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Un Sorolla sin luz ni color
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una exposición desvela sus dibujos

Un Sorolla sin luz ni color

Un pintor del natural no necesita bocetos, sino habilidad en la urgencia para no dejar escapar el instante. Un pintor al aire libre es un cazador fotógrafo

Un pintor del natural no necesita bocetos, sino habilidad en la urgencia para no dejar escapar el instante. Un pintor al aire libre es un cazador con ojo de fotógrafo, que atrapa la espontaneidad y el movimiento. Joaquín Sorolla nunca tuvo demasiado interés en hacer de los bocetos algo más que salvavidas de memoria. Sus libretas le acompañaban siempre y se apoyaba en ellas, sobre todo, en su primera época, hasta 1910, cuando su técnica y seguridad no era tan rápidas como la del relámpago.

El Museo Sorolla de Madrid desvela una pequeña parte de los casi 5.000 apuntes que conserva (se estima que su catálogo gráfico se compone de 9.000), en la exposición temporal Sorolla. Trazos en la arena (hasta marzo), que se presenta como la cara B de la obra del pintor naturalista, en el otoño sorollista que vive la capital: en Mapfre se disfrutan los resultados del proceso creativo, que se muestra en el Museo Sorolla, con 90 dibujos, 28 cuadros y 33 notas de color.

En estos cuadernos y hojas sueltas que se presentan ahora vemos los negativos de los lienzos. Lapiceros veloces, sueltos, sin detalle. Sólo movimiento y composición. En algunos casos aplica aguadas con el pincel sobre una base de tinta para recoger la atmósfera de la visión. Sin embargo, la mayoría son líneas que se pierden sobre la página, apenas unos segundos de atención, que “constituyen una expresión artística con personalidad propia”, aseguran desde la institución para ensalzar estos dibujos, en su mayoría, nunca expuestos.

El alma del pintor

El dibujo es el cimiento de la arquitectura pictórica.Conocer el dibujo del artista es adueñarse de su alma, pero no en este caso. Porque, aunque en algunos casos se intuyen los diálogos entre la pintura y el lapicero, apenas se averiguacómo se enfrentó al cuadro, cuáles fueron los problemas compositivos, las seguridades, los arrepentimientos.

Quizá el instante más delicado de la creación, sobre todo, para pintores que no tienen nada que ver con Sorolla, para quien el dibujo no lo es todo. Tampoco podemos averiguar lo que esconde la capa pictórica de estos cuadros expuestos, porque no hay investigación reflectográfica de las pinturas. Es importante recordar que la aportación del Estado a este museo es de dos millones de euros al año, y con eso tienen para abrirlo todos los días, como explica su directora Consuelo Luca de Tena. Así que debemos imaginar lo que ocurre en el decisivo paso del boceto al óleo. Imaginar cómo el pintor devuelve a la vida al dibujo, con la carne del color y la luz.

Cuando Sorolla pierde los pinceles no malgasta su agilidad. Trazos seguros y sutiles. “Al observarlos, apreciamos que su evolución es paralela a la que experimenta su pintura”, evidentemente, son el esqueleto. La pequeña muestra establece un diálogo continuo entre los óleos, los dibujos y las notas de color que tomaba. Organizada en cinco bloques temáticos (El trabajo en el mar; Barcas, bueyes y velas; Mujeres del mar: pescadoras y madres; La alegría del agua; y Elegantes en la playa), lo más llamativo es ver al pintor de la luz sin su máxima cualidad y en su mínima expresión, en el estadio más primitivo.

Sin noticias defotografía

La exposición ha tenido como punto de partida la catalogación de la colección completa de la colección de dibujos de Sorolla, que han llevado a cabo Mónica Rodríguez e Inés Abril, gracias a la financiación de la Fundación MAPFRE. Y, sin embargo, se echa en falta el tratamiento fotográfico de su proceso documental. “No usó la fotografía como proceso documental nunca. A él le fotografiaron mucho en la playa. La fotografía influyó mucho en todos los pintores de la época, pero la espontaneidad de sus composiciones indica que el cuadro no se componía en el estudio”, negaba a este periódico la propia directora de la institución.

Pero ya en 2009, tanto José Luis Díez como Javier Barón, comisarios de la retrospectiva organizada por el Museo Nacional del Prado, dejaban claro que “el pintor introdujo en su método cotidiano de trabajo el uso de la fotografía”. Tuvo un papel absolutamente decisivo su suegro, el fotógrafo Antonio García Pons, del que se perdió la gran parte de su fondo. Sorolla aprovechó la fotografía “con absoluta naturalidad como un elemento de apoyo más a la hora de ensayar encuadres, inspirar propuestas visuales de composición o recopilar aspectos documentales para sus pinturas”. La Fundación Museo Sorolla gestiona el archivo fotográfico, pero no hay ni rastro de él e estas salas, como si “fotografía” fuese una palabra prohibida en esta casa.

A estas alturas, la influencia del medio fotográfico en el proceso creativo de Sorolla es incuestionable y no sólo en él, sino en su momento. Tanto para él como para los Madrazo o Ramón Casas, la foto era una referencia que ofrecía una imagen sin condicionar por la mirada de un artista, como ocurría con los grabados y estampas. La foto era una herramienta básica para el estudio del protagonista de su obra: los cachitos de la realidad.

Un pintor del natural no necesita bocetos, sino habilidad en la urgencia para no dejar escapar el instante. Un pintor al aire libre es un cazador con ojo de fotógrafo, que atrapa la espontaneidad y el movimiento. Joaquín Sorolla nunca tuvo demasiado interés en hacer de los bocetos algo más que salvavidas de memoria. Sus libretas le acompañaban siempre y se apoyaba en ellas, sobre todo, en su primera época, hasta 1910, cuando su técnica y seguridad no era tan rápidas como la del relámpago.

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