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Son Borbones, no membrillos
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antonio lópez desvela el polémico retrato real

Son Borbones, no membrillos

Han pasado dos décadas desde que Antonio López iniciara su retrato sobre la familia real. Veinte años no han sido suficientes para demostrar que una pintura no se acaba

Foto: El cuadro de Antonio López que ha levantado tanta atención: 'La familia de Juan Carlos I', 1994-2014
El cuadro de Antonio López que ha levantado tanta atención: 'La familia de Juan Carlos I', 1994-2014

Han pasado dos décadas desde que Antonio López iniciara su retrato sobre la familia real. Y no ha sido suficiente para demostrar que una pintura no se acaba, se muere. López ha entregado, y una vez a la vista de todos -en la exposición que inaugura Patrimonio Nacional, en el Palacio Real sobre retratos de los Austrias y los Borbones-, podemos decir que el retrato es propio de quien no tiene a gala ser retratista. Después de entregarse a la realeza –incluso por encima de la realidad- no ha servido para lograr que un pintor que, sistemáticamente desde los años sesenta, borra a las personas de la ciudad, acabe un retrato. La familia de Juan Carlos I es una anomalía como retrato y como episodio en la trayectoria del artista manchego.

Los cinco aparecen recogidos como “una familia normal”. El rey Juan Carlos I en el centro brinda protección con su gesto a su hija Elena y a su esposa Sofía. “Cristina gira levemente su rostro para dirigir también la mirada al frente. Vestida con traje tostado, sostiene en la mano un ramo de flores frescas. En el extremo contrario cierra el grupo familiar la figura juvenil del entonces príncipe de Asturias y actual rey de España, Felipe VI, vestido con traje gris”, explica José Luis Díez, director de las Colecciones Reales, en el catálogo. El historiador asegura que las “abrumadoras expectativas” han sido “sobradamente satisfechas”.

Durante la rueda de prensa el propio Díez ha asegurado que es un retrato colofón a la tradición del retrato real familiar de la pintura española. “Tiene impresión de contención y sobriedad. Sensación de presencia y representatividad combinada con la sensación de cercanía de esta familia real”, añadió. Reconoce que la tarea le ha sido complicada porque lo ha tenido que hacer a partir de las fotos.

El presidente de Patrimonio Nacional, José Rodríguez-Spiteri Palazuelo, explicaba a este periódico que “Antonio López no es reconocido como retratista, pero nos ha asegurado que ha aprendido muchísimo con este cuadro”. Además, explicó que Felipe VI quedó impresionado y vino a decir: “Estamos todos como hace 20 años”. Incluso "pixelados". El artista trabaja el color sin finas veladuras, es materia sobre materia (pinceladas muy empastadas). Así hace del retrato algo similar a lo que ocurre en sus vistas: no es una representación fiel de lo que ve, es una fiel interpretación de lo que mira. En los edificios funciona, en los detalles tan precisos como las manos o la frente de doña Sofía, no.

"No lo entregues jamás"

“Creo que le ha gustado bastante el cuadro”, dijo y señaló, con humor, que durante el proceso a la reina la ha visto con dos vestidos diferentes y al entonces príncipe con tres cabezas. El presidente es sobrino del pintor Pablo Palazuelo y recordaba una conversación entre ambos pintores hace años, en la que éste le dijo a López, ante su preocupación por los problemas, que "ni se le ocurriese acabar el cuadro jamás". Sin embargo, lo hizo, incluyendo el detalle más lópez: ha escrito al margen la hora en la que se encontró con ese haz de luz que entra por la derecha del cuadro, "13:48".

Antonio López es un pintor que ha mostrado mínimo interés por el retrato, y mucho menos por el de encargo. Cuando Patrimonio Nacional le pidió el asunto de la familia de Juan Carlos I debió primar más el apellido y la fama del artista, que el hecho de que López no cuenta con un catálogo seducido por el retrato (más allá de algunas paradas puntuales e íntimas en el género). La decisión de la institución hace buena la definición envenenada del catedrático de Historia del Arte, Valeriano Bozal: “Es artista que se ha convertido en leyenda para el aficionado y pintor de culto para los coleccionistas”. La presentación ante los medios de hoy confirma una expectación inédita.

A mediados de los cincuenta pintó a sus padres, a su mujer y amigos, con el objetivo de resolver la relación entre pintura y memoria. Aquellas visiones de sus seres queridos –hablamos de un artista netamente autobiográfico- están contagiadas por el universo onírico del surrealismo italiano, en clave neorrealista. Son visiones enigmáticas, en las que los retratados, como ocurre en Los novios (1955), Josefina en la mecedora (1954), Sinforoso y Josefa (1955) o Antonio y Carmen (1956), Figuras en una casa (1967) entran en tensión con la realidad y el verismo, tienen un fuerte efecto fantasmagórico y las influencias muralistas hacen de los personajes, muñecones. En Cuatro mujeres (1957), el conjunto con más personajes en escena que ha hecho López antes del retrato real, confirma a un pintor atraído por la figura, no por el retrato.

La inspiración clásica

Le interesan los cuerpos y su representación rotunda, más que el gesto; prefiere la figura al rostro. Es creador de un arquetipo de imágenes monumentales, inspirado en el mundo clásico, de cuerpos escultóricos y rotundos. Esta tendencia a la monumentalidad se acentúa con sus esculturas, donde aniquila cualquier rasgo de espontaneidad. Vence el hieratismo clásico. El propio Bozal, en el vademécum de referencia del arte del siglo XX español, lo explica así: “Las esculturas destacan el carácter físico, la materialidad de las cosas y de las personas con una intensidad que en ocasiones es insoportable”. Esta definición es válida para el cuadro de los reyes.

Las alusiones a Praxíteles y el mundo clásico están presentes en sus conversaciones y en la cotidianidad de su estudio. Una de las paredes está cubierta por una reproducción horizontal, de lado a lado, de los frescos romanos del siglo I a.C. Se conservan en una de las estancias de la Villa de los Misterios, en Pompeya. El tema es la iniciación de la mujer a un culto dionisíaco. Flagelaciones, bailes, música y vino. Pegado en otro muro hay un tarjetón de Los tiranicidas, una escultura del siglo V a.C. del Museo Arqueológico de Nápoles, que representa a Aristogitón y Harmodio (los dos amantes que asesinaron al tirano Hipardo de Atenas). También cuelgan fotos de estatuas de los kuroi griegos, esos jóvenes desnudos y de pie. Son la principal inspiración de los recursos pictóricos y escultóricos de nuestro pintor. López ve en la época clásica un refinamiento moral propio del dominio total de la técnica.

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'Hombre y mujer', 1968-1994

Ese refinamiento moral es el que parece haber querido dar a la familia real, justo en el momento en el que más lo necesitan. Sin embargo, no es un retrato de la familia real, es un grupo escultórico de cinco figuras colosales. Ni siquiera hay ánima en los retratados, porque le interesan sus cuerpos. Parece una familia más de la clase privilegiada, pero sin los complementos monárquicos, ni los aderezos protocolarios. Es más, podría entenderse que ni siquiera le interesan quiénes son, porque el arte está por encima del motivo en este seudorretrato. Sólo es un nuevo reto a un problema pictórico: cuál es la mejor composición, colocación, luz, distribución o escala para un tipo de pintura a la que nunca antes se había enfrentado.

Pero este cuadro le ha ofrecido algo más que un desafío artístico, es un acceso a Palacio, es la vieja historia del reconocimiento cortesano. Es el desclasamiento como pintor: López ya tenía la lealtad del público y el mercado. Ha pasado a los salones de palacio a pintar a los reyes (más 50 millones de pesetas), evocando de manera muy lejana a la idílica relación de Felipe IV con Velázquez. El sueño cortesano de nuestro pintor ha durado veinte años, pero se ha tenido que conformar con unas fotografías.

El problema de las fotos

Primer error. Nunca trabaja con fotos. Siempre está sobre el terreno de juego. Observando las variaciones de los membrillos, las alteraciones de la ciudad. La presencia de la luz. Pero aceptó el encargo con todas las condiciones y condicionantes, porque como él mismo ha dicho a este periodista, “el pintor tiene necesidades como cualquiera, que en ocasiones obligan a distraerse de los objetivos”. Una encrucijada eterna: comer y alimentarse. Qué distinto. ¿Fiel a lo sustantivo o al sustento? ¿A Borbones o a membrillos?

“Los objetos y las personas se aparecen como fenómenos”, escribe Javier Viar, en el catálogo de la exposición de 2011 del Museo Thyssen, y da la clave del motivo por el que la familia de Juan Carlos I no es un retrato. Es un fenómeno pictórico de cinco personajes sobre un espacio vacío. López no es un pintor cortesano, los empresarios le han comprado para adornar sus salones, interesados en esas vistas de Madrid convertido en su Tomelloso natal: silencioso, abandonado, libre de exigencias y de urgencias. Sin movimiento. Sólo tiempo, existencia, espacio y “su terca necesidad de detener el flujo de las cosas”, según Viar.

Es a partir de 1966 cuando su pintura abandona las imágenes oníricas y entra en las estampas objetivas y veristas. Pasa del surrealismo a la verdad. Sin importarle la perfección o el acabado. Lo importante es el proceso. En esta nueva etapa anula a la figura humana, justo lo contrario para lo que fue reclamado a Palacio. Era la hora de las grandes vistas de Madrid, de las fachadas y de lo inanimado. Le sobra todo lo demás: los coches, las prisas… las personas.

Ha aniquilado al ser humano, al menos en presencia, porque la ciudad de Antonio López es el resultado del ser humano, su reflejo. Un retratista omnisciente contratado para afianzar la imagen popular de unos reyes del pueblo. "Naturales". Sólo la contradicción de nuestros días puede volver comprensible este encargo. Si el arte no es aprendizaje, sino destino, el de Antonio López va al margen del famoso cuadro que miramos ahora. El de los Reyes, quién sabe.

Han pasado dos décadas desde que Antonio López iniciara su retrato sobre la familia real. Y no ha sido suficiente para demostrar que una pintura no se acaba, se muere. López ha entregado, y una vez a la vista de todos -en la exposición que inaugura Patrimonio Nacional, en el Palacio Real sobre retratos de los Austrias y los Borbones-, podemos decir que el retrato es propio de quien no tiene a gala ser retratista. Después de entregarse a la realeza –incluso por encima de la realidad- no ha servido para lograr que un pintor que, sistemáticamente desde los años sesenta, borra a las personas de la ciudad, acabe un retrato. La familia de Juan Carlos I es una anomalía como retrato y como episodio en la trayectoria del artista manchego.

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