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Hay una isla en la luna
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festival sinsal, música en medio de la ría de vigo

Hay una isla en la luna

El barco se acerca a la isla que suena. Los eucaliptos la vuelven frondosa, los edificios misteriosa. Aquí se encerraban en el pasado a los enfermos

El barco se acerca a la isla que suena. Los eucaliptos la vuelven frondosa, los edificios misteriosa. Aquí se encerraban en el pasado a los enfermos y los indeseados. Ahora la pequeña San Simón, en la ría de Vigo, espera a los casi dos mil incomprendidos -¿pagarías por ir a un festival sin conocer el programa de actuaciones?- que desembarcan con hambre de experiencia y experimento musical.

El secreto y el paraje son el gancho del Festival Sinsal, celebrado este fin de semana con la ayuda del proyecto SON Estrella Galicia. Y como cebo no está mal, pero es insuficiente. Porque una vez pasa el efecto, qué queda: una “fórmula rompedora”, que se repite desde hace tres veranos y que en esta ocasión ha llevado el eclecticismo a la incoherencia, con formaciones que dejan el paquete-sorpresa muy lejos de las expectativas del experimento musical.

En los tres escenarios que mueven, durante once horas y sin escapatoria, al público se vio el sábado a nueve grupos que fluctuaron desde el folk, al pop, sin dejar escapar propuestas metal, hardcore, tecno y punk. De entre todos, dos intervenciones que salvan la edición de la isla de la música, el grupo coreano Jambinai, una trituradora progresiva que acaba con la tradición y el rock al reunir en el escenario guitarras eléctricas y electrónica, con instrumentos milenarios (el haegeum, piri, geomungo). Sobrios y explosivos, fueron los primeros en chutar sobredosis de agitación. No hay playas, ni bermudas, ni bikinis en esta pequeña mancha en el mapa. Prohibido el baño. Pero parecía que la agitación coreana –y la cerveza- podían con el calor… Mientras, más allá de los muros de San Simón, miles de vecinos de Vigo estaban a remojo.

La perla del día la pusieron los vejestorios Wire, que plantaron una actuación vehemente, valiente y atronadora. La banda punk más innovadora a finales de los setenta está cargada y remataban una despedida perfecta, que antes habían animado los Frikstailers con sus cosas. La banda de Graham Lewis y Colin Newman, habituales en nuestros escenarios, mostraron que los músicos existen para dinamitarlo todo.

Aunque el uso de TNT punk no es imprescindible para hacerlo saltar todo por los aires: la conmoción del festival fueron dos niños de doce años, pinchando una sesión tecnopop de una hora, antes de subir al último barco en dirección a Vigo. Alguien con mucha sorna preguntó si aquello era legal. Viendo a los padres abanderando la alegría que desataron los cachorros, no sólo debe ser legal sino bueno para la salud. Los abuelos y los nietos, llenos de futuro.

Wire y Jambinai estuvieron lejos, muy lejos, del resto de propuestas. Sólo Chelsea Wolfe se acercó a la comunión de estos dos grupos con el entorno y el público, pero a las cuatro de la tarde es inevitable que la inspiración y referente del gótico contemporáneo -de texturas melancólicas electrónicas- acabe en sopor y siesta.

Al final, buen sabor. Dos actuaciones sobresalientes y alguna sorpresa. Y la esperanza de que la dirección entienda que la diferencia no puede ser –solamente- la isla y la lista oculta. La identidad es la calidad. De momento, en San Simón la experiencia gana al experimento musical, y un festival de música, por mucho que se le parezca, es algo más que un parque de atracciones.

El barco se acerca a la isla que suena. Los eucaliptos la vuelven frondosa, los edificios misteriosa. Aquí se encerraban en el pasado a los enfermos y los indeseados. Ahora la pequeña San Simón, en la ría de Vigo, espera a los casi dos mil incomprendidos -¿pagarías por ir a un festival sin conocer el programa de actuaciones?- que desembarcan con hambre de experiencia y experimento musical.

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