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¿Quiénes serán los académicos del futuro?
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¿Quiénes serán los académicos del futuro?

Darío Villanueva, en sus primeras palabras como director de la RAE, dijo que la Academia debía adaptarse al siglo XXI. ¿Es demasiado tarde? ¿Qué les parece

Foto: Los archivos de la RAE, expuestos en la exposición dedicada a la Academia en la Biblioteca Nacional. (EFE)
Los archivos de la RAE, expuestos en la exposición dedicada a la Academia en la Biblioteca Nacional. (EFE)

Darío Villanueva, en sus primeras palabras como director de la RAE, dijo que la Academia debía adaptarse al siglo XXI. ¿Es demasiado tarde? ¿Qué les parece la Academia a los escritores del siglo XXI? ¿Cómo creen que será en el futuro? ¿Quiénes podrían ser parte de ella? Los novelistas contemporáneos consultados por este periódico se muestran sin interés y conocimiento por la actividad de la institución que vela por el idioma. Se mantiene lejos de sus pensamientos y de sus conversaciones. Sólo prestan atención cuando se levanta la polvareda con cada nueva edición del Diccionario. Es curioso oír cómo se quejan del exceso de novelistas entre las cuatro decenas de académicos actuales. Además, reclaman más lexicógrafos, más trabajo, menos lobbies intelectuales, menos opacidad, más transparencia, más proximidad. Piden, de una vez, un Diccionario Histórico.

Elvira Navarro (Huelva, 1978). La trabajadora (Penguin Random House)

"La Academia ahora mismo es una institución inexistente, aunque muy visible. Al tiempo, muy opaca. ¿A qué se dedican los académicos? Falta comunicación con lo que pasa afuera. Que la Academia meta o no una palabra en el Diccionario ya sólo sirve para bromear. Este tipo de instituciones son como los museos: cuando pasas a formar parte de ellas te conviertes en reliquia. El problema es que no hay diálogo con la calle. Por la seriedad y la amplitud de miras debería estar Vicente Luis Mora. Y por las mismas razones debería estar Elena Medel, que tiene una visión muy amplia de las necesidades".

Antonio Orejudo (Madrid, 1963). Un momento de descanso (Tusquets)

"La parte menos conocida, la lexicográfica, es imprescindible. Una institución que levanta acta del lenguaje es imprescindible. La Academia saca fotografías periódicas del estado de la lengua, no fija las normas. Se levantan polémicas tontas: si es machista es porque retrata una sociedad que lo es. La parte más glamurosa, la del club de poderosos, es la que menos me interesa. La Academia debería tener una estructura más accesible y flexible, un académico para toda la vida es muy arcaico. De la Academia deberían formar parte todos los escritores, con trabajadores especializados lexicografía. Tendría que copiar a sus colegas del cine y organizar una gala donde todos votarían la Mejor Novela, la Mejor Obra de Teatro, la Mejor Escena erótica, etc. Darle visibilidad con una alfombra roja".

Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968). Tiempo de vida (Anagrama)

"Lo que debe hacer la Academia es lo que está haciendo. Alguien debe velar por el cuidado de la lengua, para que permanezca unida la española y la de América. Sin embargo, algunas de las palabras que se incorporan son lo que un viejuno piensa que es moderno, por eso te da pudor ver palabras que no se usan desde los ochenta. No sé si es tan útil que haya en ella escritores. Ser académico es una cuestión de lobbie intelectuales y eso es lo que más sospechas ofrece. No todos los académicos son competentes, todos tenemos en mente ahora mismo varios nombres que están claramente incapacitados en el manejo de las palabras".

Elena Medel (Córdoba, 1985). Chatterton (Visor)

"Mi mayor contacto con la Academia ha sido leer algunos discursos de ingreso, pero poco más. Tengo más clara la función de un lexicógrafo, que la de un académico. Es una institución muy lejana. Al margen de las normas que va dictando, la Academia nunca me ha provocado curiosidad. Pero la creación de las normas creo compete más a la gente que está trabajando allí continuamente. No sé si los académicos trabajan todos los días. Tengo la sensación de que las nuevas entradas del Diccionario, todo el vocabulario vinculado a las redes sociales, demuestran que están haciendo un esfuerzo por acercarse a la actualidad".

Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960). Habitación doble (Anagrama)

"Es una venerable institución ilustrada que debería seguir siendo, sobre todo, ilustrada. Debería poner todos los esfuerzos en hacer de una vez el Diccionario Histórico del Español, que ha empezado tres veces y nunca ha terminado. El español es de las pocas lenguas europeas que no lo tiene. Esto es imperdonable. También echo de menos una revisión lexicográfica a fondo del DRAE. Un diccionario moderno no puede definir “tren” como “medio de transporte”; “aeronave” como “vehículo”; y “barco” como “construcción cóncava de madera, hierro u otra materia”. Los académicos no tienen por qué saber lexicografía y su cometido tendría que ser la de dar el visto bueno (sin tocar nada, sin creerse que saben más que ellos) a la labor de los profesionales. Me gustaría que fuera una institución más científica, y menos una fábrica de compromisos, ocurrencias y autorizaciones. No me veo dentro de la Academia, la verdad. ¿Quién debería estar ahí? Pues gente que sepa de lengua y literatura, sobre todo filólogos. Y no gente que solo busque legitimación, honores y prebendas".

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960). La buena reputación (Seix Barral)

"Las instituciones antiguas son como el cambio de guardia ante el palacio de Buckingham: esa antigüedad forma parte de su encanto y no conviene introducir muchos cambios. El único realmente necesario es la equiparación entre académicos y académicas. El desequilibrio es tan grande que pasarán muchos años antes de que se alcance la paridad. Los que tienen que ingresar no son escritores (como yo mismo), sino escritoras. Y en España no faltan buenas escritoras y buenas periodistas que merecerían estar dentro".

Jenn Díaz (Barcelona, 1988). Es un decir (Lumen)

"La imagino un sitio de viejecitos desocupados. Un Diccionario es una gran herramienta y cada vez que hacen un cambio me deja muy sorprendida y, a veces, indignada. Cuando se acepte selfie me dará un telele: pecan de carcas y de modernos. Una institución como la RAE debería estar más cerca de la realidad que de introducir cambios tan subjetivos y tan personales. Que se ocuparan más de las definiciones que de las palabras. Hay una campaña: Golondrinas a la RAE, en la que actualizan las definiciones sexistas. Eso es más urgente que quitarle la tilde al sólo. En la del futuro debería estar Sergio del Molino. Y Belén Gopegui no me pega en una institución tan cerrada, pero con ella ganaría. Me gusta que la Matute estuviese allí".

Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963). Lo que no está escrito (Tusquets)

"La Academia me parece un club inglés, un sitio de borrachos, pendencieros y sin mujeres. Se reúnen sin chicas. Un sitio detestable. Es como los clubes, que o te invitan o no entras. Cualquier bar de cualquier pueblo es menos detestable. No me veo, aunque soy un tipo bastante detestable. No tengo ninguna amistad con ninguno de estos señores, aunque hay alguno que respeto. No estaría mal que estuviera Antonio Orejudo, filólogo, y los más formalitos, como Martín Casariego. No sería mala cosa meter chicas, como Esther García Llovet, muy macarra y dura como para aguantar a varias decenas de hombres".

Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961). El pez volador (Páginas de Espuma)

"Academia y alcanfor son palabras muy cercanas. A lo mejor es porque no tienen generaciones más jóvenes. No sé a qué es lo que se dedica. ¿Si quitas el Diccionario, qué más hace una Academia? No lo sé. Son sitios al margen de la literatura. Para mí está muy lejos del trabajo del escritor. De mi generación me imagino a varias personas dentro, como Ricardo Menéndez Salmón, Eloy Tizón o Juan Bonilla, pero si estuvieran dentro dejaría de tenerles la consideración que les tengo ahora. Parece que al entrar se desvirtúan. Habría que hacer una Academia en la que entraran los nuevos nombres de las nuevas generaciones, así, de golpe, muchos".

Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967). Limbo (Alfaguara)

"Es una institución necesaria, tanto para hacerle caso como para no hacérselo. Que esté ahí es algo irremediable y cumple su función: dar fe de lo que ocurre en el habla. A veces, grandes hallazgos estilísticos se hacen a base de violentar la norma académica. También grandes pifias. No le veo evolución posible y no tiene por qué variar mucho más. Un lingüista no tiene por qué estar más cerca de la calle. De hecho, las últimas incorporaciones del Diccionario son extremadamente laxas, ni yo lo haría. Quitar la tilde en los adverbios no me parece adecuado y ahí los lingüistas fueron más adelantados que yo".

Marta Sanz (Madrid, 1967). Daniela Astor y la caja negra (Anagrama)

"Con la Academia tengo una opinión esquizofrénica: a veces me dan ataques ácratas y pienso que cada uno debería poder hacer con su lengua lo que le dé la gana, jugar, estirar y romper más allá de toda norma. Otras, pienso que cualquier institución destinada al estudio y la preservación de un bien cultural merece un gran respeto, es de utilidad pública y debe ser generosamente subvencionada. No me veo dentro, porque todavía dudo de dónde debo poner la tilde en los diptongos y los hiatos. No sé quién debería estar, pero tengo algunas ideas sobre quién no debería. Pero como no soy Torquemada ni académica, me callo. Entre los que tienen que estar, debería haber investigadores del lenguaje e individuos muy conscientes de la relación lengua, poder e ideología. Nunca vendedores de la marca España".

Ismael Grasa (Huesca, 1968). El jardín (Xordica)

"Estuve en la Academia cuando ingresó Soledad Puértolas y la estética de las ceremonias me pareció muy atractiva. Ese valor lo envidiamos cuando vemos la solera del Parlamento Inglés, por ejemplo. Impone. Más allá de la ceremonia, es muy importante que los países en los que se habla español se coordinen en un criterio, para que la lengua no sea un cauce no pedregoso. La Academia del futuro debería ser como viene siendo en estos últimos años, mis alumnos usan mucho la referencia de la web. Aunque más práctica y transparente. Prefiero modificar las instituciones que acabar con ellas".

Belén Gopegui (Madrid, 1963). El comité de la noche (Penguin Random House)

"Qué pienso de una institución que dejó fuera a María Moliner y en donde Carmen Martín Gaite nunca quiso entrar... Una institución que toma lo peor del concepto aristocrático y que carece de instrumentos válidos para garantizar la excelencia de quienes la componen. Qué haría con ella: suprimirla, la convertiría en un simple instituto de investigación sobre el lenguaje, dejándola en manos de quienes trabajan e investigan".

Isaac Rosa (Sevilla, 1974). La habitación oscura (Seix Barral)

“Dicho en una palabra, me parece un monumento. Y en sus 300 años ha ido pasando por las distintas acepciones que el diccionario RAE recoge para la voz "Monumento": obra pública para el recuerdo de hechos pasados, obra científica de gran mérito, objeto con utilidad histórica, altar y hasta sepulcro. ¿Con cuál de ellas se corresponde hoy? Supongo que un poco de cada una de esas acepciones: mantiene el brillo monumental de su pasado, sigue siendo científica y útil, muestra a veces maneras clericales como altar de la lengua, y sirve para que algunos tengan en vida un entierro con pompa y honores. ¿A qué se debe dedicar? A aquello en lo que puede sernos útil a quienes hablamos y escribimos esta lengua. Al diccionario, por supuesto. A documentar los usos de la lengua. A ser un centro de investigación, abierto y colaborador con otros centros. A fijar unos mínimos normativos pero sin abuso de autoridad, pues una lengua como la española tiene mucha vida extramuros de la academia. Todo lo que no tenga que ver con esas funciones, la verdad es que me sobra, ya sean Quijotes abreviados, convenios con empresas o lo que tiene que ver con su imagen corporativa y sus relaciones sociales e internacionales. También me sobra su condición asumida de premio gordo para escritores. Y ya puestos, tampoco me quita el sueño eso de "mantener la unidad del idioma", que suena algo policial. Teniendo en cuenta esas funciones, deberían estar dentro quienes de verdad tengan algo que aportar a esos fines. Demasiadas veces parece que la Academia se convierte en un senado de glorias literarias, una pomposa corona de laurel con que se reconocen trayectorias o se compensan equilibrios de poder ajenos a la lengua. Que en la Academia tengan sillón Cebrián o Pérez-Reverte lo dice todo".

Gonzalo Torné (Barcelona, 1976). Divorcio en el aire (Penguin Random House)

"Desde Barcelona se ve como algo bastante remoto. A veces simpática y a veces casposa, con sus meriendas y sus ilustrísimas. Supongo que se debería preocupar de fijar con criterios filológicos un marco común de uso del idioma, y no debería encargar a un escritor de estilo y pensamiento pre-moderno un recorte arbitrario de la primera novela moderna occidental. Ese es un pésimo servicio a la lengua y a la inteligencia. No me veo dentro. De mi generación ojalá entrasen los mejores: Isaac Rosa, Elvira Navarro, Rubén Martín G... Y si se ampliase a otras nacionalidades: Zambra y Wiener... Aunque supongo que el peso de la Academia lo llevan los filólogos, ¿no?".

Laura Freixas (Barcelona, 1958). Una vida subterránea (Errata Naturae)

“Es una institución necesaria. Pero se ha quedado obsoleta en su composición de género. Es inaceptable que después de la Ley de Igualdad de 2007 no se haya aprovechado para que su composición sea más equilibrada, con los académicos que han entrado. Todas las vacantes deberían ser cubiertas por mujeres para reestablecer el equilibrio. La mayoría de licenciados en filología en este país son mujeres, hay varias generaciones muy preparadas. Pero estas mujeres van cayendo en los filtros del trayecto y la Academia se va escorando hacia una mayoría masculina. Deberían entrar Belén Gopegui y Marta Sanz”.

Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974). Emociónese así. Anatomía de la alegría (con publicidad encubierta) (Anagrama)

“La pluralidad en la defensa de todos los idiomas que hay en España debería ser una prioridad de la Academia. Esto se ha descuidado. Debe promover la idea de un país plurilingüe y contribuir a introducirlo en el sistema educativo. Además, responde, exclusivamente, a un paradigma de conocimiento filológico y a una idea del idioma, más que de la lengua, como centro de la cultura. Una cultura filológica que a veces entiende el idioma como un fetiche y que quiere imaginar una España unida indisoluble, deberían contribuir a una visión de España como un país plural. Creo que tiene que dar un giro cultural y abrirse a otras perspectivas, como la sociología. Le iría muy bien un giro foucaultiano, con la incorporación de gente más crítica como los artistas Pedro G. Romero o Txomin Badiola, y la autora Nerea Aresti”.

Darío Villanueva, en sus primeras palabras como director de la RAE, dijo que la Academia debía adaptarse al siglo XXI. ¿Es demasiado tarde? ¿Qué les parece la Academia a los escritores del siglo XXI? ¿Cómo creen que será en el futuro? ¿Quiénes podrían ser parte de ella? Los novelistas contemporáneos consultados por este periódico se muestran sin interés y conocimiento por la actividad de la institución que vela por el idioma. Se mantiene lejos de sus pensamientos y de sus conversaciones. Sólo prestan atención cuando se levanta la polvareda con cada nueva edición del Diccionario. Es curioso oír cómo se quejan del exceso de novelistas entre las cuatro decenas de académicos actuales. Además, reclaman más lexicógrafos, más trabajo, menos lobbies intelectuales, menos opacidad, más transparencia, más proximidad. Piden, de una vez, un Diccionario Histórico.

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