María Zambrano inédita y personal
Todos sus maestros, toda su espontaneidad, todos sus secretos del alma, "no los cotilleos", quedan reunidos en esta nueva entrega dedicada a sus escritos personales
“Impedida para realizar cualquier actividad física, pero no la de pensar, la lectura y transcripción de mis pensamientos son los que me salvan de no acabar devorada por la memoria. Quisiera presentar este caso mío para que sirva de caso universal”. Y lo tachó. Debió de parecerle demasiado pretencioso. Cualquiera podría definirse como un modelo universal si se tratase de las últimas líneas escritas, sobre todo, si son las de María Zambrano (1904-1991).
Las toma, con la ayuda de su secretaria Rosa Mascarell, el 8 de noviembre de 1990, para la Universidad Popular de Leganés, en su campaña contra el analfabetismo. “La lectura siempre es hermosa. Cuando se llega a ciertos años, como me ha pasado a mí, se vuelve indispensable y la única compañía y quizá la más eficaz para no autodevorarse por el recuerdo o por la vana esperanza”. La lectura sanadora, la lectura salvadora. Tres meses después moría en el Hospital de la Princesa. Dejaba tras de sí “los restos de un naufragio”, que su discípulo Jesús Moreno recoge con la ayuda de Galaxia Gutenbarg/Círculo de Lectores en las obras completas de la filósofa.
El volumen VI de las obras completas de la filósofa está compuesto de las piezas confesionales y espontáneas de las raíces del pensamiento de María Zambrano
En estos días aparece el volumen VI, dedicado a las notas autobiográficas, en diarios, escritos personales, delirios y poemas, en un “proceder confesional para consigo misma, para aclararse y comprender, y como apertura a los otros y a lo otro”. Todo lo que queda al margen de los cauces estandarizados por la cultura. Más de 200 escritos recopilados como las raíces del pensamiento espontáneo de Zambrano. El inmenso volumen se ha dividido en dos partes: Los escritos autobiográficos. Delirios. Poemas (1928-1990) y Delirio y destino (1952). “No hay intimidad, ni cotilleo, son borradores de trabajo, intimidades del alma”, explica Moreno, que reconoce que también aparecen sus amores y desamores.
Escribe los últimos días de junio de 1969: “Sueño de la palabra dada inocentemente por el Amor, que se convierte en el Mal mismo, al ser aferrada por quien ansía el poder y en poder se convierte”. Y sobre la felicidad, el 12 de agosto de 1971: “Cuando todo intento de ser se ha desvanecido sin dejar rastro y lo que se ha sido se consume sin humo, ya no se puede ser más que feliz. Ser felizmente”.
“Todo el potencial de la crítica cultural de Occidente por parte de María Zambrano se va desarrollando al compás de sus propias experiencias más espirituales, de su propia confesión, en estos escritos autobiográficos”, asegura el responsable de la edición. La crisis del humanismo a principios del siglo XX es uno de sus grandes preocupaciones, y en un escrito sobre Goethe, de carácter profundamente confesional, sobre la esencia del hombre. La piedad se convierte en el camino “para que las fuerzas de las entrañas abismales se plieguen a trabajar a las órdenes del arquitecto que es siempre Uno”.
Silencio ante la muerte de Franco
De esas “fuerzas de las entrañas abismales” surge Francisco Franco, de quien Zambrano asegura, el 17 de noviembre de 1985, haber hecho un pacto con el poeta José Ángel Valente: cuando muriese el dictador no hablarían sobre el acontecimiento, a pesar de que mantenía constante conversación telefónica con él. “Con antelación a la muerte del Caudillo, una muerte que se fue produciendo en fragmentos, en pedazos, sin esa unidad que tiene la muerte en cualquier ser viviente, aunque no sea un hombre”.
'La música es intermplanetaria', escribe un día mientras escucha la 'Primera' de Brahms.
Aceptaron no colaborar con su atención en “una muerte sin posible resurrección”. No querían estar atentos, “descendiendo al estado de los buitres, al acecho del que se va a morir”. No quisieron aceptar esa muerte porque “carecía de sentido histórico y de sentido vital, al tiempo que de sentido natural”. “Era una muerte apócrifa”. Por entonces vivía en una pequeña granja sobre el Jura francés, una aldea de tres casas.
No puede olvidar las lesiones de por vida que la dictadura y su exilio provocaron en ella: “He perdido, tal vez para siempre, mi patria esa palabra que con tanto temor se dice y que calla más que se dice. He perdido mi vida, la vida que yo hubiera tenido en España, la de mis amigos, la de mis compañeros. He perdido, no más iniciada, lo que ni siquiera sabíamos si iba a ser una guerra civil. He perdido a gran parte de la gente de mi generación, a la que llamo la del toro por su sentido sacrificial, seres muy queridos, víctimas”. Por eso no se puede alegrar. Por eso no se quiere enterar.
El 6 de enero de 1949, el mismo día que morirá 42 años más tarde, descubrimos a la filósofa escuchando la Primera de Brahms y anotando: “La música es interplanetaria”. El manuscrito conserva unos bocetos de varios poemas, escritos a lápiz. “Cuando no tengo más que vida/ no puedo permanecer en ella. Sólo/ cuando me olvido de que estoy/ viviendo, es cuando de veras vivo./ La vida es la forma de trascendencia/ de lo que es conato de ser y/ lo busca ser del todo./ Vivir es crecer/ es anhelar/ es esperar/ es amar/ es padecer por/ es entregar la vida/ es ir hacia Dios”.
De Miguel de Unamuno dice que estaba cerrado al diálogo, no aceptaba réplica alguna, no escuchaba, no se enteraba
Moreno destaca el gran número de semblanzas de sus contemporáneos que aparecen en estos escritos inéditos, siempre pasados por el tamiz de la experiencia personal.
Miguel Unamuno, el soberbio
No le admira, como admira a Ortega y Gasset de quien confiesa: “No sé si soy indiscreta al decir que don José no lo podía soportar [a Unamuno]”. Tampoco demuestra la íntima afinidad y respeto que le produce la figura y la obra de Antonio Machado. De hecho, les compara y el resultado es devastador para el vasco: “Don Antonio Machado tenía sólo que andar, darse un paseo para regresar luego a su casa y dejar en su poesía la clara resonancia de esas pisadas. Don José detestaba las tertulias. Don Miguel, en realidad, tampoco era contertulio. Porque tenía que hablar él solo, desde sí mismo, para sí mismo. Estaba cerrado al diálogo, no aceptaba réplica alguna, no escuchaba, no se enteraba”
Incluso llega a asegurar que ganó la cátedra de griego sin saber una palabra de griego, pero no era su única tara: “Pero es que el español tampoco lo sabía muy bien”. Pero lo que no le perdona es que agudizara sus críticas contra la República en los prolegómenos de la Guerra Civil, contra su presidente Azaña en artículos que se publicaban en el diario Arriba, ideario falangista. “Aquellos artículos no tenían ni pies ni cabeza. La palabra se le iba, la palabra que él había cantado, la palabra salvadora”.
Ortega y Gasset, el maestro
El 15 de noviembre de 1955 escribe Don José, describe su relación con la ausencia y la muerte del maestro, más vivo en ella que nunca: “Es el silencio por el que participamos de la muerte de una persona, esencial a nuestra vida, los que en ella quedamos. Por eso duele el haberlo roto. Pero no se puede romper del todo, pues el pensamiento se ha ido lejos. Y en este silencio, la persona se adentra hasta el dintel de la muerte y allí se queda recogida. La atención se enciende en espera de alguna noticia que sobrepase la muerte”.
Si Unamuno carecía del arte de la escucha, don José “tenía ansia de oír”. “Nunca olvidaré de él aquel gesto tan suyo de escuchar, desconocido en España. Mas no desconocido para mí, pues que mi padre me enseñó solamente dos cosas que no sé si aprendí: a escuchar y a medir el tiempo.
Recuerda un instante indeleble con su maestro, una tarde del mes de mayo de 1936, un paseo con él por los alrededores de Madrid y otros dos discípulos suyos. Decidió el maestro uno de los más desolados eriales al este de la ciudad, rocas peladas y ni un hilo de hierba. Al fondo, Vicálvaro. Ese fue el lugar elegido para hablarles. Mirando sobre aquel desierto, dijo: “Lo que España necesita ahora es una conversión”.
Antonio Machado, el semidiós
“La poesía es cosa de la soledad acaso, de tan pura contemplación que, de pura, se queda sola, y luego resulta que se hace patria un día. ¿Será que la poesía ha dejado de ser patriótica para convertirse en patria? Es lo que siento cuando me encuentro por la calle a Antonio Machado que se ve perdido, abandonado por los dioses y, tan sencillo, como si fuera un semidiós”, escribe sobre el poeta en octubre de 1990. Recuerda constantemente la amistad que hubo entre su padre y el autor de Campos de Castilla. “Don Antonio Machado, una patria indeleble que no hay que sostener sino respirar con ella”.
“Impedida para realizar cualquier actividad física, pero no la de pensar, la lectura y transcripción de mis pensamientos son los que me salvan de no acabar devorada por la memoria. Quisiera presentar este caso mío para que sirva de caso universal”. Y lo tachó. Debió de parecerle demasiado pretencioso. Cualquiera podría definirse como un modelo universal si se tratase de las últimas líneas escritas, sobre todo, si son las de María Zambrano (1904-1991).