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Esther Ferrer: "No tengo ni idea de lo que es el arte, ni de lo que es ser artista"
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la artista vasca, premio velázquez 2014

Esther Ferrer: "No tengo ni idea de lo que es el arte, ni de lo que es ser artista"

A pesar del ruido y las estridencias de las imágenes de sus performances, instalaciones y piezas, Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) siempre ha estado rodeada de

A pesar del ruido y las estridencias de las imágenes de sus performances, instalaciones y piezas, Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) siempre ha estado rodeada de silencio. Sentada en una silla. Coloca un objeto en su cabeza. Y ahí se queda durante unos minutos. En equilibrio. No hay músicas, no hay ruido, no hay más que la potencia del gesto. Vuelve a colocar otro objeto en su cabeza. El ritual se repite varias veces. No hay palabra, sólo presencia. Martillos, plumas, un rollo de papel higiénico, el tiempo. Todo pasa por la cabeza de Esther Ferrer, siempre retirada, como dice ella, de ese mundo del arte. Se refiere al mercadeo, porque se lo puede permitir: puede señalar, desde su silencio, las puertas del arte por las que no pasará nunca.

Una de ellas: ayudas públicas. “Me considero libre, porque he trabajado siempre sin pedir ayudas a nadie. Nunca he pedido ayuda a ningún gobierno, ni de izquierdas ni de derechas”, cuenta la artista vasca desde su casa, en Francia. Aclara que una cosa es el arte y otra el mundo que hay a su alrededor. Resta mito e importancia a la figura del artista, lo baja del trono. Dice que tiene tantas obligaciones como cualquier profesional, que “no es un ser privilegiado o una víctima o un héroe”. Ella se reconoce afortunada, porque tiene “el trabajo” que deseó tener.

La nueva Premio Velázquez, dotado con 100.000 euros, otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, ha sido señalada por el jurado por su compromiso “con el devenir creativo y social contemporáneo”. Ella, con distancia: “Bien, me han dado el premio y lo he aceptado. No es algo fundamental en mi camino ni en mi trabajo, no voy a ponerme a saltar de placer. No voy a producir ni más ni menos, simplemente, seguiré trabajando al margen de todo el mundo este del arte. No creo que el premio cambie mi vida, aunque la gente me pedirá más obra”, explica a este periódico.

También se ha señalado a la artista, Premio Nacional de Artes Plásticas 2008, como “una defensora del arte como único espacio de libertad”, siempre destacando por “la coherencia y el rigor de su trabajo durante cinco décadas, en las que destaca como una artista interdisciplinar, conocida por sus propuestas conceptuales y radicales”. ¿Provocadora? “Yo no busco el conflicto con el espectador. Lo único que hago es mi camino, a la manera que yo entiendo. No he nacido para perder el tiempo provocando a la gente. Tampoco tengo la sensación de que sea una transgresora, simplemente ejerzo mis derechos para hacer lo que sé de la mejor manera. Lo único que transgredo son los prejuicios de los otros”, dice la segunda mujer en recibir el máximo galardón de las artes, después de la colombiana Doris Salcedo.

Por un día se ve obligada a romper su silencio y el escepticismo expresivo de sus objetos para atender a la prensa, para contestar a sus preguntas una vez al año: “No tengo ni idea de lo que es el arte, ni de lo que es el artista. No estoy segura de lo que yo haga sea arte para los demás. Para mí sí”. Ferrer habla, sus objetos callan. Cuando ella calla, sus objetos hablan. Lejos de cualquier sentimentalismo, zarandeando nuestra sensibilidad, cuestionándonos. Ella en silencio, ellos protagonistas de una excéntrica perplejidad. Nosotros sin palabras.

A pesar del ruido y las estridencias de las imágenes de sus performances, instalaciones y piezas, Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) siempre ha estado rodeada de silencio. Sentada en una silla. Coloca un objeto en su cabeza. Y ahí se queda durante unos minutos. En equilibrio. No hay músicas, no hay ruido, no hay más que la potencia del gesto. Vuelve a colocar otro objeto en su cabeza. El ritual se repite varias veces. No hay palabra, sólo presencia. Martillos, plumas, un rollo de papel higiénico, el tiempo. Todo pasa por la cabeza de Esther Ferrer, siempre retirada, como dice ella, de ese mundo del arte. Se refiere al mercadeo, porque se lo puede permitir: puede señalar, desde su silencio, las puertas del arte por las que no pasará nunca.

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