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La primera fotoperiodista vuelve a la luz
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Juana biarnés, tres décadas de acontecimientos

La primera fotoperiodista vuelve a la luz

Su padre en una portería y ella en la contraria. Juan y Juana. Nunca fue fácil fotografiar un partido de fútbol y menos para una mujer,

Foto: La fotoperiodista Juana Biarnés durante la entrevista en Barcelona. (PHR)
La fotoperiodista Juana Biarnés durante la entrevista en Barcelona. (PHR)

Su padre en una portería y ella en la contraria. Juan y Juana. Nunca fue fácil fotografiar un partido de fútbol y menos para una mujer, en los años cincuenta, en España. Era en el campo de Les Corts y el árbitro acababa de ordenar el inicio del encuentro cuando tuvo que pararlo. La joven veía cómo el hombre de negro corría hacia ella, ajeno a los veintidós jugadores. Aquello era a lo que se refería su padre cuando le dijo: “Si decides trabajar conmigo seguirás por un camino machista, difícil para una mujer joven como tú”. Una frase que incendió su orgullo y le hizo agarrar la cámara y echar una mano en el negocio familiar, entre las masas enganchadas al deporte.

“¿Qué hace ahí sentada? Aquí no puede estar una mujer. Este puesto sólo es para fotógrafos, no para mujeres”. El del silbato, y los miles de animales que silbaban a Juana, pretendían expulsarla del campo. En su “carterita” estaban todas las acreditaciones de todas las federaciones deportivas que su padre había conseguido. “Soy mujer y fotógrafa, váyanse acostumbrando por aquí, porque a partir de ahora nos animaremos más”. Por eso es la pionera del fotoperiodismo, porque tuvo que cambiar un país que no comprendía que las mujeres no se acababan en un convento o en un hogar. “Juanita” no recuerda qué equipos se enfrentaban, pero la victoria fue para ella.

Quiere dejar claro que la fotografía llegó a ella por necesidad y viceversa. Con la cámara, las agallas para defender su vida. “No es que me respetaran, me aceptaban”, trata de puntualizar. En una Volta a Catalunya, la casa Pirelli, que daba la ropa distintiva a la prensa, hizo para ella un modelo más apropiado a sus medidas. El cuerpo de la mujer también se rebelaba y la sociedad lo “aceptaba”.

A pesar de que muy pocos conocen su historia, hoy inaugura una exposición retrospectiva, en la sala Muncunill, en Tarrasa, bajo el título El rostro, el instante y el lugar. El fotógrafo Chema Conesa mueve una gran muestra a escala nacional, con catálogo de La Fábrica y a la espera de la implicación de la Secretaría de Estado de Cultura. En Verkami, la productora REC Videoproduccions ha logrado los 10.000 euros que necesitaban para montar un documental sobre la vida y obra de Biarnés, con el apoyo, además, de laFundación Photographic Social Vision, elInstitut Català de les Donesy delÀrea d'Igualtat i Ciutadania de la Diputació de Barcelona y Televisió de Catalunya.

La primera tragedia

Apenas veinte años y ya se encuentra con su primera tragedia, la riada de Tarrasa.“Aquello fue espantoso”. Eran las once de la noche y oían los gritos de la gente, pero no serviría de nada salir con la cámara a esas horas, porque el flash no daría las dimensiones de la tragedia, sólo el primer plano. A las cinco de la mañana se dividieron las zonas y Juan Biarnés le dijo a su hija que en cuanto tuviese material suficiente saliera corriendo, como fuera, a Barcelona para revelarlo.

Juana para una furgoneta camino de Tarrasa. “No va a poder entrar, está todo arrasado. Lléveme a Barcelona, por favor, es urgente, tengo que revelar estas fotos”. Y el hombre le acercó hasta la Calle Pelayo, donde estaba el laboratorio de Antonio Campaña, que al ver el resultado llama a Federico Gallo, de Televisión Española. Las fotos de Juana abrieron el Telediario del mediodía “y el país pudo enterarse de lo que pasó”.

Lo cuenta con el orgullo de quien lo ha vivido el día anterior, como si fuera a salir corriendo del sofá del salón del hotel en el que nos hemos citado para perseguir otro historión, como si sus ojos siguieran transparentes como antaño. Entonces, aclara, con más satisfacción si cabe, que ha guardado durante más de medio siglo las fotos más “amarillas”. “Esas no saldrán nunca”. Esas son fotos buenas, pero son las del dolor en carne viva. “¿Los límites del fotoperiodismo? Sitúate tú en el lugar de la persona retratada y pregúntate si te gustaría que se publicara una foto tuya con tu hijo muerto”, responde tajante. De todas las conocidas recuerda una en la que una mujer de negro se derrumba sobre la pila bautismal de una capilla, llorando, con un a luz tenue que entra por la puerta.

Hola amarillismo, adiós oficio

Fue lo amarillo lo que retiró a Juana del oficio. No da el nombre del director ni de la revista, pero cuenta cómo rechazó un reportaje que había ido a hacer a Pamplona. El protagonista era un paciente de cáncer que había salvado su vida y compartía sus experiencias en terapia de grupo, con otros enfermos que pasaban por lo mismo. “Eso no vende, Juana. Esto sí”. Y le sacó unas fotos de Lola Flores, Lolita y el clan disfrazados de reyes magos. En ese momento, en ese maldito despacho, a principios de los ochenta, después de tres décadas luchando por la dignidad de la información, se acabó su carrera. “No me veía capaz de inventar aquellas cosas. Había perdido mi sitio. Vendí las cámara y lo dejé”.

Ya conocen el origen y el final de esta historia. En el relleno del paréntesis hay un lugar importante en la vida de la primera fotoperiodista española, el Hotel Avenida Palace de Barcelona, donde en estos momentos revive con electricidad desbordante el trasiego de un currículo plagado de tragedias y celebraciones. Escena primera, fiesta del periódico Pueblo. Juana entra con su cámara, es un trabajo de encargo para la edición del periódico del día siguiente. No tiene trabajo, en Barcelona no logra que algún medio impreso admita a una mujer. Las fotos llegan al director de Pueblo y pide entrevista con la autora de aquellas fotos. Contratada. Veintidós años trabajando en Madrid, lejos de su tierra, con su marido Jean Michel Bamberger, ex corresponsal de la revista Paris-Match.

Empezó cobrando a pieza publicada y rápidamente pasó a plantilla, con fotógrafos de la talla de César Lucas y Raúl Cancio. “Tú no sabes qué compañeros”, con admiración. “Nos disputábamos la portada, que era la medalla de honor”. Y apunta las cualidades de un fotoperiodista, además de la inquietud, la libertad y los reflejos, son la entrega (sin horas) y la rapidez (antes que los demás). De los de ahora valora a Sandra Balsells, Gervasio Sánchez y Chema Conesa.

Más lecciones, por favor: “Hay dos valores que te tienen que acompañar siempre”, le dijo su padre antes de fallecer a los cincuenta años, “el trabajo bien hecho y la honestidad”. Dice que eso ha tratado de hacer toda su vida, que un fotógrafo debe captar en un instante cómo retratar a quien tiene delante. Un acto reflejo natural. Zas. “Sé cómo te retrataría, ahora mismo”. Oh, no. Y hace una foto con palabras antes de sacar de su bolso una pequeña máquina digital. “Te haría un primer plano, pero en un momento en el que no te dieses cuenta”. Quizás el primer plano no sea mi mejor opción, Juana. “Tienes fuerza en la cara; tienes unos gestos muy graciosísimos”. O sea, un teleñeco con carácter.

Escena segunda. De nuevo, Hotel Avenida Palace de Barcelona. ¿Habitación? La suite “de los Beatles”. Juana ha subido en el montacargas, el ascensor está tomado por la seguridad que custodia la tranquilidad del grupo inglés en su primera visita a España. Año 1965, julio. Abre la puerta Ringo Starr: “¿You?!”. Sí, ella. La misma que ha sido descubierta fotografiándoles desde el aseo del avión que les lleva de Madrid a Barcelona. La misma que ha estado en la rueda de prensa y está molesta porque tiene las mismas fotos que todos.

La memoria frágil

Ella también toma las fotos en las escaleras del avión, con la montera. Sigue molesta, no tiene lo que busca. Y ya está dentro de la habitación de los cuatro. No saben que es periodista y la dejan entrar. Habla con ellos del pan con tomate y jamón, de las judías con butifarra. Y ella se pone las botas. Vuelve al periódico cargada de intimidad pop, en exclusiva, y no se las publican. Demasiados Beatles en papel tres días seguidos.

Aparecieron publicadas en la revista Ondas, y gratis. Juana quería publicarlo como fuera. La memoria es muy frágil. Del rato con los Beatles ha perdido una tira de negativos que no le devolvió nunca “la revista Rolling Stone”. Por el camino ha desaparecido una gran parte de su trabajo, porque mandaba la película a las revistas y, con suerte, se la devolvían junto a la factura. La foto que más añora es una de las perdidas, que mandó a una revista italiana: el torero Luis Miguel Dominguín dándose un baño, y su perro gigante a los pies de la bañera. Algún día regresarán a casa todas las extraviadas.

Su padre en una portería y ella en la contraria. Juan y Juana. Nunca fue fácil fotografiar un partido de fútbol y menos para una mujer, en los años cincuenta, en España. Era en el campo de Les Corts y el árbitro acababa de ordenar el inicio del encuentro cuando tuvo que pararlo. La joven veía cómo el hombre de negro corría hacia ella, ajeno a los veintidós jugadores. Aquello era a lo que se refería su padre cuando le dijo: “Si decides trabajar conmigo seguirás por un camino machista, difícil para una mujer joven como tú”. Una frase que incendió su orgullo y le hizo agarrar la cámara y echar una mano en el negocio familiar, entre las masas enganchadas al deporte.

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