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Arissa, el eslabón perdido de la fotografía
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un hallazgo esencial para las vanguardias

Arissa, el eslabón perdido de la fotografía

¿De dónde habrá salido? ¿De dónde viene? ¿Dónde estabas escondido, Antoni Arissa? Ha tardado ochenta años en llegar hasta nosotros, en un viaje milagroso

De la calle deshabitada aparece un hombre perseguido por una sombra sin dueño. Viene directo hacia aquí, abrigado hasta la cabeza y con las manos en los bolsillos. La mañana parece fría, aunque el sol recorta su perfil sobre la ciudad. Atrás queda la bruma. ¿De dónde habrá salido? ¿De dónde viene? ¿Dónde estabas escondido, Antoni Arissa? Ha tardado ochenta años en llegar hasta nosotros, en un viaje milagroso que empezó en el desmantelamiento de la casa familiar a su fallecimiento. Algunos negativos se salvaron de la limpieza, pero la mayoría fueron a parar a la basura. Este final nos suena. La familia reconoce a este periódico que no supieron valorar lo que había acumulado el impresor, tipógrafo y fotógrafo.

Los pocos que consiguieron salvarse suman un total de 3.250 fotogramas. El nuevo dueño de los enseres abandonados los vendió en el mercado de segunda mano y baratijas de los Encantes. Una tercera persona los compró para vendérselos al Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya, que conserva la gran mayoría de ellos. La Fundación Telefónica conserva 936 del total. Afortunadamente, lo que no supo conservar la generosidad lo rescató la avaricia.

Hoy asistimos a uno de los renacimientos en los que se ha especializado la operadora dominante de telefonía, desde que en 2005 revisaran su propio fondo fotográfico para montar una exposición con tintes autopropagandísticos. Bajo el título de Transformaciones afloró un nombre del que nadie había oído hablar y nada se conocía, salvo la dirección de su estudio: Marín. Valentín Vallhonrat y Rafael Levenfeld se han especializado en ofrecer a la casa estas operaciones a las que sucedieron la aparición de Josep Brangulí y Virxilio Vieitez. Los archivos familiares están repletos y los cajones del olvido seguirán desprendiéndose de fotógrafos inéditos cada temporada.

Todo en 14 años

La operación en este caso desempaña al que los dos comisarios y conservadores del fondo han calificado como “el eslabón perdido de la fotografía española”, en referencia a sus dejes vanguardistas. Al menos, en la escasa parte de la obra conservada. La exposición que forma parte de la programación de PHotoEspaña, recoge únicamente 14 años de la producción de uno de los casos más extremos de la historia de la fotografía patria, al transitar de un polo a su opuesto tras abandonar la corriente decimonónica pictorialista y abrazarse a la vanguardia.

Su producción fotográfica se redujo significativamente durante la Guerra Civil, y a pesar de que continuó activo hasta los 70 años, nunca volvió a retomar la fotografía con la misma intensidad. De ahí que los comisarios muestren sólo el trabajo que Arissa hizo entre 1922 y 1936. El fotógrafo catalán ha sido habitual en exposiciones colectivas y su trabajo se ha mostrado desmigado, nunca ha habido una revisión de este calibre, con 161 fotos, en la que se puede comprobar el asombroso viaje por dos vertientes fotográficas, en principio, irreconciliables.

Antoni Arissa nació en Barcelona, en 1900, y falleció en 1980. Continuó el oficio familiar de la imprenta y de adolescente inició su aprendizaje fotográfico. Y en 1922 funda la Agrupación Fotográfica Saint-Victor, en el barrio de Sant Andreu de Barcelona. En esta primera etapa, bien diferenciada en la muestra, se entrega a la corriente pictorialista, que ha sido calificado como “un movimiento antagonista a los avances técnicos producidos desde principios del siglo XX, por el perfeccionamiento de películas, cámaras y lentes fotográficas”.

De un lado a otro

Junto a las escenas rurales del ángelus, de clara referencia al pintor realista J. F. Millet, hace desfilar, por los alrededores de Sant Andreu, ante su cámara la tipología más costumbrista de las labores campesinas. Escenas pintorescas, retratos del esfuerzo que requiere dominar la tierra, paseos por las montañas y encuentros con la Arcadia feliz, que contrastan con otras vistas de la ciudad nocturna y desamparada.

Arissa tiene en especial atención a la infancia, de la que merece la pena destacar el juego de contrastes que proponen los comisarios al enfrentar en la misma pared dos fotos de dos Españas: a un lado, tres monaguillos en la oscuridad del oficio, años veinte; al otro, una niña lee un tebeo, sentada, soberana, independiente, 1932.

Poco a poco, nuestro fotógrafo evoluciona hacia los preceptos que Lászlo Moholy-Nagy imparte desde la Bauhaus. La Nueva Visión abandona definitivamente la escena bucólica, la cruda y dramática realidad, para incorporar “tomas cenitales, picados, contrapicados, sombras, fotogramas, inversiones negativas y el continuo uso de las diagonales”. Es el primer movimiento del fotógrafo para reivindicarse como artista capaz de influir en la visión de la naturaleza. Ya no es un mero plagiador, ya es un interventor. Pequeños demiurgos armados con cámaras tratando de conseguir hacer que la fotografía construya la realidad y no al contrario (y todavía seguimos en las mismas).

El efecto cuenta

“Lo minúsculo y sin importancia cobra especial presencia cuando Arissa lo introduce en su mundo bajo su implacable mirada. Mantiene la intensidad visual y conceptual al fotografiar dos bombillas que proyectan dos sombras convertidas en protagonistas de la imagen”, explican los comisarios en el catálogo.

Ha cambiado los lugares remotos por referencias cercanas, descontextualizadas. Utiliza diagonales muy fuertes, con primerísimos planos y recursos muy efectistas. Construye sin temática, aunque será incapaz de olvidarse por completo de su pasado. La figura humana no abandonará sus imágenes.

Aquel hombre perseguido por una sombra ha regresado incompleto y la panorámica que ahora vemos de su obra no es más que la puntita. Apenas una veintena de originales editados por Arissa han llegado a nuestros días, el resto de las copias que cuelgan de estas paredes han sido editadas ahora. Y a pesar de todo, bienvenido.

De la calle deshabitada aparece un hombre perseguido por una sombra sin dueño. Viene directo hacia aquí, abrigado hasta la cabeza y con las manos en los bolsillos. La mañana parece fría, aunque el sol recorta su perfil sobre la ciudad. Atrás queda la bruma. ¿De dónde habrá salido? ¿De dónde viene? ¿Dónde estabas escondido, Antoni Arissa? Ha tardado ochenta años en llegar hasta nosotros, en un viaje milagroso que empezó en el desmantelamiento de la casa familiar a su fallecimiento. Algunos negativos se salvaron de la limpieza, pero la mayoría fueron a parar a la basura. Este final nos suena. La familia reconoce a este periódico que no supieron valorar lo que había acumulado el impresor, tipógrafo y fotógrafo.

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