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Adiós al dibujante Máximo, opinador diario e independiente hasta el final
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muere a los 82 años

Adiós al dibujante Máximo, opinador diario e independiente hasta el final

El periodismo sin Máximo se queda bajo mínimos. Con la muerte, a los 82 años, de uno de los más destacados representantes de la importante tradición

Foto: Con la muerte de Máximo, se despide a uno de sus más destacados representantes del humor gráfico.
Con la muerte de Máximo, se despide a uno de sus más destacados representantes del humor gráfico.

El periodismo sin Máximo se queda bajo mínimos. Con la muerte, a los 82 años, de uno de los más destacados representantes de la importante tradición de humor gráfico español, desaparece una estirpe que protagonizó el cambio hacia la democracia y su revisión crítica. Siempre fiel a la libertad de expresión total, incluso en tiempos de la censura franquista, que no dejaba palabra sin tocar en los pies. Algunos le consideran el “James Joyce del humor gráfico”, por su inagotable afán experimental y su línea de humor metafísico e intelectual, en el que escondía su mensaje ideológico y lo colocaba en una altura a la que los censores no llegaban.

Al final de su carrera, Máximo tuvo que sufrir el viraje empresarial en los medios que potenciaban la tendencia al servilismo y renunciaban a la crítica a golpe de hipocresía. A pesar de todo, el dibujante fallecido ayer, trató de llegar a un acuerdo entre la libertad de expresión y el dogmatismo… para salvar a la primera. Tarea en la que él también fracasó, como lo hacemos el resto, cada día.

Máximo adelantó el desconcierto real antes de que Juan Carlos pidiera perdón. Su Diario regio (que terminó compilando y publicando en Planeta) queda como testimonio de los avatares absurdos del monarca, perdido en un mar de dudas y empecinado en hacer autocrítica. Pura ficción, claro, en sus tiras de una densidad casi transparente, apenas manchadas por los trazos de la tinta del perfil de sus personajes. Como el dibujante reconoció a este periodista, perseguía a diario la intimidad del rey de España, y en él aparecía todo lo que Juan Carlos pensaba, pero no podía decir.

El final de la monarquía

Así mantuvo la gaceta del imposible pensamiento regio hasta 2007, momento en el que el periódico del que era fundador y en el que publicaba aquellas escenas inverosímiles, El País, le da la patada, después de haber fraguado su trayectoria en la esencia del humor gráfico de este país: La Codorniz, Por Favor, Pueblo, Triunfo, Interviú o La Vanguardia. A los seis meses llegó al ABC, pero la serie del rey quedó anulada. “Es un diario monárquico y creo que me autocensuraría. Podría plantear problemas al periódico y, de momento, no quiero plantearle ninguno”, comentó el dibujante, que por entonces tenía 74 años, en aquel encuentro en la cafetería de un VIPS cerca de su casa.

Máximo era un dibujante que se asombraba, que pensaba que el humor era innecesario pero imprescindible. De hecho, sus tiras no complacían al efecto humorístico. Eran de efecto retardado –menos pegadas a la actualidad, menos inmediatas, más intelectuales- si se comparan con las de la otra referencia gráfica de crítica moral, El Roto. Las reflexiones de ambos buscaban una corrección de los defectos sociales. En buena medida, nunca renunció a la tónica heredada de sus trabajos en las páginas de La Codorniz, junto a Chumy Chúmez, Mingote, Azcona, Pablo, Dátile, Mena, Munoa, Serafín, Máximo, Cebrián, Abelenda, Arturo, Oli, Soria, Perich, Pastecca, Martinmorales, Madrigal, Dodot, Ops (anterior seudónimo de Andrés Rábago, El Roto), etc.

De hecho, en el breve capítulo dedicado al humor de El País, en su libro sobre la historia del periódico (Una historia de El País y del Grupo Prisa. De una aventura incierta a una gran industria cultural; Plaza y Janés, 2004), María Cruz Seoane y Susana Sueiro señalaban de Máximo, y de Peridis, un humor “muy poco chistoso”, que no desmerecía la “seriedad” de la cabecera. La falta de chascarrillo hace referencia a una desnudez estilística inimitable, a una hondura y agudeza a la que nunca renunció a pesar de las críticas. Caricatura austera, esquemática y sobria que entierra el humor a simple vista.

Máximo no fue un dibujante de personajes –a pesar de sus referencias reales-, sino de arquetipos y de objetos, como las pancartas. Máximo creció tanto que terminó convirtiéndose en un dibujante de minorías y en un elemento incómodo para la mediocridad que, poco a poco, se hacía con el control de las redacciones.

El periodismo sin Máximo se queda bajo mínimos. Con la muerte, a los 82 años, de uno de los más destacados representantes de la importante tradición de humor gráfico español, desaparece una estirpe que protagonizó el cambio hacia la democracia y su revisión crítica. Siempre fiel a la libertad de expresión total, incluso en tiempos de la censura franquista, que no dejaba palabra sin tocar en los pies. Algunos le consideran el “James Joyce del humor gráfico”, por su inagotable afán experimental y su línea de humor metafísico e intelectual, en el que escondía su mensaje ideológico y lo colocaba en una altura a la que los censores no llegaban.

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