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García-Alix: “El selfie no es un autorretrato”
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cuarenta años fotografiándose a sí mismo

García-Alix: “El selfie no es un autorretrato”

Todo empieza con una confesión: José Gutiérrez Solana es dios. Por supuesto, un dios laico, de los que sacan la miseria de donde otros la han

Todo empieza con una confesión: José Gutiérrez Solana es dios. Por supuesto, un dios laico, de los que sacan la miseria de donde otros la han escondido. Es el dios de la luz a la que aspira Alberto García-Alix. Es el amo de las sombras, del esperpento, las máscaras y los carnavales, el pintor de la España que los historiadores han llamado “negra” para tapar con un eufemismo la mierda, la pobreza, la roña, la sordidez, la desdicha, la ruina… La España de los fracasados y los muertos vivientes.

Cuando nació el fotógrafo, el pintor llevaba muerto once años, pero iba a heredar sus temas, desde las tabernas a las casas de putas, de los bailes populares a las coristas y cupletistas, sin olvidar los romances y los efectos de las pasiones. Sin olvidarse de él mismo, porque resulta difícil encontrar un artista que no se haya mirado para colocarse en el centro de su minúsculo y ruidoso mundo.

placeholder  Autorretrato, 1978. (Alberto Gacía-Alix)

El autorretrato de Alberto Gacía-Alix es una novela de cuarenta años y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la resume en ochenta fotos. Incluida en PHotoEspaña, se desvela un superviviente que prefiere verse como un náufrago, porque es un melancólico sin arreglo. Alberto García-Alix y su voz de quebranto es un nostálgico con chupa de cuero, tachuelas y Harley. Un hombre con tantos autorretratos como clichés, con tantos mitos como prejuicios. Un fotógrafo víctima de su leyenda.

Todo acaba con una confusión: pide un té a media mañana y echa por tierra un pasado de drogas, sexo y desenfreno. Impresiona ver a un motero vestido de algodón y blanco. Pero es verano y cuando el calor azota, García-Alix abandona el cuero en el que vive el resto del año. Bebe su té y se revuelve hablando de política y de chorizos, perdón por la redundancia. La España viva y rebelde de la que partió se ha convertido en el remake de la de Gutiérrez Solana y le duele. Pero en sus fotos no hace política o eso parece.

Vídeo:Alberto García-Alix habla con El Confidencial

Con la cámara no tengo pudor. Es un acto íntimo con la cámara: estoy yo solo”, reconoce. Enseñarlo es otra cosa. Dice, en medio de una de las salas de la muestra, que tanta repetición de sí mismo le cohíbe. Deberíamos creerle, aunque qué es la verdad. A fin de cuentas, una foto de nosotros mismos es el disfraz que mejor luce. Para arreglar fracasos, para corregir anhelos, para reparar mentiras, para curar delirios.

Exhibición o exposición

Sin embargo, en las fotos de García-Alix entre la exhibición y la exposición hay una paliza, un brazo escayolado, un condón usado, un pájaro muerto, una derrota, dos zapatos gastados, un chaleco vaquero roído, mil y un tatuajes. La distancia entre la exhibición y la exposición es la misma que hay entre un abrigo de visón y un calzoncillo ensangrentado: con la primera te vas de fiesta, con la segunda al médico.

Alberto García-Alix ha escapado de sí mismo en sus imágenes. Claro que está su rostro, aunque con los años ha ido desdibujándose y renunciando a la nitidez –como en un viaje al fondo de Alberto García-Alix-, claro que aparece desde la más tierna inocencia hasta la más castigada madurez. Pero en la exposición el tiempo importa más que la imagen, la presencia mucho más que la referencia.

“Un autorretrato es una búsqueda consciente de mí mismo a través de la cámara. Siempre encuentro una imagen que habla de mí. Una imagen donde me reconozco”. ¿Y el selfie? “El selfie no es un autorretrato. Es un ejercicio hecho con un móvil, sin intencionalidad. El autorretrato necesita más chicha”.

placeholder Elena Mar Odalisca en mi patio, 1987. (Alberto Gacía-Alix)

Alberto García-Alix ya no está en las calles, cada vez pasa más tiempo en su estudio, reconoce el comisario de la muestra, Nicolás Combarro. Un artista sabe que se ha hecho mayor cuando tiene miedo de repetirse y la exposición que hace de sí mismo nuestro fotógrafo cada vez es más comprometedora, a pesar de que ya no haya condones ensangrentados ni pollas flácidas. Ha caminado de afuera adentro, ganado en metáfora hasta fundirse en un graffiti de la pared. Esa es su foto más reciente de todas.

Alimento fotográfico

¿No teme a la intimidad? “La intimidad es un arma importante. La fotografía es un ejercicio íntimo, una intimidad correspondida. El momento de la foto nos pertenece a ambos. Yo he alimentado la fotografía en mi intimidad”. En su encuentro con el otro dice que no está él, “aunque pongo mucho de mí”. Y uno piensa que los retratos de otros son pedacitos de él. No sólo en sus maneras (composición y posición), sino en sus tripas.

La intimidad es un arma importante. La fotografía es un ejercicio íntimo, una intimidad correspondida. El momento de la foto nos pertenece a ambos

Claro que le quedan muchas cosas por fotografiar. Todo empieza cuando agarra la cámara con sus manos y se la acerca a los ojos. “Es cuando me introduzco en la máquina”. Entonces empieza a “dialogar” con lo que mira. “Pero lo que miro por la cámara, porque lo que ve la cámara es una fragmentación”. Dice que en ese momento es cuando debe inventarse, donde toma decisiones, donde se limita y construye el diálogo.

Una novela de cuatro décadas que no se agota, porque su protagonista quiere verse como un náufrago romántico. ¿A la deriva? Como cualquiera.Todavía quedan muchos capítulos pendientes, aunque le impresione volver a exponer en el Círculo de Bellas Artes 16 años después y con el pelo blanco. Y cuentas sin saldar: “Los retratos que me hubiese gustado hacer y no he podido porque han muerto son a mis amigos. Uno siempre piensa que tiene tiempo: mañana lo haré. Y ese mañana nunca llega”. Y luego pasa el tiempo y uno se arrepiente de todo lo que ha dejado pasar, de todo lo que no hizo a tiempo.

Todo empieza con una confesión: José Gutiérrez Solana es dios. Por supuesto, un dios laico, de los que sacan la miseria de donde otros la han escondido. Es el dios de la luz a la que aspira Alberto García-Alix. Es el amo de las sombras, del esperpento, las máscaras y los carnavales, el pintor de la España que los historiadores han llamado “negra” para tapar con un eufemismo la mierda, la pobreza, la roña, la sordidez, la desdicha, la ruina… La España de los fracasados y los muertos vivientes.

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