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Stephen Shore, el fotógrafo que fulminó los mandamientos de Henri Cartier-Bresson
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primera exposición retrospectiva del mito

Stephen Shore, el fotógrafo que fulminó los mandamientos de Henri Cartier-Bresson

Primera retrospectiva del artista Stephen Shore, el malabarista que finge ser espontáneo para fotografiar el mundo lejos de la visión artística

Mujer que enseña su pie sucio, perro rabioso al que le brillan los ojos, calcetines azules horribles con zapatos de piel marrón y pantalón corto, mesilla de noche de hotelucho, comida precocinada asquerosa, rejas oxidadas de un ascensor, entrepierna con calzoncillo mugriento, escaparate vacío, aparcamiento, catálogo de tapizados, nevera sin comida llena de cochambre, estanquera, quitamiedos rozado con montañas al fondo, taza de váter en baño verde y así hasta el infinito de la cotidianidad más vulgar, del momento menos monumental. Las fotografías de Stephen Shore (EEUU, 1947) acabaron con el acontecimiento y fulminaron el instante decisivo.

Hace más de cincuenta años Shore aterrizó en un planeta llamado trivialidad y en él ha crecido como uno de los fotógrafos más influyentes -piensen en Nan Goldin, Thomas Struth o Martin Parr y verán en Shore a su padre putativo-, desmontando las tablas de los diez mandamientos de Henri Cartier-Bresson. Reivindica la antiespectacularidad: “Todo ello fotografiado como lo haría supuestamente cualquier turista, en un estilo anónimo”, explica Marta Dahó, comisaria de la primera retrospectiva del artista, que corre a cargo de la Fundación Mapfre con casi 300 imágenes (hasta el 29 de noviembre).

Shore quiere ser amateur y mirar sin formación, como un recién llegado, como lo que a simple vista parece error y dejadez. Pues bien, el fracaso es todo un éxito: el golpe de flash que ciega parte de la imagen iluminada, la sombra negra dura que provoca, encuadres imposibles y composiciones rotas. “Acciones y momentos de atención que, por lo demás, supondrían la culminación de lo cotidiano en su vertiente más prosaica al definir un día cualquiera”, dice Dahó.

La muestra recorre su precoz carrera, desde los sesenta hasta la actualidad, en dos plantas. La superior muestra los trabajos por los que ha pasado a la historia, básicamente American Surfaces y Uncommom Places. En la baja, su obra a partir de los años noventa. American Surfaces (1972-1973) son cosas, Uncommon Places (1973-1981) son escenas, desde las superficies a los lugares. No hay vistas espectaculares, ni lugares memorables en su viaje, camina con una pequeña cámara compacta de 35 mm y actúa contra el estilo documental de Walker Evans. Quiere la foto menos mediada por la experiencia artística.

El falso espontáneo

“A los dos días de empezar el viaje me di cuenta de que le estaba haciendo fotos a lo que comía, a las camas en las que dormía. Estaba haciendo un diario”, relata el artista sobre los 18 meses de viajes en los que fraguó las instantáneas de American Surfaces. Por supuesto, cuando lo expuso por primera vez en 1972 la recepción fue nefasta. Reseñas en las que calificaban el trabajo de horrible, de vulgar, de ausencia de oficio, el tema era inaceptable… ¡y en color!

Hoy todas estas instantáneas son apropiadas, habituales y hasta correctas, porque es el modelo que inunda la red de redes. Pero un trabajo como 22 de julio de 1969 hizo daño: una gran plancha sobre la que Shore ha colocado varias decenas de polaroids que muestran momentos de su día. El origen del diario, de la autorreferencia.

El padre de los convencionalismos de la imagen deliberadamente espontánea se cayó en la marmita del The Factory de Warhol, en Nueva York, aunque él niega que su inclinación por las cosas cotidianas le venga por ahí. “Quizá Andy era más… cínico que yo. Pero disfrutaba con la cultura y simplemente se asombraba de cómo eran las cosas. Tocó una fibra sensible que quizá ya estaba en mí”, cuenta.

En una conocida carta a los jóvenes artistas, Shore invita a olvidarse de las exposiciones y a explorar el mundo, porque “el arte está hecho para eso”. “Para explorar dentro de uno mismo”. El arte está hecho para comunicar “un punto de vista, un estado emocional o un estado mental”. Pero también es una herramienta para “contestar, para intentar contestar preguntas”. En resumen, “está hecho para responder a demandas y necesidades personales”.

La pregunta que gravita sobre la obra de Shore es ¿cómo parecer natural? “Hay una diferencia esencial entre ese actor que parece natural y el tramoyista que anda naturalmente por el escenario tras la representación. Gracias a la práctica consciente, el actor se mueve con presencia escénica. Estoy convencido de que en la fotografía hay algo equivalente a esto”, reconoce. Stephen Shore, el malabarista que finge ser espontáneo para matar el arte.

Mujer que enseña su pie sucio, perro rabioso al que le brillan los ojos, calcetines azules horribles con zapatos de piel marrón y pantalón corto, mesilla de noche de hotelucho, comida precocinada asquerosa, rejas oxidadas de un ascensor, entrepierna con calzoncillo mugriento, escaparate vacío, aparcamiento, catálogo de tapizados, nevera sin comida llena de cochambre, estanquera, quitamiedos rozado con montañas al fondo, taza de váter en baño verde y así hasta el infinito de la cotidianidad más vulgar, del momento menos monumental. Las fotografías de Stephen Shore (EEUU, 1947) acabaron con el acontecimiento y fulminaron el instante decisivo.

Fotografía Nueva York Mapfre
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