cuerpo de la mujer cuando en todos los muros, en la televisión, en las revistas, aparecen imágenes tan figurativas y eficaces?”, relata la comisaria.

La respuesta la tenía Picasso. Y Fernand Léger. Y Julio González. Y tantos otros que descompusieron el aseo, el cuerpo, la mujer, el tiempo y la vida para crear un rompecabezas en el que el baño no era solo un baño, y en el que Dora Maar con un reloj era la guerra, y la muerte, y la belleza, y la pérdida de la inocencia.

El sujeto pasivo se convierte en activo, y la mujer se pone ante el lienzo o tras la cámara. “A finales del siglo XX y en el siglo XXI, posiblemente la gran revolución de cómo vemos el aseo viene de la mano de las mujeres artistas”, opina Nadeije Laneyrie-Dagen. El aseo femenino no es siempre delicioso, como habían mostrado los maestros hasta entonces. En realidad, casi nunca lo es. Quien ha visto a una mujer aplicarse máscara en las pestañas lo sabe. O depilarse. O desenredarse el pelo. Las modelos nacen bellas, pero no se mantienen así por arte de magia. Lo desvelan la fotógrafa Bettina Rheims y “Karen Mulder con un sujetador de Chanel muy pequeño”. La belleza viene enfrascada en mascarillas, en bandas depilatorias, en tónicos y cremas suavizantes. Y el proceso requiere de una intimidad. De un espacio. De un tiempo para pensar en quiénes somos y cómo queremos presentarnos ante el mundo.

El desagüe traga legañas, secreciones nocturnas, pesadillas, los restos del sueño que resbalan con el agua de la ducha que nos vuelve a convertir en la persona que afronta un nuevo día. El aseo, el baño diario, la limpieza del cuerpo como tarea higiénica y mecánica, pero también como momento de intimidad personal, de espacio y tiempo. Con El Aseo. El Nacimiento de la intimidad, el museo Marmottan-Monetde París(hasta el 5 de julio) repasa una temática poco estudiada en el mundo del arte y a la que jamás se había dedicado una muestra de envergadura.

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