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Instrucciones magistrales para morir por la literatura en poco más de 300 palabras
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fabio morábito publica 'el idioma materno'

Instrucciones magistrales para morir por la literatura en poco más de 300 palabras

Un día, el escritor entiende que es un bicho raro cuando despierta transformado en un monstruoso insecto y no puede hacer nada por remediarlo

Foto: Fabio Morábito sintetiza su manifiesto nihilista para escritores y lectores. (Jerry Bauer)
Fabio Morábito sintetiza su manifiesto nihilista para escritores y lectores. (Jerry Bauer)

Un día, el escritor entiende que es un bicho raro cuando despierta transformado en un monstruoso insecto y no puede hacer nada por remediarlo. “Por eso, el tema profundo de esta fábula [La metamorfosis (1915), de Franz Kafka] es la conversión de alguien en escritor, la aceptación de la esclavitud que entrañan las palabras”, escribe Fabio Morábito (1955), en El idioma materno (Sexto Piso), una recopilación de artículos de 2.000 caracteres, poco más de 300 palabras, sobre la vocación de escribir.

Primera regla, muerte al escritor arrogante. Cuando Gregorio Samsa se convierte en insecto, es decir, en escritor, acepta escribir siempre así: bajo una constante amenaza física, en un pupitre incómodo, con la cabeza gacha y rogando por la eficacia de cada frase. Escribir con miedo y sin vanidad. La receta la dispensa Morábito, que explica a este periódico que un autor de oficio es un autor muerto. “Mientras no se abandone el temor y la inseguridad, podrá seguir siendo escritor. Antes de suicidarse, Pavese decía: “Mi arte ya no me sorprende”. Sufrió el desencanto de no tener nada nuevo que descubrir”, asegura.

El idioma materno es uno de los pildorazos del volumen, el último, y habla de la traición al idioma remoto. “El extranjero más extranjero de todos es aquel que escribe en otro idioma”. ¿Por qué? Porque traiciona al mundo y al habla. “Tal vez en esa traición a la lengua de origen radica la sola salvación posible, el único perdón al que puede aspirar un escritor por haberse apartado del mundo y del habla”, cuenta Morábito, que nació en Egipto, se educó en Italia, vive en México y escribe en castellano.

Lágrimas de cocodrilo

Apunten, otra instrucción: un escritor nunca llora cuando escribe. Una lengua que no es la propia es una lengua sin lágrimas. “Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque sólo dejando de llorar se puede escribir”, añade. Es un libro atrevido y valiente, enemigo de los convencionalismos y radical en los compromisos del creador con la literatura. No deja opción a la especulación.

Y si hay que quemar el libro, se quema. Las llamas fueron el origen de la picadura mortal contra la molicie y el halago que convirtió a Morábito en un maestro del relato, los poemas y el ensayo: hubo una vez de joven que necesito avivar un fuego y tenía a mano una novela que acababa de leer. Arrancó unas cuantas y las echó. “De golpe surgió de la oscuridad una mujer de aspecto nórdico, que me reprendió”, y se acercó a rescatar las hojas que ardían. El fuego no tardó en apagarse. Recuerda el gesto con veneración y repulsa, “porque aquello era fanatismo”. Esa veneración a ultranza convirtió a Morábito en la religión de la vehemencia.

En el libro flota una pregunta sorda, que no termina de responderse. ¿Por qué se hace uno escritor? Quizá, porque se es lector. “No hay escritor sin lector previo, y no hay escritor que no sea un acérrimo lector de sí mismo”. Se vigila con una mano mientras escribe con la otra, sopesa frases recién escupidas, encuentra defectos, pule. Lee y afina. “No sé si pasa lo contrario, pero un lector corrige pasajes de manera inconsciente de sus lecturas. Así que asume el papel de escritor, que afina lo que lee”. Viene una nueva lección: "Todos somos escritores cuando leemos".

Leer para escribir

La lectura y la escritura comparten silencio y oscuridad. El escritor, dice, es un submarinista que arrastra a las profundidades al lector, que queda ciego para el mundo real. En la ficción encuentra la luz. De ahí que el libro obligue a olvidarse de uno mismo, a rendirse y entregarse.

Nueva instrucción: desacralizar lo que se tiene entre manos. A Morábito la literatura mediocre le sirvió, dice, porque “la mala literatura es la más apta para iniciarse en la ficción literaria”. “Me asusta pensar que sólo haya buena literatura. La literatura fácil cumple la función iniciadora en los códigos y mecanismos propios de la literatura”. Engancha. “Pero se agota rápidamente”. Muere.

El escritor egipcio-italiano-mexicano que traiciona a su idioma materno valora el miedo que le hace pasar Stephen King. “Nunca me he asustado tanto como con él”. La intención tampoco es alborotar gratuitamente el estado de ánimo del lector –aunque eso sea, precisamente, la norma del best-seller-, pero “no hay que dejar de frecuentar las novelas facilonas, como Agatha Christie o cosas peores”.

El fracaso del escritor

Cada vez más cerca de los porqués, con una nueva lección magistral: “Se escribe contra la dificultad de escribir”. Oído cocina. El escritor lo hace a partir de la certeza de la incapacidad de escribir. Es el que se enfrenta al hecho de la escritura el que comprueba su invalidez. El escritor se da cuenta que no sabe escribir a medida que escribe, pero insiste.

Por eso dice Morábito que se hace en contra de uno mismo, de la sociedad y de los autores que uno más ama para encontrar la propia voz. La escalada nihilista del autor de El idioma materno crece sin remedio: “Escribimos en contra, sobre todo, del lenguaje. Para no estar nunca a favor de lo que uno ha escrito. Proponerse cosas muy concretas es el camino más fácil para fracasar. Quizás sólo los malos escritores cumplen lo que se proponen”. Ahora entendemos por qué este libro es un asunto personal, para su autor, para su lector.

Un día, el escritor entiende que es un bicho raro cuando despierta transformado en un monstruoso insecto y no puede hacer nada por remediarlo. “Por eso, el tema profundo de esta fábula [La metamorfosis (1915), de Franz Kafka] es la conversión de alguien en escritor, la aceptación de la esclavitud que entrañan las palabras”, escribe Fabio Morábito (1955), en El idioma materno (Sexto Piso), una recopilación de artículos de 2.000 caracteres, poco más de 300 palabras, sobre la vocación de escribir.

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