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La foto baja de las paredes, sube a los libros
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el reina sofía revisa 70 años de fotolibro en españa

La foto baja de las paredes, sube a los libros

“Las paredes son para los cuadros y las fotos son para los libros”, sentenció Henri Cartier-Bresson, el fotógrafo que colmó museos con instantes decisivos

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“Las paredes son para los cuadros y las fotos son para los libros”, sentenció Henri Cartier-Bresson, el fotógrafo que colmó las paredes de los museos con cientos de instantes decisivos. Un hombre salta un charco y foto. Un niño vuelve del recado con dos botellas de vino y foto. Una bicicleta vuela por la calle y foto. Cartier-Bresson se entregó en cuerpo y alma a los fotogramas pasajeros. Quería detener la vida y aislarla para subirla a los altares, o sea, los blancos muros de las galerías. Era el disparo melancólico, el que congela la realidad para contemplar lo que no volverá y resumirla en titulares.

Aquella mirada del maestro era desbordada por el torrente de acontecimientos y de vidas que pedían atención. El documentalismo rompió con las paredes y las prisas, con los resúmenes y los titulares. La historia de la fotografía se desplazaba para llegar a los libros; los fotógrafos asumían que cuajar la realidad era una pretensión de resultados muy vistosos, pero logros fallidos. Ellos eran los que debían parar. Y adoptar de la literatura desde la forma al contenido, del hilo narrativo a la encuadernación. Los fotógrafos documentalistas reconstruyen la realidad, los fotoperiodistas lareducen a su mínima expresión.

“El fotolibro es un modelo que trata fotos en series, no únicas”, explica Horacio Fernández (Albacete, 1954), historiador de la fotografía y comisario de la exposición que se inaugura este lunes en el Museo Reina Sofía, dentro del marco de PHotoEspaña, titulada Fotos & libros. España 1905-1977. El especialista señala cómo la historia de la fotografía se ha resumido en la historia de la copia. Sin embargo, el fotolibro es anterior a los deseos artísticos de los fotógrafos, las fotos suben a las paredes de los museos en el periodo de entreguerras.

Tiempo a la fotografía

“El arte no ha sido la prioridad de los fotógrafos. Su aspiración no era exponer, sino ganarse la vida, asumir encargos y reflexionar. Para ellos el concepto exposición era irrelevante y la mayor parte de las fotos museizables se hicieron mucho más tarde”, cuenta Fernández.

placeholder Ramón Masats. 'Neutral Corner', 1962.
Ramón Masats. 'Neutral Corner', 1962.

Antes de pasar al cristal, los fotógrafos vivían en el papel, compilando sus imágenes como un gran mosaico que sólo funcionaba en su conjunto (el todo en vez de las partes). “El tiempo, esa es la clave del fotolibro, el tiempo”. En la muestra del Museo Reina Sofía se revisan siete décadas de edición y al hacerlo queda al descubierto el viaje de este país, desde la II República al final de la dictadura. Es una nueva perspectiva de España a través de la obra de fotógrafos comoJosé Ortiz Echagüe,Alfonso,Francesc Català-Roca,Robert Capa,Ramón Masats,Xavier Miserachs,Joan Colom,Francisco OntañónoColita.

Y también desconocidos, como José Compte, de quien se expone Mujeres de la Falange, editado en 1939. “Conocidísimo por sus magníficas realizaciones del resurgimiento de la Patria, figurando al frente de uno de los departamentos nacionales de Propaganda”, puede leerse en un anuncio en La Vanguardia, en junio de 1939, para promocionar su nuevo estudio de fotografía. “En lo referente al estilo, Compte fotografía desde muy cerca, por no decir justo encima. Tiende a los primeros planos, compone a base de diagonales quebradas, sus puntos de vista bajos son casi siempre muy bajos”, se puede leer sobre el fotógrafo al servicio de Vértice (“Revista Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS”), en el catálogo de la muestra.

La sumisión de la mujer falangista

Mujeres de la Falange es una colección de 12 postales, en las que aparecen “cumpliendo con su tarea”, “con la gracia femenina”. Las imágenes están protagonizadas por muchachas sonrientes, cubiertas con pañuelos claros, la camisa arremangada y un delantal oscuro en el que destaca el puntilloso bordado con el yugo y las flechas de la Falange. “Esta muchacha de la ciudad ha traído a las labores sus deliciosas maneras urbanas. Vedla aquí: su sonrisa se equilibra con las dos púas de la horca. El cántaro panzudo apoya sobre su cadera una gracia centrada y dulce”, se lee en el pie de foto que explica la escena.

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Además de la hermandad del campo y la ciudad, en estas fotos se representan “Los 18 puntos de la mujer de la Falange”. De los 18 sobran 17 pues se resumen en uno: la sumisión de la mujer al hombre, al que debe obediencia absoluta. Uno de ellos: “Procura ser tú siempre la rueda del carro”. “Las fotografías son ambiguas y hasta un tanto frívolas, sobre todo, en Vanguardia de la paz, donde las modelos desfilan contoneándose sobre una pasarela de tierra con palos al hombro en lo que parece una broma de mal gusto a costa de las milicias armadas republicanas”, escribe Horacio Fernández.

Siete décadas en cinco paradas

El recorrido de la muestra por las 30 publicaciones seleccionadas ha sido dividido en cinco partes, arrancando con el ejemplo más antiguo (1905), un libro de Antonio Cánovas, celebrado retratista de sociedad que ilustra las Doloras de Campoamor. Le siguen las visiones costumbristas de Ortiz Echagüe y la labor de las Misiones Pedagógicas, entre septiembre de 1931 y diciembre de 1933, siempre bajo el anonimato. El libro está compuesto de 47 fotos y la primera es “una niña lectora”, un alegato visual de las pretensiones del organismo.

La segunda parada es la guerra civil española, “momento en el que la foto se utiliza como arma”. Se muestra la producción de ambos ejércitos. Para el comisario la joya de esta etapa es un libro sobre los bombardeos de Madrid, que editó la Comisaría de Propaganda de la Generalitat de Cataluña, en 1937, en las imprentas de Seix Barral. La Comisaría emprende un programa de publicaciones destinado a “restablecer la verdad”. Una de estas es Madrid, fotolibro en el que las imágenes componen el relato documental de la guerra contra la población. “Una secuencia visual narrativa con principio y final”.

El libro abre con 20 fotos de edificios destruidos por las bombas de aviación en el centro de Madrid. Las fotos muestran casas de vecinos destrozadas, talleres devastados, edificios sin fachada, calles atestadas de cascotes, cráteres abiertos en las bocas de Metro, ruinas… Y los doce niños muertos en el depósito judicial de cadáveres, con los ojos abiertos.

Durante la posguerra, tercer apartado de la muestra, aparece Alfonso, con un libro de estampas turísticas de los rincones del viejo Madrid, que ha pasado desapercibido, entre otras cosas, porque durante esa época estaba represaliado y ni él ni su hijo tenían el carné de prensa para trabajar. “Es un libro de una ambición tremenda”, cuenta Fernández.

La edad dorada

En la última etapa, los años sesenta y setenta sucede la edad de oro de las ediciones que ponen en acuerdo a escritores con fotógrafos. Ahí jugó un papel esencial la colecciónPalabra e imagen, en Lumen, diseñada porLluis ClotetyÓscar Tusquets, y cuya máxima expresión fueNeutral Corner, un libro ilustrado porRamón Masatscon textos deIgnacio Aldecoa.

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En la muestra del Reina Sofía se puede ver la colección completa, los 19 volúmenes. “Es la principal aportación española a la historia internacional de los fotolibros”, explica el comisario, que destaca las Nuevas escenas matritenses, que publicó Alfaguara, con la combinación de Camilo José Cela y Enrique Palazuelo. “Cela plantea un trabajo posmoderno, porque parte de lo real para crear ficción”, añade Fernández. También es el momento en el que Masats publica Los Sanfermines (1963), un hito en la historia de la fotografía española.

La muestra tiende a hermanar los dos discursos, el de la copia y el de los libros, el de las paredes y el de las mesas. En el recorrido, los libros pasan a la pared, hay proyecciones de los interiores de las ediciones. Horacio Fernández, con claridad: “Un fotolibro se parece más a una película que a un cuadro”.

“Las paredes son para los cuadros y las fotos son para los libros”, sentenció Henri Cartier-Bresson, el fotógrafo que colmó las paredes de los museos con cientos de instantes decisivos. Un hombre salta un charco y foto. Un niño vuelve del recado con dos botellas de vino y foto. Una bicicleta vuela por la calle y foto. Cartier-Bresson se entregó en cuerpo y alma a los fotogramas pasajeros. Quería detener la vida y aislarla para subirla a los altares, o sea, los blancos muros de las galerías. Era el disparo melancólico, el que congela la realidad para contemplar lo que no volverá y resumirla en titulares.