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Pesticidas para acabar con nuestros hijos
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Samanta Schweblin y 'distancia de rescate'

Pesticidas para acabar con nuestros hijos

La escritora de cuentos da el salto al relato largo, con una novela corta en la que el campo se ha convertido en amenaza y la lectura en una experiencia venenosa

Foto: La escritora argentina Samanta Schweblin, autora de la novela 'Distancia de rescate'. (Foto: eternacadencia libreria editorial)
La escritora argentina Samanta Schweblin, autora de la novela 'Distancia de rescate'. (Foto: eternacadencia libreria editorial)

Esta novela está poseída. Dos voces luchan por imponerse en el relato. El lector asiste a la pelea, las escucha desde la nada, porque desde la nada recorren los acontecimientos que dan vida a su historia, la de Amanda y David, en un pequeño pueblo (argentino) que podría pasar por el retiro dorado -donde naturaleza y cuerpo encuentran fusión-, si no fuera porque detrás de la brisa y la calma hay gato encerrado.

Es una novela a la que las etiquetas no le sientan bien, porque practica lo mejor de cada género de la mejor manera posible, desde el misterio a la magia, pasando por la revelación política. Amanda trata de entender, David guía sus recuerdos en busca del origen de la tragedia. La vulnerabilidad es el motivo que corre bajo las líneas de este libro: una amenaza invisible, como dice a este periódico Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), autora de Distancia de rescate (Literatura Random House), una de las lecturas forzosas de la temporada.

El diálogo entre ellos es el que mantiene la autora con ellos. Es un reflejo, en realidad, que cuestiona lo que se escribe y lo que debe ser escrito. David pregunta sobre lo imprescindible. Hay una lucha interna, un mapa sobre cómo contar: “Es una lucha interna, porque contar una historia no debe ser sólo contar una historia, sino un registro de cómo contar una historia”, dice la escritora.

Y no avanzaremos mucho más, porque cada cosa que conozcan del libro acaba con la otra posesión, la del lector atrapado en una lectura angustiosa. La escritora de cuentos da el salto al relato largo, con una novela corta. Apenas 120 páginas en las que no hay ni rastro de materia grasa. Puro músculo. “Supongo que hay un cuidado y precisión que exige el cuento. Es algo que a mí me gusta mucho como lectora y necesito hacerlo como escritora. Como lectora necesito saber todo el tiempo que no pierdo el tiempo y rápidamente establezco un pacto con el escritor si veo que sabe lo que está haciendo. Si no, lo abandono de inmediato”, cuenta.

El lector contemporáneo, ese gran desconocido por los escritores que no quieren ver sus necesidades como lectores. Schweblin reconoce que los modos de lectura han cambiado, las atracciones también. “Competimos con otras maneras de contar historias, como puede ser la televisión y las series”, dice. La tecnología ha afectado a la literatura en la dedicación del lector al libro.

'En el momento en que la literatura se convierte en algo panfletario pierde reflexión'

Hace años que no leo una novela de 1.000 páginas. Necesitaría confiar muchísimo en ese autor. No es un tema de vagancia: es tanto lo que se descarta, tanta la decepción, que uno debe estar muy convencido de sentarse dos semanas para leer un libro”. A pesar de estas nuevas normas, ¿por qué no funcionan los libros de cuentos? Samanta no encuentra solución a la pregunta.

De vuelta al corazón: maternidad, política, pesticidas, transmigración, peligro y niños deformes. La idea surgió para un cuento: ¿y si un día no reconoces a tu hijo por un detalle indemostrable como el modo de cruzar las piernas? Un recorrido introspectivo de los personajes que combina acción y tensión, que arranca en oscuridad y, poco a poco, va iluminándose. La luz cada vez es mayor sobre un tema que atraviesa a los argentinos en este momento, el glifosato, un herbicida para soja que se utiliza para cualquier cosa y que está matando a mucha gente.

El campo termina perdiendo tranquilidad y ya saben lo que significa el campo para los argentinos: esparcimiento, comida sana y natural, comunidad y seguridad. “Ahora se ha vuelto el espacio más peligroso de nuestro país. Tengo la sensación de que tenemos que huir de él”. Samanta Schweblin en ningún momento menciona al glifosato dichoso y está tan presente. “Estoy convencida de que la literatura funciona como un espejo. En el momento en que se convierte en algo panfletario pierde reflexión”. Hay denuncia, pero no pancarta, política con disimulo.

Hace saltar la alarma sobre lo peligroso intangible, lo que uno no puede ver ni puede entender, la violencia invisible. La lectura también es un veneno.

Esta novela está poseída. Dos voces luchan por imponerse en el relato. El lector asiste a la pelea, las escucha desde la nada, porque desde la nada recorren los acontecimientos que dan vida a su historia, la de Amanda y David, en un pequeño pueblo (argentino) que podría pasar por el retiro dorado -donde naturaleza y cuerpo encuentran fusión-, si no fuera porque detrás de la brisa y la calma hay gato encerrado.

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