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El Greco entre las fieras
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el prado rastrea su influencia en la pintura moderna

El Greco entre las fieras

Entre la ironía y la devoción, la copia y la interpretación, el Greco es visto desde Manet a Picasso, de 1864 a 1977, un siglo y

Entre la ironía y la devoción, la copia y la interpretación, el Greco es visto desde Manet a Picasso, de 1864 a 1977, un siglo y poco rastreando las huellas escondidas en las esquinas de las pinturas, que la Historia del Arte, con su lupa y su ojo, dice adivinar. Halla las pruebas en unas manos, un gesto, la luz, los colores contrastados, la narración en escena, la estrechez de las composiciones, las figuras estilizadasreferencias visibles en la mayoría de los casos. A veces justificadas con documentos, otras meras hipótesis.

El Museo del Prado rinde homenaje a la ciencia que lo legitima para descubrir que la resaca creativa de el Greco llegó hasta los pintores modernos (y más allá). Mañana inaugura el montaje estrella de la temporada: El Greco y la pintura moderna, una propuesta original del ínclito maestro Pepe Álvarez Lopera, que tras su fallecimiento recoge con pericia Javier Barón en el comisariado, y que podría sentar un precedente sin parangón al crear una fórmula de actualidad a reivindicar por todos los grandes del museo: Tiziano, Rafael, Velázquez, Goya, El Bosco... Cualquiera de ellos podría ser también “el artista retrospectivo que más influencia ha ejercido en el arte del XIX y del XX”, como apunta el director de la pinacoteca, Miguel Zugaza.

Alberto Giacometti (1901-1966) encontró en las estilizadísimas formas de las cabezas y las figuras la única posibilidad de representar al ser humano y una profunda afinidad con el Greco. Antonio Saura (1930-1998) “fue uno de los más concernidos por la pintura del Greco”, a partir de los arquetipos del retrato de busto y los violentos contrastes entre el blanco y el negro, que chilla con la expresividad de los trazos. También Francis Bacon (1909-1992), gran admirador de Velázquez, aparece entre las más de 100 piezas de la exposición, con la espectacular Mujer tumbada, “en la que el desnudo de espaldas presenta un violento escorzo similar al del soldado de la Resurrección del Prado”.

El embajador del Greco en las Vanguardias fue Pablo Picasso (1881-1973), que se presenta como el mayor vehículo para contagiar las ideas del cretense a lo largo de la primera mitad del siglo XX. La figura del malagueño es la única que se repite a lo largo de los siete “ámbitos”, en los que se ha dividido el recorrido cronológico, destacando de esta manera un aparente vínculo entre ambos jamás traicionado.

“La extraordinaria diversidad de los modos y las direcciones en que se ejerció su influencia es un índice relevante de la complejidad y de la capacidad de fascinación de su pintura. En esto último intervino su condición de artista casi desconocido, trasterrado a una nación” derivada a condición periférica en el concierto europeo. Estas son las claves que, según el comisario, hicieron del Greco un manjar sugerente para los nuevos pintores.

Édouard Manet (1832-1883) expresa la influencia en su Cristo muerto con ángeles, después de haber visto La Trinidad, que Barón relaciona por las alas de los ángeles de una y otra pintura. Según explica, incluso Degas poseyó dos grecos, que habían pertenecido a Millet. “Pero fue Paul Cézanne (1839-1906), el artista a partir del cual se ejerció verdaderamente la construcción de la pintura moderna” y al vincularlo con el Greco, queda éste incluido en el mito fundacional moderno.

Sin embargo, Cézanne no viajó a España y tampoco debió ver muchas obras del artista, aunque la muestra contrasta la versión que realizó de la Dama del armiño, un retrato cuya autoría del Greco está cuestionada en la misma cartela. Aún así, parece suficiente.

El Greco y el expresionismo alemán

La exposición también insiste en la presencia del griego en los Sorolla, Fortuny, Zuloaga, y es desde luego el apartado menos interesante, así como el más convencional y relamido. Subrayar el impacto que un genio tuvo en la pintura nacional por los siglos de los siglos no es el lado más ambicioso de este montaje organizado con la colaboración de la Fundación BBVA y Acción Cultural Española.

En el lucernario estalla la traca final, con un diseño reflectante: un espacio en el que se miran y se relacionan cuatro obras del Greco decisivas (La resurrección, Laocoonte, La visión de san Juan y La anunciación) con los últimos movimientos pictóricos, que parte del expresionismo alemán, avanza por el expresionismo abstracto, el surrealismo y toca a Delaunay, Chagall, Max Beckmann, Kokoschka… Llama la atención los radicales ejercicios expresivos de trasposición que ejecuta Adriaan Korteweg, con La oración en el huerto como base.

Barón, recientemente nombrado jefe de área de Conservación de Pintura del Siglo XIX tras la marcha de José Luis Díez a la dirección de las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional, explica que entre los artistas vieneses del expresionismo el más destacado fue Oscar Kokoschka (1886-1980), cuya influencia del Greco es visible en las obras religiosas, en lo que se refiere a “la pulsión destructiva de las figuras aisladas” en paisajes y en la “concentración expresiva de sus retratos”.

Jackson Pollock (1912-196) realizó numerosas copias del Greco, así como de Miguel Ángel y Rembrandt. En la exposición se enseñan varios dibujos maravillosos, que Pollock copió de imágenes de libros. “La llama es una cifra o quinta esencia de esa inspiración” en el Greco, con un espíritu “verdaderamente ardiente” y arrebatadoramente espiritual.

Entre la ironía y la devoción, la copia y la interpretación, el Greco es visto desde Manet a Picasso, de 1864 a 1977, un siglo y poco rastreando las huellas escondidas en las esquinas de las pinturas, que la Historia del Arte, con su lupa y su ojo, dice adivinar. Halla las pruebas en unas manos, un gesto, la luz, los colores contrastados, la narración en escena, la estrechez de las composiciones, las figuras estilizadasreferencias visibles en la mayoría de los casos. A veces justificadas con documentos, otras meras hipótesis.

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