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La mirada atormentada de Giacometti se convierte en una bamba rellena de nata
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exposición en la fundación canal

La mirada atormentada de Giacometti se convierte en una bamba rellena de nata

Giacometti ahora es, sencillamente, “el hombre que mira”. No es el hombre que sufre, no es el hombre que teme, ni el hombre que tiembla

Foto: Un visitante frente a una serie de dibujos de rostros, de Alberto Giacometti.
Un visitante frente a una serie de dibujos de rostros, de Alberto Giacometti.

Aquel fue un mundo invadido por el estupor de los acontecimientos y la imposibilidad de asumirlos. Un lugar en el que el lenguaje no estaba a la altura de los pensamientos y los sentimientos. Una sociedad golpeada por la muerte y la angustia, a la que se le forzó a reconstruirse mediante la creación de una nueva realidad sin historia. Después de la guerra sólo quedaba el futuro y se obligó a la población a callar sobre lo que había sucedido, como dice el escritor W. Sebald, en Sobre la historia natural de la destrucción. El pasado se enmascaró con la excusa de la supervivencia. “Así pues, la destrucción total no parece el horroroso final de una aberración colectiva, sino, por decirlo así, el primer peldaño de una eficaz reconstrucción… una reconstrucción equivale a una segunda liquidación, en fases sucesivas, de la propia historia anterior, impidió de antemano todo recuerdo”.

Alberto Giacometti (1901-1966) estaba lejos de esa reconstrucción que se le pedía al pueblo. En su mítico estudio de la calle Hyppolyte-Maindron, en el parisino barrio de Montparnasse, el artista suizo creó figuras arrastradas, aterrorizadas, atormentadas, ansiosas, solas, cuyas miradas están compuestas por ojos vacíos y las cabezas degradadas hasta dejarles a la vista el cráneo. Es el ideal de lo verdadero, el único motivo legítimo para seguir avanzando, no la reconstrucción artificial. Giacometti miraba a los ojos de un mundo aniquilado y mostraba sus ruinas en esas estilizadas formas verticales, en bustos y en bocetos. El miedo a la muerte atormenta al artista, que angustiado dice que esculpe para “protegerse de la muerte”, para “defenderse del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre posible”, explica. Se libera de la muerte con su trabajo, creando. Relacionarlo hoy con otra cosa que no fuera ese descarado sentimiento trágico de la vida es un error de bulto.

Y a pesar de eso, a pesar de haber tenido que dejarlo todo y huir a Suiza durante la ocupación nazi de París, desde hace cuatro años no paramos de ver exposiciones en este país dedicadas al maestro del desasosiego y el estupor que nos lo pintan, básicamente, como un objeto limpio de esa dichosa carga de la obsesión por la negatividad. No hubo ni rastro del Giacometti, amigo de Sartre y Beckett que nos hace una terrible confidencia humana, en la muestra organizada en el Museo Picasso de Málaga, en 2011, ni tampoco en la de 2013 pasado en la Fundación Mapfre. Y no la esperen tampoco en la Fundación Canal, donde la progresión de la operación Giacometti salsarosa alcanza la dimensión bamba de nata. Tal y como escribía Sebald, parece que se desarticulan los recuerdos de quién fue el artista hasta borrarle del mapa y poder hacer con su marca otro nuevo, empaquetado como un objeto de lujo.

Ni gota de angustia

Giacometti ahora es, sencillamente, “el hombre que mira”. No es el hombre que sufre, no es el hombre que teme, ni el hombre que tiembla. La materia cruel de la inquietud y la perturbación no es más que un apodo o el lado exótico del escultor. La exposición está coproducida con la Fundación Giacometti, en la que se han incluido más de 100 obras entre dibujos, esculturas y obra gráfica, que decoran las tesis de las comisarias Catherine Grenier y Mathilde Lecuyer. Sólo la figura y la mirada y se ha rastreado entre sus escritos y entrevistas, las citas que mejor pueden acoplarse a los asuntos a tratar: la mujer, la pareja, figuras en la lejanía, figuras de medio cuerpo, la cabeza y la mirada. Ni una gotita de angustia.

"La belleza no tiene otro origen que la herida, singular y distinta para cada uno de nosotros, visible o escondida, que todo hombre guarda dentro de sí, que preserva y en la que se refugia cuando quiere retirarse del mundo para hallar una soledad temporal pero profunda", así lo definió Jean Genet. Ni solitario ni herido, Giacometti ha sido reconvertido a la casta de las artes decorativas. En esta exposición se ha elegido un marco y el resto se ha desechado. “Se trata de una exposición diferente porque aborda su trabajo no como una retrospectiva, sino como una exposición temática ", asegura Catherine Grenier directora de la FundaciónGiacometti. Sobre la mirada desorbitada y atroz de sus personajes, causada por lo que han tenido que sufrir y ver, se explica en el catálogo que su angustia es por una falta de pericia técnica: “Se enfrenta con dolos a lo que él considera como el fracaso de su mano a la hora de traducir lo que su ojo y su espíritu captan”.

Pero, ¿cómo es posible que uno de los artistas menos complacientes con la esperanza humana se haya convertido en un Blockbuster? Como se vende desde la propia organización del evento, “su obra en general suscita una fascinación y asombro difícil de superar”. “Historiadores, críticos y público experto o general coinciden en incluirlo en el selecto y reducido club e artistas modernos cuya aceptación es unánime”. Por eso, si se insiste en que esun“artista que sufre”, “solitario, angustiado y obsesionado por la muerte”, se cometerá, al parecer, el error deltópico. Pero el pasado no ha desparecido, se mantiene como presente, y la mirada de los seres de Giacometti sigue mirando fíjamente al horror de la barbaridad.

Aquel fue un mundo invadido por el estupor de los acontecimientos y la imposibilidad de asumirlos. Un lugar en el que el lenguaje no estaba a la altura de los pensamientos y los sentimientos. Una sociedad golpeada por la muerte y la angustia, a la que se le forzó a reconstruirse mediante la creación de una nueva realidad sin historia. Después de la guerra sólo quedaba el futuro y se obligó a la población a callar sobre lo que había sucedido, como dice el escritor W. Sebald, en Sobre la historia natural de la destrucción. El pasado se enmascaró con la excusa de la supervivencia. “Así pues, la destrucción total no parece el horroroso final de una aberración colectiva, sino, por decirlo así, el primer peldaño de una eficaz reconstrucción… una reconstrucción equivale a una segunda liquidación, en fases sucesivas, de la propia historia anterior, impidió de antemano todo recuerdo”.

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