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“La primera persona ni es tan pop, ni tan show, ni tan festival, ni tan hipster”
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Gabriela Wiener publica ‘Llamada perdida’

“La primera persona ni es tan pop, ni tan show, ni tan festival, ni tan hipster”

La Llamada perdida es eso, una esperanza no consumada. La breve historia de un fracaso. "Es, para empezar, un cuerpo que une distintos pedazos de mí"

Foto: La escritora y periodista Gabriela Wiener, retratada por Daniel Mordzinski.
La escritora y periodista Gabriela Wiener, retratada por Daniel Mordzinski.

La mayor virtud de la periodista peruana Gabriela Wiener (Lima, 1975) es que no se toma en serio. Puede reivindicar la crónica latinoamericana como un género literario que en España no existe y no hemos querido ver desde hace cientos de años, sin dar lecciones ni grandes titulares sobre lo que esa tipología híbrida de periodista cruzado con escritor puede y debe hacer ante una historia sin noticia. Y puede hacerlo delante de otro periodista, español, ella reclamando la estirpe de Rodolfo Walsh (1927-1977), él con la baraja de los Chaves Nogales (1987-1944) y compañía.

Las cosas han cambiado mucho desde que el escritor argentino tuviera que hacer frente, a finales de los sesenta, a la represión de la dictadura. Tampoco en España hay una guerra civil ni estamos a las puertas de otra guerra mundial en Europa. El mayor peligro del periodista en la España actual es el fin de mes y, a pesar de ello, se busca el mismo efecto en el lector en tiempos de guerra: aniquilar su indiferencia.

A la Policía ya no se le llama “la secta del gatillo alegre”, por la impunidad de los asesinatos que cometían y reportajes como Operación masacre y ¿Quién mató a Rosendo? asoman como asuntos demasiado lejanos. Sobre todo si tenemos en cuenta la crónica de Gabriela, con el don de parecer dulce e impudorosa, exhibicionista y frívola, mientras toca hueso en los tabúes que cubren la hipocresía de una sociedad sin problemas, aparentemente. Esa es la línea de la escritora y periodista desde que llegó a España hace algo más de una década: camuflar los desajustes sociales en su propia experiencia, “con la esperanza de que al relatarme alguien más se sienta relatado”.

Eso es en esencia Llamada perdida, el último bombazo intimista de Wiener, que publica esta vez con la editorial Malpaso. Por ahí pasan los prejuicios más sexistas que se imaginan, los remilgos moralistas de un país oprimido desde hace siglos por la religión, la educación en la culpa y en la conciencia reprimida en lo correcto de la sexualidad, el amor y la pareja. Imaginen en un país como éste a una mujer como ella –diferente-, dictando desde una de las revistas que se dedican a diseñar el canon de belleza de la mujer. Imaginen ese día en el que se harta de participar en la imagen tirana que construye a una mujer tan bella como falsa y se marcha.

Adiós esperanza

La Llamada perdida es eso, una esperanza no consumada. La breve historia de un fracaso. “Es, para empezar, un cuerpo que une distintos pedazos de mí: autorretratos, ensayos cortos, confesiones mínimas, perfiles, prosas de cierto lirismo, un cómic, crónicas…”, explica la autora a este periódico para aclarar la degeneración con la que ha tratado a lo literario. Todo ha sido articulado, dice, alrededor de un diálogo con ella misma pero también con su entorno. “Creo que por primera vez, con el resto de la sociedad como concepto político. Hablo de agitación personal, pero también de la subversión de algunas dinámicas sociales”.

Así que la “primerísima persona” es algo “incómodo y a veces triste, oscura, cruda”. “Ni es tan pop, ni tan show, ni tan festival, ni tan hipster”. Porque parte de su intimidad, porque su intimidad no son únicamente sus secretos de cama. Su intimidad es la reflexión sobre lo público, siempre alejada de lo normativo, como el cuestionamiento de la familia tradicional, sobre el papel de la madre y de la crianza. “Creo en el cuestionamiento de estas instituciones y creo que ese cuestionamiento es la base para un cambio de la política que se construye sobre ellas”, añade.

La crónica política de Wiener no es de barricada, si acaso practica una envolvente despistada. Tamizada por su propia mirada y su propia diferencia. Irónica y sarcástica, impudorosa y valiente. Es un libro molesto porque no descubre las claves de una vida dedicada a triunfar, ni el camino del éxito, ni a una persona que se someta a las normas, sino a una que renuncia a todo lo que se espera de ella. La marginalidad como asilo de la dignidad, las llamadas perdidas como monumentos a la desconexión y la soledad.

La mayor virtud de la periodista peruana Gabriela Wiener (Lima, 1975) es que no se toma en serio. Puede reivindicar la crónica latinoamericana como un género literario que en España no existe y no hemos querido ver desde hace cientos de años, sin dar lecciones ni grandes titulares sobre lo que esa tipología híbrida de periodista cruzado con escritor puede y debe hacer ante una historia sin noticia. Y puede hacerlo delante de otro periodista, español, ella reclamando la estirpe de Rodolfo Walsh (1927-1977), él con la baraja de los Chaves Nogales (1987-1944) y compañía.

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