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Los otros Felipes
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Seis felipes para seis españas

Los otros Felipes

Seis 'felipes' para seis españas. Tan distintas como sus monarcas, aunque sin variar la trayectoria ruinosa del país'

Foto: Felipe IV, el gran mecenas de la monarquía española. Retrato de Diego Velázquez (Museo del Prado)
Felipe IV, el gran mecenas de la monarquía española. Retrato de Diego Velázquez (Museo del Prado)

Seis Felipes para seis Españas. Tan distintas como sus monarcas, aunque sin variar la trayectoria ruinosa del país. De los grandes mandatos imperiales con los tres primeros a la crisis del reino con los últimos. Han pasado por los matrimonios de conveniencia al maridaje popular, de un imperio interminable a un país arrugado, del absolutismo a la democracia. Ninguno ha terminado con la desigualdad y la injusticia, todos han probado en sus carnes el desafecto catalán y unos resolvieron el secesionismo a mandoblazo y otros pactando.

Felipe VI (1968) se encontrará con una situación muy parecida a aquellos reyes tocayos que encontraron el país en crisis, sus dos predecesores. Ya no queda nada de aquella España boyante, si acaso los Pirineos como frontera decana de Europa. Sin olvidar que las deudas públicas, cuando pinchó la burbuja imperial, se hicieron tan grandes como los dominios que el país mantuvo durante los siglos XV, XVI y XVII. El nuevo Felipe se encontrará, como les ocurrió a los dos anteriores, con una corrupción desenfrenada, con el descrédito de las clases políticas, con la decadencia institucional y moral, con un país en retroceso… incluso futbolístico.

Fue hermoso y breve. Rey de Castilla entre el 12 de julio y 25 de septiembre de 1506, después de desposarse bajo pacto con Juana I de Castila, para resistirse al despunte de Francia. El matrimonio unió a la monarquía española con el Imperio, Inglaterra, Nápoles, la república de Génova y el ducado de Milán. Sin embargo, tenía el enemigo en casa: su suegro Fernando el Católico. El testamento de la Reina Católica enfrenta a ambos, que prefieren saltarse la concordia, hasta que Fernando renuncia.

El historiador Carlos Martínez Shaw explica a este periódico que lo más destacado de su reinado es, efectivamente, la brevedad del mismo. Es el único Felipe de los seis que fue rey de Castilla, el resto lo son de España. “La consolidación del Estado moderno está bastante avanzada en España en este momento. Reina unos meses y no le da tiempo a especificar ninguna política interna”.

FELIPEII (1527-1598)

El Prudente también fue el poderoso: rey de España, rey de Nápoles y Sicilia, de Portugal y de Inglaterra, gracias a su segunda esposa. Heredó de su padre Carlos V su formación política y diplomática, y el gusto por el mecenazgo de las bellas artes que enaltecieran su figura.

“De su padre hereda casi todo: lo que luego conoceremos como imperio español, pero también el enfrentamiento con los franceses, con los turcos y con los protestantes holandeses, franceses e ingleses”, explica el especialista Martínez Shaw. En política interior no se desmarca ni un paso del anterior soberano. Amplía fronteras por Filipinas y la “agregación” de Portugal.

“Fue un político muy preocupado por el Estado, ejecutó una política de afirmación monárquica. La unidad territorial había avanzado mucho. De hecho, sólo se encontró con el problema de los moriscos de Granada, de donde son expulsadas 80.000 personas”, añade el historiador. Fue tajante contra aquellos que cuestionaran la centralidad y se decantaran por la pluralidad y los fueros. “No hizo ni una concesión. Actuaba más por las bravas que por el diálogo”. Y en el exterior montó un combate antiprotestante. Enemigo de los enemigos de la fe católica.

“Me temo que a este hijo mío lo van a gobernar”. Cuánta razón tenía su padre, Felipe II, pronto a morir. Efectivamente, debido a su incapacidad para el gobierno aparece por primera vez la figura del “valido”. El duque de Lerma tiene el orgullo de haberse erigido como el primero de ellos, de hacerse cargo del país mientras el monarca desatendía sus funciones y de convertirse para los anales de la Historia en el padre de la corrupción a gran escala. No en vano, bajo el trono de Felipe “el Piadoso” España alcanzó su máxima expansión territorial.

Las coplillas –el recurso de la justicia universal del pueblo español– no olvidan cómo se libró el pájaro de mal agüero de Lerma de la justicia: “Para no morir ahorcado el mayor de España se vistió de colorado”. Así es como encontró salvación en capelo cardenalicio.

Felipe III, fue rey –aunque no reinó– entre 1598 y 1621, y demostró menos interés por lo que ocurría en España que por el teatro, la pintura y, sobre todo, la caza. “Su reinado es de transición. Lerma estaba más preocupado en enriquecerse que en otra cosa, así que hubo una cierta política pacifista”. Las acciones de Lerma en el interior se centraron en acercar la corte española a Valladolid –más cerca de su domicilio que Madrid– y en el deseo irrefrenable de expulsar a los moriscos. La monarquía se alió con la corrupción y fue el origen de la debacle.

Verosimilitud, compostura, decoro y aproximación a lo real. Es el inicio del mandato barroco y de una estrecha relación como nunca más se ha vuelto a dar, la del monarca con un pintor, la de Felipe IV con Diego Velázquez. Pero los más de 44 años de regencia del “rey Planeta”–la más larga de la casa Austria y tercera de la historia española– acogieron el esplendor del Siglo de Oro, con Francisco de Quevedo, Baltasar Gracián, Pedro Calderón de la Barca, Lope de Vega, Luis de Góngora, Bartolomé de las Casas, Tirso de Molina, Zurbarán, Ribera, Murillo, Maíno…

Y junto a las luces, las grandes sombras. “Felipe IV se encuentra una España hundida”, explica Carlos Martínez Shaw. Todo lo que su predecesor no resuelve sigue ahí, pudriéndose sin solución. Una grave crisis económica, demográfica, fiscal y política. Por supuesto, la corrupción y el escepticismo. Como sus esfuerzos estaban orientados al fomento de las luces culturales, tuvo que echar mano de un valido: el conde-duque de Olivares, “un político que cree en la reputación de España y en su unidad, que trata de implantar el absolutismo territorialmente y que se encuentra con un grave problema constitucional en 1640 con la independencia de Cataluña, Portugal y los conatos de Andalucía y Aragón”.

Después de unos primeros años que auguraron la restauración del esplendor, Felipe IV no supo resolver las dos grandes revueltas secesionistas a las que se enfrentó, en Cataluña y Portugal. La guerra en Cataluña duró 12 años, que se acogió a la ayuda francesa para defenderse del rey más poderoso de Europa. Terminó tomando Barcelona y soltando Lisboa.

“Felipe IV se metió en todos los charcos que pudo”. La guerra de los 80 años contra Flandes, la guerra de los 30 años europea, la guerra contra Francia, que terminó por aupar al pujante Luis XIV y por hundir la monarquía española. “Terminó mal, pero no tan mal como podría haber sido”, reconoce Martínez Shaw. Primero el Tratado de Westfalia y luego la Paz de los Pirineos acordaron la rebaja de los territorios españoles. Felipe IV casó a su hija María Teresa de Austria con el pujante Luis XIV de Francia y se impuso la paz y la hegemonía francesa.

El rey de las artes se olvidó de atender el hambre y el paro de sus ciudadanos, que se alzaron en motines contra su exclusión.


FELIPE V (1683-1724)

Para muchos historiadores el mejor de los Felipes y de los monarcas españoles. “España estaba hecha unos zorros cuando llega. Un país muy parecido a como está ahora: había una crisis galopante, el Ejército prácticamente había desaparecido, crisis económica… un país en la ruina”, asegura Martínez Shaw. Es el primer monarca de los Borbones, y fue rey desde 1700 hasta su muerte en 1746 (con una breve interrupción de 10 meses en 1724), es decir, sus más de 45 años de reinado son el más prolongado de nuestra historia.

Salvó la Guerra de Sucesión gracias al apoyo francés y sale bien parado de las batallas de Almansa y Brihuega. De las enseñanzas francesas adopta también su manera política, y elige a un cónclave ministerial que marca el “proyecto de regeneración española”. Martínez Shaw explica que “la creación de puestos de trabajo y las políticas de inversión” fueron los dos pilares sobre los que se levantó la nueva España.

“Socialmente estuvo a favor de las minorías, evitó que los nobles tuvieran el control del país e introdujo a la burguesía en la vida política y económica”, añade. Ejecutó un “absolutismo ilustrado” e intervino en la unidad territorial con políticas sin concesiones a las libertades forales. Eliminó las instituciones, universidades, cortes y derecho público foral e impuso sobre todo el territorio la asimilación de Castilla. “Una política centralizadora absoluta”.

Para nuestro historiador, a pesar de que le quitan los últimos reinos en Milán, Nápoles, Cerdeña, Sicilia, “inventa la política del siglo XVIII”. “Carlos III no inventa nada, es continuista con la labor de Felipe V”, dice. Un reinado “poderosísimo” que perdió Gibraltar y que instauró en España la Ley de Sucesión Fundamental, la norma gracias a la que, tres siglos después, Felipe VI hereda el trono y no sus hermanas mayores, que a partir del jueves dejarán de percibir asignación de la Casa del Rey. La intención de la ley es bloquear el acceso de dinastías extranjeras.

Seis Felipes para seis Españas. Tan distintas como sus monarcas, aunque sin variar la trayectoria ruinosa del país. De los grandes mandatos imperiales con los tres primeros a la crisis del reino con los últimos. Han pasado por los matrimonios de conveniencia al maridaje popular, de un imperio interminable a un país arrugado, del absolutismo a la democracia. Ninguno ha terminado con la desigualdad y la injusticia, todos han probado en sus carnes el desafecto catalán y unos resolvieron el secesionismo a mandoblazo y otros pactando.